lunes, 30 de diciembre de 2013
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LAS FAMILIAS DEL MUNDO CON OCASIÓN DE SU PEREGRINACIÓN A ROMA EN EL AÑO DE LA FEDE
Sábado 26 de octubre de 2013
Queridas familias:
Buenas tardes y bienvenidas a Roma.
Buenas tardes y bienvenidas a Roma.
Han llegado en peregrinación de muchas partes del mundo para profesar su fe ante el sepulcro de San Pedro. Esta plaza les acoge y les abraza: formamos un solo pueblo, con una sola alma, convocados por el Señor que nos ama y no nos abandona. Saludo también a todas las familias que nos siguen por televisión e internet: una plaza que se ensancha sin fronteras.
Han querido llamar a este momento: “Familia, vive la alegría de la fe”. Me gusta este título. He escuchado sus experiencias, las historias que han contado. He visto a muchos niños, muchos abuelos… He sentido el dolor de las familias que viven en medio de la pobreza y de la guerra. He escuchado a los jóvenes que quieren casarse, aunque se encuentran con mil dificultades. Y, en medio de todo esto, nos preguntamos: ¿cómo es posible vivir hoy la alegría de la fe en familia? Pero además les pregunto: “¿Es posible vivir esta alegría o no es posible?”.
1. Hay unas palabras de Jesús, en el Evangelio de Mateo, que vienen en nuestra ayuda: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo les aliviaré” (Mt 11,28). La vida a menudo es pesada, muchas veces incluso trágica. Lo hemos oído recientemente… Trabajar cansa; buscar trabajo es duro. Y encontrar trabajo hoy requiere mucho esfuerzo. Pero lo que más pesa en la vida no es esto: lo que más cuesta de todas estas cosas es la falta de amor. Pesa no recibir una sonrisa, no ser querido. Algunos silencios pesan, a veces incluso en la familia, entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos. Sin amor las dificultades son más duras, inaguantables. Pienso en los ancianos solos, en las familias que lo pasan mal porque no reciben ayuda para atender a quien necesita cuidados especiales en la casa. “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados”, dice Jesús.
Queridas familias, el Señor conoce nuestras dificultades: ¡las conoce! Y conoce los pesos de nuestra vida. Pero el Señor sabe también que dentro de nosotros hay un profundo anhelo de encontrar la alegría del consuelo. ¿Recuerdan? Jesús dijo: “Su alegría llegue a plenitud” (Jn 15,11). Jesús quiere que nuestra alegría sea plena. Se lo dijo a los apóstoles y nos lo repite a nosotros hoy. Esto es lo primero que quería compartir con ustedes esta tarde, y son unas palabras de Jesús: Vengan a mí, familias de todo el mundo –dice Jesús–, y yo les aliviaré, para que su alegría llegue a plenitud. Y estas palabras de Jesús llévenlas a casa, llévenlas en el corazón, compártanlas en familia. Nos invita a ir a Él para darnos, para dar a todos la alegría.
2. Las siguientes palabras, las tomo del rito del Matrimonio. Quien se casa dice en el Sacramento: “Prometo serte siempre fiel, en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida”. Los esposos en ese momento no saben lo que sucederá, no saben la prosperidad o adversidad que les espera. Se ponen en marcha, como Abrahán; se ponen en camino juntos. ¡Y esto es el matrimonio! Ponerse en marcha, caminar juntos, mano con mano, confiando en la gran mano del Señor. ¡Mano con mano, siempre y para toda la vida! Y sin dejarse llevar por esta cultura de la provisionalidad, que nos hace trizas la vida.
