8-La Luz Azul
Había una vez en tiempos de guerras, un soldado que por muchos años sirvió a su rey fielmente. Pero cuando acabaron las guerras, ya no pudo servir más a causa de las muchas heridas que había recibido. El rey le dijo:
-"Debes volver a tu casa, ya no te necesito más, y no vas a recibir ninguna paga adicional, pues solamente se da el salario mientras se está en servicio."-
Entonces el soldado, que no sabía de que otra manera ganarse la vida, se fue totalmente frustrado, y caminó todo el día, hasta que llegó a un bosque y entró en él. Cuando oscureció, vio una luz, y se dirigió a ella, y llegó a una choza donde vivía una bruja.
-"Por favor, dame posada por una noche, y un poquito de comida y bebida"- le dijo él a ella, -"o moriré de hambre."-
-"¡Ajá!"- contestó ella, -"¿Quien le daría algo a un soldado despedido? Te tendré compasión y te dejaré entrar, si haces lo que deseo"-
-"¿Y qué es lo que deseas?"- respondió el soldado.
-"Que mañana me arregles totalmente mi jardín."- dijo la bruja.
El soldado consintió, y al día siguiente trabajó con todas sus fuerzas, pero no pudo terminar todo al llegar el atardecer.
-"Veo muy bien" dijo la bruja, -"que por hoy ya no puedes hacer más, pero te daré otra noche, y en pago por ello, mañana me picarás una carga de leña haciéndola compacta."-
El soldado gastó todo el día haciéndolo, y al atardecer la bruja le propuso quedarse una noche más.
-"Mañana solamente deberás hacerme un trabajito muy pequeñito. Atrás de mi casa hay un viejo pozo seco, donde ha caído mi linterna. Ella alumbra azul, y nunca se apaga, y debes traérmela de regreso."- dijo ella.
Al día siguiente la vieja lo llevó al pozo, y lo bajó en una canasta. Él encontró la luz azul, y le hizo una señal a ella para que lo subiera. Ella jaló la cuerda hacia arriba, pero cuando ya estaba cerca del borde, ella estiró la mano tratando de coger la luz azul, quitándosela a él.
-"¡No!"- dijo él, percibiendo su mala intención, -"No te daré la luz, hasta tanto no esté afuera con mis dos pies sobre el suelo."-
La bruja se molestó, soltó la cuerda y se marchó. El pobre soldado cayó sobre el húmedo fondo, sin herirse, y la luz azul seguía iluminando, pero, ¿De qué le serviría eso? Vio él que no podría escapar de la muerte. Se sentó por un rato muy acongojado, y de pronto exploró su bolsillo y encontró su pipa de tabaco, que aún estaba a medio llenar.
-"Este será mi último placer."- pensó.
La sacó, la encendió con la luz azul y comenzó a fumarla. Cuando el humo había circulado por toda la caverna, súbitamente apareció un duende negro parado frente a él, que le dijo:
-"Señor, ¿Cuáles son tus órdenes?"-
-"¿Y que órdenes tengo que darte?"- replicó el soldado, bastante confundido.
-"¿Y que órdenes tengo que darte?"- replicó el soldado, bastante confundido.
-"Yo debo hacer cualquier cosa que me pidas"- dijo el hombrecito.
-"Bien"- dijo el soldado, -"en primer lugar, sácame de este pozo."
El hombrecito lo tomó de la mano y lo llevó por un pasaje subterráneo, pero no olvidó de llevarse la luz azul consigo. En el camino, el duende le mostró los tesoros que la bruja había colectado y escondido allí, y el soldado tomó tanto oro como podía cargar. Cuando llegaron arriba, él le dijo al hombrecito:
-"Ve ahora y atas a la bruja, y la llevas ante la justicia."-
En unos momentos, pasó la bruja, tan rápido como el viento, dando escalofriantes gritos como un gato salvaje, e inmediatamente reapareció el hombrecito.
-"Todo está hecho"- dijo él, -"y la bruja ya ha sido juzgada. ¿Qué más se te ofrece, mi señor?"-
-"Por ahora, nada más."- contestó el soldado, -"Debes retornar a tu hogar, pero mantente siempre disponible a mi alcance, por si te convoco."-
-"No necesitas más que encender tu pipa con la luz azul, y yo apareceré ante ti de nuevo."- dijo el duende, y desapareció de su vista.
El soldado retornó al pueblo de donde había venido. Fue a la mejor posada, ordenó los mejores vestidos, y pidió al propietario que le alistara una habitación tan preciosa como fuera posible. Cuando ya estuvo lista y el soldado había tomado posesión de ella, invocó al pequeño negrito y le dijo:
-"Mira, yo serví muy fielmente a mi rey, pero el me despreció, y me dejó hambriento, y ahora es mi turno de tomar mi acción."-
-"¿Qué debo hacer?"- preguntó el hombrecito.
-"Cuando ya esté entrada la noche, y la hija del rey esté en su cama, tráela dormida, y ella hará el trabajo de servidumbre para mí."- contestó.
-"Eso es algo muy fácil para mí, pero algo muy peligroso para ti, porque si eres descubierto, te podría costar un buen disgusto."- dijo el duende.
Cuando sonaron las doce de la noche, la puerta se abrió, y el hombrecito traía a la princesa.
