Esta década ha sido una pesadilla para Borders, tanto en sus sueños, donde se recreaba una y otra vez el fatídico día, como en la vida real, donde fue conociendo de cerca la depresión y el abuso de sustancias. Tenía 28 años y llevaba un mes trabajabando como banquera en el piso 81 de la Torre Norte. Como otras tantas, huyó de su puesto de trabajo en cuanto impactó el primer avión. Una vez en la calle, tenía dos propósitos: salvar la vida y ver qué estaba ocurriendo. Lo primero lo logró; lo segundo era imposible: una espesa nube de humo nimbaba el World Trade Center. "No podía ver ni la mano que alcé frente a la cara", le cuenta al New York Post. "El mundo enteró se quedó en silencio".
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Guardó la ropa que llevaba aquel día, con polvo incluido. Hoy aún la tiene, pero no sería la única parte de la experiencia que le acompañaría durante los 10 años siguientes: "Perdí el control de mi vida; no trabajé un día en toda la década. Cuando llegó 2011, era un desastre. Me daba pánico ver aviones, y si veía a un hombre en un edificio, estaba segura de que iba a dispararme".
Sin embargo, el pasado mes de abril decidió que había tocado fondo; era hora de poner fin a su dependencia de fármacos. Ingresó en una clínica de rehabilitación. Fue entonces cuando llegó la noticia: Osama bien Laden había muerto. "Llegué a perder sueño por él, soñaba que me bombardeaba la casa. Desde entonces, estoy en paz", confiesa. La noticia fue un empujón combinado con su deseo de estar mejor, con la voluntad que le había llevado a la clínica de rehabilitación.
El 20 de mayo volvió a calle y se mudó con su novio, Donald Edwards. También ha recuperado la custodia de sus hijos: Noelle, de 18 años y Zay-den, de tres. "Los últimos 40 días han sido los mejores desde aquel 11 de septiembre", explica. "He recuperado a mi familia; mis hijos vuelven a tener a su madre".