Nunca, quizás, haya habido una tumba, una flor y una vida tan intrínsecamente relacionadas. Máxime cuando en torno a ellas se dibuja una aureola de misterio y asombro que suscita el interés de todos. Quienes creían ver un prodigio en tal singularidad tuvieron motivos para manifestarlo. Mientras otros, que desde el juicio científico pretendieron buscar un esclarecimiento racional del fenómeno, se vieron obligados a aceptar lo insólito del suceso.
Una expectación desbordante, jamás recordada en la población cacereña de Casar de Palomero, convirtió durante días su cementerio en un lugar de peregrinación para centenares de personas atraídas por el interés y la curiosidad de un hecho extraordinario. Historia, naturaleza, antropología, arqueología y… misterio, eso son Las Hurdes. Una comarca donde, cada día, se dan la mano el pasado y el presente. Desde luego, el progreso hace muchos años que abrazó a esta emblemática tierra extremeña.
Atrás queda la leyenda oscura que tanto daño ha hecho a los hurdanos. Pero no debemos confundir esa imagen de pobreza y miseria a olvidar con otra realidad que pervive entre las pizarras de sus pueblos y alquerías, desde mucho tiempo atrás, que estamos obligados a preservar. Luces misteriosas, procesiones de ánimas, brujas, sombras errantes, presencias demoníacas, seres sobrenaturales, insólitos animales en una naturaleza muchas veces inexplorada... todo eso también son Las Hurdes.
Esta maravillosa antropología, viva hoy en la rica comarca del norte cacereño, no puede considerarse, nunca, sinónimo de atraso. Precisamente, parte de esa riqueza cultural de la que goza esta región es debida a la valentía de sus habitantes. El compromiso de muchas personas por conservar este tipo de hechos y, sobre todo, el testimonio de quienes los protagonizaron, hacen tan singular a Las Hurdes. En multitud de ocasiones la transmisión de lo vivido ha sido recogida por testigos de gran preparación cultural. Sin embargo, tampoco debemos caer en el error de conceder mayor consideración a estos testimonios frente a los de individuos menos cultivados pero igualmente respetables.
En Las Hurdes la conexión del hombre con el medio, el folclore, la historia, lo antropológico, la leyenda, el enigma... es tan natural que la distingue notablemente de otros territorios en cuanto a la salvaguarda de esos valores. El Espanto de Rubiaco, El Machu Lanú, El Duende de Ladrillar, El Tío del Bronci, La Sombra Errante, La Bicha de Martinlandrán o El Gigante de Fragosa son algunos de los ejemplos vivos de la impecable actitud que el hurdano tiene para saber mantener presente una realidad inexplicada que, por otra parte, es muy abundante en esta tierra extremeña. Las Hurdes –con buen criterio- no se avergüenza de la existencia de estos extraños sucesos, por otro lado universales, ocurridos en el interior de sus fronteras; simplemente, los aceptan y preservan.
Una de esas ocasiones en que el misterio quiso establecer su conexión con esta privilegiada comarca del norte cacereño tuvo lugar en agosto de 1985. En la localidad de Casar de Palomero, los habitantes estaban muy asombrados por un curioso suceso ocurrido en su cementerio municipal. Sobre una de las tumbas del camposanto, había surgido una misteriosa planta cuya flor presentaba características muy singulares. Además, nadie había visto jamás una especie igual en la rica vegetación de aquella zona. Pero si lo que había brotado en el recinto santo de Casar comportaba un carácter extraordinario, la sepultura que lo mantenía era igualmente especial.
La historia tiene su comienzo, precisamente, en los acontecimientos que se sucedieron en la vida de quien mora eternamente en el nicho más excepcional del cementerio. Los hechos se remiten al año 1962. En uno de los hogares de la localidad, en las estribaciones de la sierra hurdana, la vida de una joven aletea intentando liberarse de las garras de una cruel enfermedad. Nada pudo detener el mal que María Lorenzo Batuecas tenía en sus pulmones. Al parecer, una tuberculosis apartó a esta mujer de sus sueños y anhelos por vivir, cuando contaba 33 años de edad.
Sin embargo, en Casar de Palomero, todo el mundo que la recuerda destaca la alegría, dulzura y generosidad que esta convecina suya mostró siempre, a pesar de la quebradiza salud que padeció durante la mitad de su vida. Pero si la vida de María Lorenzo se desarrolló en un ambiente de espiritualidad muy excepcional, su muerte tampoco escapó a la influencia de lo intangible.
