Antes de la promulgar la Ley de la "Memoria Histórica", quizás hubiese convenido derogar la "Ley del Silencio" que, en |
Por ejemplo, el número de presos políticos que trabajaron en las obras. Según la prensa de la época, a finales de 1943, trabajaban en el valle seiscientos obreros. En el libro que escribió el arquitecto director, don Diego Méndez, se señala que «durante los quince años que duraron los trabajos inter vinieron dos mil hombres (y ni todos a la vez, ni todos
penados)». O sea que es un error de bulto la cifra dada por TVE hace poco, en «Memoria de España», al decir que en las obras inter vinieron veinte mil presos políticos.
Los documentos rectifican estos datos del director y elevan la cifra de obreros a
2.643, de los cuales el número de penados no eran ni un diez por ciento: 243.
De estos 243 presos, que se habían acogido libremente a la «redención de penas por el trabajo» (seis días de redención por cada uno trabajado) en 1950, nueve años antes de que terminaran las obras, asegura la Fundación Francisco Franco que ya no quedaba en el Valle ni uno solo político; y, curiosamente, sí presos comunes que quisieron beneficiarse de condiciones tan favorables para poder redimir sus penas.
En 1979, con Franco ya desparecido, Francisco Rabal me comentó en pantalla que, en los años cuarenta, el único trabajo que encontró su padre, que era tunelero, fue el de horadar el Risco de la Nava, en cuyo interior se construiría la Basílica.
Los Rabal, de ideas comunistas, estaban contratados y ocupaban viviendas que se habían construido para los trabajadores.
Poblado para trabajadores
cuatro meses de permanecer allí toda la familia, el padre del político recibió la libertad condicional y
explicó que «no puedo decir que he estado arrancando piedras en el Valle, sería estúpido decir eso; no hubiera sido demasiado útil arrancando piedras… yo estaba trabajando en las oficinas».
«en dieciocho años de obra faraónica hubo sólo catorce muertos». Menos
de los que hoy se registran en nuestras carreteras durante un fin de semana.
«esclavitud» que adjudican al franquismo en la obras del Valle los grupos de izquierda y que reclaman recuperar la Memoria Histórica, la derecha presenta documentos con el objeto de demostrar que los presos, además de redimir pena por trabajo, percibieron, al principio, un jornal mínimo de siete pesetas más la comida, que pronto se elevó a diez pesetas diarias, más pluses por trabajo a destajo o por peligrosidad, lo que unido la vivienda y escuela gratuitas les permitió llevar a sus familias a residir en el Valle.
«cincuenta», era lo que cobraba un profesor adjunto en la Universidad. Y el médico del Valle, el ya mencionado Dr. Lausín, superaba las mil pesetas mensuales, como el maestro, don Gonzalo –ex condenado
a muerte– mil también; o el practicante, el señor Orejas, que cobraba más de quinientas.
Juan de Ávalos era un republicano de izquierdas, carnet número 5 ó 7 del PSOE de Mérida. Este dato no impidió que Franco le encargara la realización de su empresa predilecta. Ávalos explicaba que él ganó «un concurso para hacer unas estatuas con un equipo donde no había
'esclavos' y que fue una obra hecha con la vergüenza de haber sufrido una guerra
increíble entre hermanos y para enterrar a nuestros muertos juntos». El famoso escultor nunca me quiso decir la cantidad que cobró por las gigantescas cabezas de los evangelistas que figuran al pie de la Cruz, por las virtudes y por la Piedad, pero hay que pensar que fue bien retribuido.
«pasó» de política en el valle. En realidad las dos cruces del Valle son
«vascas». Pedro Muguruza es el «padre» de la del exterior, la de 150 metros, y Beobide de la del interior, la del altar.
la sierra al ver la forma de la rama de una sabina. La sabina es apreciada por su madera hermosa, fuerte y olorosa, ideal para fabricar violines y castañuelas. Pero ahora venía lo más difícil: tenía que buscar alguien capaz de tallar «el Cristo más importante del siglo XX».
Además, lo que él quiere es que ese Cristo, en el altar del Valle de los Caídos, sea el símbolo de la conciliación.
En ese momento el Cristo de Beobide empezó a entrar en la leyenda, y a circular en torno a él una curiosa historia. Para salvar la cara al pobre Beobide se contó que Zuloaga, cuando encarga
al escultor otro Cristo para un americano, le oculta quién es el cliente,
«porque de saber su destino jamás hubiera realizado el trabajo». Una falacia porque Beobide supo pronto para quién y para dónde era el Cristo que le pedía Ignacio Zuloaga.
Y la prueba es el talón, por veinte mil pesetas –lo que entonces costaba un buen piso– que se le ingresa en su cuenta bancaria por orden de Franco, según se le comunica en carta de la Jefatura del Estado fechada en el Palacio de Oriente el 23 de Junio de l941, un año después de la visita del general a Zumaya, y donde se le pide «acuse de recibo».pero al ver que su muerte estaba próxima, su familia y los altos cargos del Estado, incluido el Príncipe Juan Carlos, deciden que su cuerpo descanse en el Valle de los Caídos. Y es el futuro rey quien ha de solicitar el enterramiento a la comunidad benedictina que rige la Basílica.
últimos días de la enfermedad del general, Arias Navarro preguntó a su hija Carmen si se le iba a enterrar en el Valle y la respuesta fue 'No'». Y continúa Prego: «Lo que sí consta es que las obras para acondicionar una tumba al otro lado del altar se realizaron a toda prisa, estando ya el dictador irremediablemente
enfermo».
«Consta también, y hay testimonio de ello, que a comienzos de
los 70, Franco envió a su mujer a visitar la cripta de la ermita
del cementerio de El Pardo, que está adornada por los mismos
artistas que participaron en la decoración del Valle de los
Caídos. Y consta que en esa cripta había una urna funeraria
con capacidad sobrada para dos cuerpos y que, una vez
enterrado Franco en Cuelgamuros, esa urna fue retirada. Y
finalmente consta que allí reposan ahora en solitario los restos
de su viuda, Carmen Polo».
¿Cuántos restos, además de los de José Antonio y Franco, hay de verdad en el Valle de los Caídos? La cifra, siempre discutida, se ha movido de setenta mil a treinta mil. Pero ya está bien de contar muertos. Que descansen todos en paz bajo las dos cruces: la de fuera, del arquitecto vizcaíno Pedro Muguruza, y la de dentro de la Basílica, del escultor guipuzcoano, Julio Beobide.
Lo mejor para no repetir es perdonar. Y olvidar. No puede ser lo de «yo perdono pero no olvido». Hay que olvidar todos los muertos; los mil muertos de ETA y los millares de la Guerra Civil. Este «perdón histórico» y con «olvido colectivo» puede ser, además, «políticamente más correcto».
Como nunca se dieron a conocer datos sobre la construcción de la obra, un informe elaborado en 2006 por el socialista maltés Leo Brincat para el Consejo de la Unión Europea «con objeto de que se condene internacionalmente a la dictadura franquista», insistía en cifras que, después de muchas investigaciones, han sido rectificadas.