Con esta confianza en la fidelidad de Dios se afronta todo, sin miedo, con responsabilidad. Los esposos cristianos no son ingenuos, conocen los problemas y peligros de la vida. Pero no tienen miedo a asumir su responsabilidad, ante Dios y ante la sociedad. Sin huir, sin aislarse, sin renunciar a la misión de formar una familia y traer al mundo hijos. –Pero, Padre, hoy es difícil… -Ciertamente es difícil. Por eso se necesita la gracia, la gracia que nos da el Sacramento. Los Sacramentos no son un adorno en la vida. “Pero qué hermoso matrimonio, qué bonita ceremonia, qué gran fiesta!”. Eso no es el Sacramento; no es ésa la gracia del Sacramento. Eso es un adorno. Y la gracia no es para decorar la vida, es para darnos fuerza en la vida, para darnos valor, para poder caminar adelante. Sin aislarse, siempre juntos. Los cristianos se casan mediante el Sacramento porque saben que lo necesitan. Les hace falta para estar unidos entre sí y para cumplir su misión como padres: “En la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad”. Así dicen los esposos en el Sacramento y en la celebración de su Matrimonio rezan juntos y con la comunidad. ¿Por qué? ¿Porque así se suele hacer? No. Lo hacen porque tienen necesidad, para el largo viaje que han de hacer juntos: un largo viaje que no es a tramos, ¡dura toda la vida! Y necesitan la ayuda de Jesús, para caminar juntos con confianza, para quererse el uno al otro día a día, y perdonarse cada día. Y esto es importante. Saber perdonarse en las familias, porque todos tenemos defectos, ¡todos! A veces hacemos cosas que no son buenas y hacen daño a los demás. Tener el valor de pedir perdón cuando nos equivocamos en la familia… Hace unas semanas dije en esta plaza que para sacar adelante una familia es necesario usar tres palabras. Quisiera repetirlo. Tres palabras: permiso, gracias, perdón. ¡Tres palabras clave! Pedimos permiso para ser respetuosos en la familia. “¿Puedo hacer esto? ¿Te gustaría que hiciese eso?”. Con el lenguaje de pedir permiso. ¡Digamos gracias, gracias por el amor! Pero dime, ¿cuántas veces al día dices gracias a tu mujer, y tú a tu marido? ¡Cuántos días pasan sin pronunciar esta palabra: Gracias! Y la última: perdón: Todos nos equivocamos y a veces alguno se ofende en la familia y en el matrimonio, y algunas veces –digo yo- vuelan los platos, se dicen palabras fuertes, per escuchen este consejo: no acaben la jornada sin hacer las paces. ¡La paz se renueva cada día en la familia! “¡Perdóname!”. Y así se empieza de nuevo. Permiso, gracias, perdón. ¿Lo decimos juntos? (Responden: Sí). ¡Permiso, gracias, perdón! Usemos estas tres palabras en la familia. ¡Perdonarse cada día!
En la vida de una familia hay muchos momentos hermosos: el descanso, la comida juntos, la salida al parque o al campo, la visita a los abuelos, la visita a una persona enferma… Pero si falta el amor, falta la alegría, falta la fiesta, y el amor nos lo da siempre Jesús: Él es la fuente inagotable. Allí Él, en el Sacramento, nos da su Palabra y nos da el Pan de vida, para que nuestra alegría llegue a plenitud.
3. Y para concluir, aquí adelante se encuentra el icono de la Presentación de Jesús en el Templo. Es un icono realmente hermoso e importante. Contemplémoslo y dejémonos ayudar por esta imagen. Como todos ustedes, también los protagonistas de esta escena han hecho su camino: María y José se han puesto en marcha, como peregrinos a Jerusalén, para cumplir la ley del Señor; del mismo modo el viejo Simeón y la profetisa Ana, también ella muy anciana, han llegado al Templo llevados por el Espíritu Santo. La escena nos muestra este encuentro de tres generaciones, el encuentro de tres generaciones: Simeón tiene en brazos al Niño Jesús, en el cual reconoce al Mesías, y Ana aparece alabando a Dios y anunciando la salvación a quien espera la redención de Israel. Estos dos ancianos representan la fe como memoria. Y yo les pregunto: “¿Ustedes escuchan a los abuelos? ¿Abren su corazón a la memoria que nos transmiten los abuelos? Los abuelos son la sabiduría de la familia, son la sabiduría de un pueblo. Y un pueblo que no escucha a los abuelos es un pueblo que muere. ¡Escuchar a los abuelos! María y José son la familia santificada por la presencia de Jesús, que es el cumplimiento de todas las promesas. Toda familia, como la de Nazaret, forma parte de la historia de un pueblo y no podría existir sin las generaciones precedentes. Y por eso hoy tenemos aquí a los abuelos y a los niños. Los niños aprenden de los abuelos, de la generación precedente.
