CARTA ÍNTEGRA
Antes de que termine la instrucción y para no estar condicionado por las resoluciones judiciales, quiero escribir como persona, sin connotaciones jurídicas o políticas, lo que la mayoría entendemos y pensamos de lo sucedido aquella fatídica noche.
No fue un accidente, fue una tragedia. Fueron cinco muertes causadas por la conjunción de cinco palabras.
Se nos llena la boca de indignación con ellas cuando hablamos de personajes políticos o conocidos, cuando escuchamos las tertulias de la televisión y vemos los resultados de ellas: sobres, favoritismos, indultos, nos rasgamos las vestiduras y los llamamos con todos los apelativos posibles.
Pero en el Madrid Arena el resultado fue dramático, y fue ese fatídico día como pudo ser cualquier otro, porque hechos parecidos se han venido repitiendo de forma cotidiana.
¿Qué hubo de diferente entonces?
Simplemente que quien nos tenía que proteger no lo hizo.
Quien tenía que vigilar, que velar por nuestra seguridad, no lo hizo.
Que los responsables de hacer cumplir la ley no lo hicieron.
Que quien nos tenía que atender y prestar su auxilio no lo hizo.
Que permitieron que en «su propia casa», en un recinto municipal, se hiciera todo lo que no se debería hacer y para colmo, con la aquiescencia y apoyo de nuestros representantes.
Se han reído de la confianza que depositamos en ellos y como seres superiores que están en otro mundo, han hecho y rehecho a su antojo todo aquello que les reportase beneficios, sin importarles lo más mínimo el resultado de sus acciones.
Se consideran seguros, la justicia no va contra ellos y si ocurriese lo contrario, están tranquilos porque la casta les apoya y protege.
Avaricia, chanchullo, amiguismo, desidia y tráfico de mamandurrias, las cinco asesinas de nuestras hijas.
Todas forman un «paquete» que hacen de sus actores personas claramente identificadas e identificables.
Avaricia, tal vez nos venga a todos esta palabra, como la primera que identificamos con lo sucedido. Ese afán inmensurable de tener más y más da lo mismo que tengan mucho, hay que tener más. La enfermiza y desmedida intención de acumular, independiente de cómo conseguirlo, llevan a organizar actividades «pseudo-legales» para lucrarse de forma constante a costa de poner en peligro a los demás. Triplicar el aforo y manejar a las personas como animales, con el fin de lograr más dinero, conllevaba el riesgo de que ocurriese lo que sucedió.
Sobrepasar los límites de lo adecuado es condenar a que suceda lo previsible.
Querer ganar dinero cobrando por servicios que no puedes dar o sabiendo que no estás capacitado, es asegurar que condenas a quien se los prestas, a sufrir.
Ocultar incumplimientos de la normativa, con aquiescencia y amiguismo hicieron que en un recinto que no cumplía con las condiciones de seguridad necesarias, se permitiese el aforo a granel, se permitió que cerrasen las puertas de emergencia con barras de bar sin poner ningún medio de control por parte de los responsables.
Sabedores y conscientes de que para ganar más dinero tenían que sobrepasar todos los límites incluido el más básico sentido común, invitaron a que los jóvenes entrasen como corderos al matadero, para llenarse más, y más rápidamente los bolsillos.
Conocedores de los incumplimientos, con el único y exclusivo fin de hacer caja, ellos y los mamandurrias convirtieron el ocio en horror, y por ello sus acciones y omisiones en devienen en un ilícito alevoso, con el agravante de que ellos son los que tienen que vigilar por el cumplimiento de lo establecido en la ley.
Cuando nuestros representantes, obligados a cumplir y hacer cumplir el ordenamiento jurídico, permiten que se realicen eventos sin garantías en edificios municipales, con connivencia demuestran lo inmerecido de la confianza que les otorgamos.
Quienes tenían que vigilar y proteger al ciudadano, observadores, se mantuvieron impasibles sin sancionar y permitiendo botellón, acceso a menores, y ni el más mínimo control sobre el recinto.
La desidia por la cual una persona no ejerce de forma consciente con su responsabilidad al realizar su trabajo. La dejadez de sus funciones, con la excusa de que «no pasa nada» lleva consecuentemente a generar situaciones de riesgo que no son capaces de gestionar.
Imaginar que un médico es contratado, a sabiendas que no cumple los requisitos (ni profesionales, ni humanos) para atender a personas y en su caso actúe rápidamente hasta que lleguen otros auxilios o ambulancias. Imaginar que se queda quieto, quejándose de la mala suerte que había tenido con él «y ahora esto», consciente de la gravedad de la situación… ¿no quiso? ¿No pudo? ¿En qué condiciones de actuar estaba? ¿Quién lo puso ahí? ¿Por qué? La única respuesta conocida: que ese señor impresentable y su «ayudante» fueron incapaces de hacer nada.
De que nos sirve el vigía, si no vigila. De que nos sirve los concursos públicos si se asignan a dedo los recursos municipales como si fuesen su cortijo.
Vigilantes de cámaras que no estaban en su sitio, personas que no reaccionaron rápidamente para evitar el aplastamiento. Controladores de ambulancias diciendo que llevasen a los heridos al hombro porque «supuestamente» apedreaban a los vehículos. ¿Dónde estaba «el orden» para permitir su paso?
La prepotencia e inmoralidad con la que actuaron, la suya, me produjo la impotencia y el dolor con el que vivo, el mío, dolor que nació de las cinco palabras del Madrid Arena.