-"¡Aja!, ¿Eres tú?"- gritó el soldado a la princesa, -"¡Ponte a trabajar de inmediato! Toma la escoba y barre la recámara."-
Cuando hubo terminado esto, él le ordenó acercarse a la silla, y estiró sus piernas y dijo:
-"¡Quítame las botas!"-
Y enseguida las tiró al suelo enfrente de su cara, e hizo que las recogiera de nuevo, las limpiara y les diera brillo. Ella, sin embargo, hizo todo lo que le pidió, sin oposición, en silencio y con los ojos a medio cerrar. Y cuando cantó el primer gallo, el duende la llevó de regreso al palacio y la colocó en su cama.
En la mañana, cuando la princesa se levantó, fue donde su padre y le contó que había tenido un muy extraño sueño.
-"Yo era llevada volando por las calles con la rapidez del relámpago"- decía ella, -"y puesta en la habitación de un soldado, y yo tenía que trabajarle como una sirviente, barrer su alcoba, limpiar sus botas y hacer todos los trabajos misceláneos. Fue sólo un sueño, pero me siento tan cansada como si realmente hubiera hecho todo aquello."-
-"El sueño podría haber sido real."- dijo el rey, -"Te daré una pequeña ayuda. Llena tu bolso de guisantes, y hazle un pequeño hueco al bolso, y entonces, si de nuevo eres llevada en vuelo, los guisantes irán cayendo y dejando un rastro en las calles."-
Pero, sin que hubiera sido notado por el rey, el duende estaba a su lado cuando él decía eso, y oyó todo al respecto. En la noche, cuando la princesa era llevada de nuevo por las calles, ciertamente algunos guisantes cayeron del bolso, pero no pudieron dejar un rastro, pues el hombrecito había regado guisantes en todas las calles. Y de nuevo la princesa fue obligada a hacer el trabajo de sirviente hasta el canto del gallo.
A la mañana siguiente, el rey mandó a su gente a buscar el rastro, pero todo fue en vano, pues en cada calle, los niños pobres recogían los guisantes diciendo:
-"Debe de haber llovido guisantes, anoche."-
-"Tenemos que pensar en algo más."- dijo el rey.-"
-"Déjate los zapatos puestos cuando te vayas a la cama, y antes de que regreses del lugar a donde has sido llevada, esconde uno de ellos ahí, y yo pronto idearé el medio para encontrarlo."-
El duende escuchó el nuevo plan, y en la noche, cuando el soldado le ordenó de nuevo traer a la princesa, se lo reveló, y además le dijo que no sabía de ningún método para contrarrestar esa estrategia, y que si el zapato era encontrado en su habitación, le podría ir muy mal.
-"Haz lo que te pido."- replicó el soldado. Y de nuevo esta tercera noche la princesa fue obligada a trabajar como sirviente, pero antes de partir a palacio, escondió su zapato bajo la cama del soldado.
A la mañana siguiente, el rey tenía al pueblo entero buscando el zapato de su hija. Y fue encontrado donde el soldado, y el mismo soldado, que por ruego del enano se había alejado de la casa, fue pronto capturado y llevado a prisión. En su huída, había olvidado su más preciada posesión, la luz azul y el oro, y solamente le quedaba un ducado en su bolsillo. Y ahora cargado de cadenas, estaba parado junto a la ventana de su calabozo, cuando tuvo la suerte de ver a uno de sus antiguos colegas pasar por ahí. El soldado golpeó en la ventana, y cuando el colega se acercó, le dijo:
-"¿Serías tan amable de traerme un pequeño envoltorio que dejé en la posada olvidado?, yo te daré un ducado por el mandado"-
El camarada corrió hacia allá y le trajo lo solicitado. Tan pronto como el soldado quedó solo de nuevo, encendió su pipa e invocó al negro duende.
-"No temas."- le dijo éste. -"Ve adonde te lleven, y déjalos hacer lo que quieran, solamente mantén contigo la luz azul."-
Al día siguiente el soldado fue llevado a juicio, y aunque alegó que no había hecho nada malo, fue condenado a muerte. Cuando era llevado al cadalso, le pidió al rey un último favor.
-"¿Y qué es?"- preguntó el rey.
-"Que pueda fumar una vez más mi pipa en el camino."- dijo el soldado.
-"Puedes fumarla hasta tres veces más"- contestó el rey, -"pero no imagines que te perdonaré la vida."
Entonces el soldado sacó su pipa y la encendió con la luz azul, y apenas subieron unas pocas roscas de humo apareció el duende con un pequeño látigo en la mano diciendo:
-"¿Qué deseas mi señor?"-
-"Castiga con el látigo hasta hacer caer al suelo a esos falsos jueces, y a su comisario, y no pongas reparos en el rey que tan mal me ha tratado."-
Entonces el duende cayó sobre ellos, castigándolos, dándoles aquí y allá, y quienquiera fuera tocado por el látigo, caía al suelo, y no se aventuraba a levantarse de nuevo. El rey estaba aterrorizado. Y él mismo le pidió piedad al soldado, que lo dejara vivir, y le dio todo su reino, y a la princesa por esposa.
Enseñanza:
Toda mala acción contra el prójimo, tarde o temprano regresa al actor. Y con creces.