Queridas familias, también ustedes son parte del pueblo de Dios. Caminen con alegría junto a este pueblo. Permanezcan siempre unidas a Jesús y den testimonio de Él a todos. Les agradezco que hayan venido. Juntos, hagamos nuestras las palabras de San Pedro, que nos dan y nos seguirán dando fuerza en los momentos difíciles:“Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68). Con la gracia de Cristo, vivan la alegría de fe. El Señor les bendiga y María, nuestra Madre, les proteja y les acompañe. Gracias.
Francisco y el Día de la familia: ¡contraste de discursos!
Acabo de escuchar el mensaje en directo del papa Francisco a las 12:00 a las personas que celebran la Fiesta de la Sagrada Familia. Ha mencionado, por cierto, tres más oficiales (Nazaret, Loreto y Barcelona), con enviados especiales suyos, y luego "otras como la de Madrid", sin enviados ni menciones específicas. Significativo, la verdad... El que no quiera darse cuenta, allá él.
Pero yendo más al fondo, llama poderosamente la atención el mensaje de Francisco, que recomiendo leer con detención. ¿De qué ha hablado Francisco al referirse al mensaje del Evangelio sobre las familias? ¿De "lo de siempre"? Pues, desde luego, no ha hablado de lo que nos han acostumbrado algunos a oír, machaconamente, estos años pasados.
El Papa ha dedicado la mayor parte de sus palabras a hablar, partiendo del exilio egipcio de la Sagrada Familia, de los exiliados, de los refugiados, de la necesidad de acoger a las familias emigrantes; también ha hablado de la atención, o su ausencia (ese "exilio interior" a veces),a los ancianos. Ha hablado de evitar actitudes invasivas o egoístas en la propia familia, y del significado de tres palabras mágicas: "permiso", "perdón" y "gracias".
¿Ha condenado en sus palabras de hoy a los que abortan, las relaciones prematrimoniales, la uniones homosexuales, los que se divorcian...? ¡Ni una palabra de eso! Ni una palabra de condena a nadie ni nada de renegar de la modernidad ni de la sociedad actual...
¿Es que nadie se da cuenta del tremendo contraste? ¿De verdad nadie va a sacar conclusiones sobre la diferencia de lenguajes...? Esperemos que el discurso y actitud de Francisco vaya predominando en TODA la Iglesia...
Cinco claves para entender a Mariano Rajoy
En un año, el presidente Rajoy ha concedido una única rueda de prensa que merezca tal nombre. Lejos de provocar indignación, el evento había disparado las expectativas. Unos aguardaban grandes anuncios, otros ceses y nombramientos, algunos esperaban incluso explicaciones sobre las numerosas ocurrencias gubernativas. Una vez más, Mariano Rajoy no decepcionó. Ni esto, ni eso, ni aquello. Admitámoslo. No es él, sois vosotros. No le entendéis. Os faltan claves. Aquí se sugieren algunas.