El día 28 de febrero de 1962, la joven muere en su lecho. Un dato que por sí solo no ofrecería misterio alguno de no haber sido porque, semanas antes, María predijo que la fecha de su muerte sería, precisamente, ésa. Amigos y familiares de la finada coincidieron en afirmar que la joven les había anunciado en diversas ocasiones el momento exacto en que abandonaría este mundo. Lógicamente, hasta el momento del desenlace, nadie consideró el anuncio de la enferma.
Aunque el recuerdo de la fallecida nunca se extinguió, los acontecimientos que vinieron a concurrir en el cementerio de Casar de Palomero, 23 años después, reactivaron la generosa impronta de María Lorenzo Batuecas. Porque en agosto de 1985 tendría lugar un prodigioso hallazgo en la tumba de aquella mujer resignada con su mala fortuna. El misterio quiso mostrarse de la manera más sencilla, haciendo brotar una extraña planta en el panteón de María Lorenzo.
Tras la inicial sorpresa, la inquietud fue en aumento cuando diversos expertos reconocieron que el origen de aquella planta no era autóctono. El asunto se convirtió en un enigma científico llegando a requerir la intervención del que fuera entonces director del Jardín Botánico de Madrid, Santiago Castroviejo. Como voz autorizada en la materia emitiría su valiosa opinión no sin antes estudiar la flor en su emplazamiento. La extrañeza del profesor Castroviejo se traduce en la aseveración que hizo acerca de la procedencia de la flor. Según el director del Jardín Botánico madrileño, aquella planta era imposible que hubiera nacido en aquel lugar. Por las condiciones del sitio en el que había surgido -la lápida de un nicho- y por la latitud en la que se da esa especie vegetal -los países asiáticos-, aquello era verdaderamente insólito. “Solamente, depositando la semilla en el lugar, podría existir la posibilidad de que la planta naciera allí -sentenciaba Santiago Castroviejo-, algo poco probable sabiendo cual es su origen”.
A estas alturas, los acontecimientos del cementerio de Casar de Palomero se habían convertido en un auténtico fenómeno social. La localidad del sur hurdano se convirtió en un hervidero de personas llegadas de todos sitios con el único propósito de observar la misteriosa flor. Algunos, incluso, habían emprendido el viaje con el sentimiento de peregrinación. Eran momentos en los que el caso de la enigmática flor de Casar de Palomero presentaba dos nuevas particularidades. Descubrimientos que ofrecería una nueva visión al misterio.
La planta había completado su desarrollo y siguió manteniendo su frescura durante varios meses, a pesar de haber soportado los rigores del verano. Pero las singularidades detectadas en el tallo crecido sobre la tumba de María Lorenzo conectaban, ambas, con la enfermedad que había padecido. Así, llamó la atención que los pétalos de la flor presentaran un dibujo que, en sus formas, recordaba muy fielmente la figura de un pulmón, órgano, a fin de cuentas, de la desdichada en el que anidó el mal que la condujo a la muerte.
Pero, aún, había una segunda sorpresa en la morfología de la planta nacida sobre la sepultura más visitada del cementerio de Casar de Palomero. Cuando culminó su desarrollo, el tallo había alcanzado un número definitivo de 16 hojas. Justamente, era la misma cantidad de años que la buena de María había sufrido su enfermedad, hasta perecer.
Durante varios meses, la flor de Casar de Palomero se convirtió en un fenómeno que condicionó de manera sensible la vida cotidiana del municipio. Ni las autoridades locales, ni el párroco se pronunciaron, en sentido alguno, acerca del asunto de la enigmática flor. No obstante, hubo de acotarse el perímetro del nicho, por orden del alcalde de la localidad, ante la avalancha de visitantes que a diario acudían al cementerio de Casar.
Llegadas desde todos los puntos de España, las personas que se aproximaban a la tumba de María venían con el deseo de ver, algunas incluso poder tocar, la flor del misterio. Se sucedieron días en los que el fenómeno adquirió una nueva dimensión. Entre la multitud de visitantes que se congregaban en el pequeño cementerio, algunos afirmaban haber experimentado ciertos efectos curativos tras su contacto con la insólita planta. Otros, sin embargo, muy al contrario, confesaron sentir cierta alteración o malestar a raíz de tocar la flor. Para entonces, la noticia se había extendido fuera de las fronteras de nuestro país.
El fluir del tiempo, como siempre, fue disponiendo el destino de las cosas. La flor se marchitó. La planta, poco a poco, fue consumiéndose, hasta secarse y desaparecer. La tumba, en otro tiempo foco de todas las miradas, pasó a ser una más del camposanto de Casar de Palomero. Pero lo único que se mantuvo, y perdurará para siempre, es el recuerdo de una existencia ejemplar llena de generosidad y dicha, a pesar de la adversidad. La memoria de María Lorenzo Labrador, vida y misterio.
Texto: Gonzalo Pérez Sarró
Fotografías: Ester García