Si el dilema es elegir entre "adaptarse o morir", Mariano Rajoy siempre elige adaptarse. A lo que sea y como sea. Morir es un lío y además sin remedio. Para Rajoy la política es como preparar unas oposiciones. Hay un temario y quien mejor se lo sabe, saca la plaza. Todo lo demás es figuración. Como las elecciones, los debates o las ruedas de prensa. Hay que saber adaptarse y saberse el temario. 2014 va a ser mucho mejor y de todo lo demás o no sabe, o ya ha dicho todo cuanto tenía que decir, o es complicado. Y si el 2014 sale malo, ya entrará en otro temario. Igual que cuando prometió que no tocaría la sanidad o la educación. Son cosas que se dicen para ganar las elecciones. Luego ya se gobierna. Así rige el orden natural de las cosas.
Pase lo que pase, "maloserá". Aunque suene tópico, los gallegos tenemos una manera propia de conducirnos frente a la adversidad. Se resume en una expresión intraducible: maloserá. La filosofía es sencilla: sabemos que al final el lío se arregla solo de una manera u otra. Menos la muerte, que no tiene arreglo. De ahí la importancia de adaptarse. Mariano Rajoy sabe que todo fluye. Nunca hay que descomponerse, ni tomar decisiones como si viniera el fin del mundo. Mañana siempre es otro día y todo vuelve a empezar. Así ganó la carrera sucesoria, tumbó a Esperanza Aguirre, sobrevivió a Aznar o ganó las elecciones a la tercera. Se limitó a esperar a que se fueran derrotando. Al Gobierno le va mal y a la mayoría de los gobernados les va aún peor, pero "maloserá". Así que Rajoy es optimista.
Mariano Rajoy lee el Marca, como la gran mayoría de los españoles. La prensa que realmente cambia mayorías es la deportiva. La otra cuenta poco. Mariano Rajoy vio confirmada esa impresión tras sobrevivir al fuego cruzado continuo e implacable de la misma prensa que ahora acude arrobada a Moncloa a testimoniar sus apariciones. Hace tiempo que sabe que las portadas de los periódicos no matan a nadie, aunque los directores sigan pensando que sí.
Tú tienes un par de ojos, pero el partido tiene mil. Rajoy es un hombre de partido. En gran medida, el moderno Partido Popular es obra suya. Cuando Aznar lo puso a la tarea, Rajoy viajó un día a Canarias a poner orden en una organización devorada por la vieja guardia. Disolvió y volvió a empezar desde cero. Seguramente le habría gustado haber ejecutado algo parecido en el Congreso de Valencia, pero no se atrevió. Seguramente lo lamenta a diario. Mariano Rajoy sabe que la única amenaza actual reside en un desmembramiento del partido por el caso Bárcenas. Su mensaje es claro. Quien aguante la vela, llegará a puerto. Por eso no puede cortar cabezas cada vez que le conviene. Por eso ni pronunció el término "aborto". Porque su instinto de partido le dice que Gallardón se ha pasado.
Para librarse de él, sus rivales en la sucesión de Aznar sugerían que sería un gran candidato en Galicia. "Antes Santa Pola" era su respuesta, en referencia al lugar donde guarda plaza como registrador. Hay determinados límites que Mariano Rajoy nunca traspasa. En las compañías eléctricas se están enterando ahora. Quienes le retratan como un hombre sin criterio o fácilmente influenciable no saben de quién hablan. A Mariano Rajoy cuando no le guían sus principios, le guía su comodidad. Hay cosas que nunca hará, no le compensa.
Una historia de España (XVI)
Eran jóvenes, guapos y listos. Me refiero a Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, los llamados Reyes Católicos. Los de la tele. Sobre todo, listos. Ella era de las que muerden con la boquita cerrada. Lo había demostrado en la guerra contra los partidarios de su sobrina Juana la Beltraneja -apoyada por el rey de Portugal-, a la que repetidas veces le jugó la del chino. Él, trayendo en la maleta el fino encaje de bolillos que en el Mediterráneo occidental hacía ya imparable la expansión política, económica y comercial catalano-aragonesa. La alianza de esos dos jovenzuelos, que nos salieron de armas tomar, tiene, naturalmente, puntitos románticos; pero lo que fue, sobre todo, es un matrimonio de conveniencia: una gigantesca operación política que, aunque no fuera tan ambicioso el propósito final, en pocas décadas iba a acabar situando a España como primera potencia mundial, gracias a diversos factores que coincidieron en el espacio y el tiempo: inteligencia, valor, pragmatismo, tenacidad y mucha suerte; aunque lo de la suerte, con el paso de los años, terminara volviéndose -de tanta como fue- contra el teórico beneficiado. O sea, contra los españoles de a pie; que, a la larga, de beneficio obtuvimos poco y pagamos, como solemos, los gastos de la verbena. Sin embargo, en aquel final del siglo XV todo era posible. Todo estaba aún por estrenar (como la Guardia Civil, por ejemplo, que tiene su origen remoto en las cuadrillas de la Santa Hermandad, creada entonces para combatir el bandolerismo rural; o la Gramática de la lengua castellana de Antonio de Nebrija, que fue la primera que se hizo en el mundo sobre una lengua vulgar, de uso popular, y a la que aguardaba un espléndido futuro). El caso, volviendo a nuestros jovencitos monarcas, es que, simplificando un poco, podríamos decir que el de Isabel y Fernando fue un matrimonio con separación de bienes. Tú a Boston y yo a California. Ella seguía siendo dueña de Castilla; y él, de Aragón. Los otros bienes, los gananciales, llegaron a partir de ahí, abundantes y en cascada, con un reinado que iba a acabar la Reconquista mediante la toma de Granada, a ensanchar los horizontes de la Humanidad con el descubrimiento de América, y a asentarnos, consecuencia de todo aquello, como potencia hegemónica indiscutible en los destinos del mundo durante un siglo y medio. Que tiene tela. Con lo cual resultó que España, ya entendida como nación -con sus zurcidos, sus errores y sus goteras que llegan hasta hoy, incluida la apropiación ideológica y fraudulenta de esa interesante etapa por el franquismo-, fue el primer Estado moderno que se creó en Europa, casi un siglo por delante de los otros. Una Europa a la que no tardarían los peligrosos españoles en tener bien agarrada por los huevos (permítanme la delicada perífrasis), y cuyos estados se formaron, en buena parte, para defenderse de ellos. Pero eso vino más tarde. Al principio, Isabel y Fernando se dedicaron a romperle el espinazo a los nobles que iban a su rollo, demoliéndoles castillos y dándoles leña hasta en el deneí. En Castilla la cosa funcionó, y aquellos zampabollos y mangantes mal acostumbrados quedaron obedientes y tranquilos como malvas. En el reino de Aragón la cosa fue distinta, pues los privilegios medievales, fueros y toda esa murga tenían mucho arraigo; aparte que el reino era un complicado tira y afloja entre aragoneses, catalanes, mallorquines y valencianos. Todo eso dejó enquistados insolidaridades y problemas de los que todavía hoy, quinientos años después de ser España, pagamos bien caro el pato. En cualquier caso, lo que surgió de aquello no fue todavía un estado centralista en el sentido moderno, sino un equilibrio de poderes territoriales casi federal, mantenido por los Reyes Católicos con mucho sentido común y certeza del mutuo interés en que las cosas funcionaran. Lo del Estado unitario vino después, cuando los Trastámara -la familia de la que procedían Isabel y Fernando, que eran primos- fueron relevados en el trono español por los Habsburgo, y ésos nos metieron en el jardín del centralismo imposible, las guerras europeas, el derroche de la plata americana y el no hay arroz para tanto pollo. En cualquier caso, durante los 125 años que incluirían el fascinante siglo XVI que estaba en puertas, transcurridos desde los Reyes Católicos a Felipe II, iba a cuajar lo que para bien y para mal hoy conocemos como España. De ese período provienen buena parte de nuestras luces y sombras: nuestras glorias y nuestras miserias. Sin conocer lo mucho y decisivo que en esos años cruciales ocurrió, es imposible comprender, y comprendernos. [Continuará].
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