La directora del colegio de los pequeños Ruth y José rompió a llorar cuando sus ojos se cruzaron con los de José Bretón. Había comenzado el interrogatorio del abogado defensor del padre de los dos hermanos desaparecidos en Córdoba el 8 de octubre de 2011 cuando la directora se derrumbó. El juez le pidió que se tomara su tiempo. La directora no pudo más, y lloró desconsoladamente. Pero se recompuso. Evitó los ojos de Bretón y contestó a Sánchez de Puerta dándole la espalda y mirando al jurado popular. El interrogatorio acabó rápido. Apenas fueron un par de preguntas más. Sin embargo, la directora, aún sollozando, se levantó del banquillo de los testigos, siguió dándole la espalda al procesado, rodeó toda la sala de vistas (llegó a pasar por detrás del público) y salió. Lo hizo para no volver a cruzar sus ojos con los de Bretón, sentado junto a la puerta de salida entre los policías que lo custodian.
Los ojos de Bretón son siempre los mismos. Testigo tras testigo, con pequeñas excepciones, su mirada es idéntica. Inquietante y sin parpadear, Bretón mira directamente a los testigos. Controlador hasta el exceso, sigue el proceso judicial sin apenas inmutarse. Su espalda recta en la silla de madera del banquillo de los acusados. Sus manos, sin esposas, reposan entre las piernas. No las mueven. Sus piernas, rectas, también inmóviles. Su gesto, pétreo. Pasan las horas del juicio yBretón sigue inmóvil. Si se cansa, no se nota. Si se contraria, no lo transmite. Si se inquieta, no lo demuestra. No se mueve. Una sucesión de fotos de la declaraciónde cada uno de los testigos transmite una imagen idéntica de Bretón mirándolos desde su silla. Pétreo. Como una copia de sí mismo un día tras otro, si no fuera porque cambia su indumentaria.
El juez instructor del caso Bretón, José Luis Rodríguez Laínz, ya dibujó en el sumario que el padre de los pequeños Ruth y José es un hombre que ha aprendido el lenguaje gestual de sus declaraciones anteriores. Y que sigue aprendiendo durante la vista que desde el lunes se celebra en la Audiencia Provincial de Córdoba, frente a más de 110 periodistas acreditados y ante casi un centenar de testigos.
El primer día, cuando se constituyó el jurado y las tres partes (Fiscalía, acusación particular y defensa) se dirigieron a las siete mujeres y dos hombres que tienen que decidir si Bretón es culpable o inocente, el padre de los niños muertos hablaba con su abogado constantemente. Un micrófono abierto dejó que se escuchara su apenas perceptible voz. Muy bajito, le decía a su abogado, Sánchez de Puerta, que era imposible que "la morfología" de los huesos del informe forense de Francisco Etxeberria, el que descubrió que eran de niños y no de animales, se correspondiese con los que la Policía sacó de la hoguera. Su abogado le hizo caso y, en su turno, fue una de sus principales armas de defensa: que los huesos examinados por una decena de forenses no se correspondían con los hallados en la hoguera.
Al día siguiente, Bretón supo que se le había escuchado y detectó el ángulo de la cámara que graba el juicio. Desde entonces se dirige a su abogado muy agachado, para que la pantalla del ordenador de Sánchez de Puerta oculte su rostro, y con una mano tapando la salida de sonido del micrófono.
Guionista de su propia historia
Ese día, al día siguiente, Bretón tuvo que declarar. Apenas se salió del guión. Pese a que todas las preguntas de la fiscal y de la abogada de su ex mujer usaban el pasado para referirse a los niños, "¿cómo era el pequeño José, era inquieto, era tranquilo?", Bretón respondíasiempre en presente. Muy al principio, el procesado hizo un amago de llorar cuando fue preguntado si sus hijos le temían. "Mis hijos me quieren con locura", dijo, otra vez en presente. En esa declaración, Bretón casi siempre contestó mirando de frente al jurado popular (algo no habitual, desde luego, en este tipo de procesos). Sin embargo, desde la sala, se veía cómo el acusado no se dirigía a todos los miembros del jurado. Miraba sólo a dos, a los únicos dos hombres.
Bretón domina sus gestos y, sobre todo, su mirada. Con ella, admite el presidente del colegio de Psicología de Córdoba, Antonio Agraz, el procesado quiere mantener el control de lo que pasa en el juicio, como si quisiera somatizar a los testigos. Su exmujer, Ruth Ortiz, lo sabe y por eso pidió declarar ante el tribunal sin que sus ojos se cruzaran con los del que fue su marido, oculto tras un biombo de madera.
Pero los ojos de Bretón no siempre han sido los mismos. El viernes llegó el turno de su familia. Protegidos por su derecho a no declarar para no perjudicar a un familar directo, los padres y los dos hermanos de Bretón se negaron a hablar. Bretón cambió su mirada. Con su padre, muy anciano y que tuvo que ser ayudado por los policías para entrar y salir, extendió su mano para saludar. El padre, octogenario, ni lo vio ni lo oyó y pasó de largo. Con su madre, que le dio dos besos a su llegada y otros dos a la salida, llegó a esbozar una inaudita y tímida sonrisa. A su hermana, Catalina, la saludó con la mirada. Su hermano, Rafael, ni lo miró.
Sin embargo, ha habido excepciones. Durante la declaración de su mejor amigo (que ya no lo es), un guardia civil en activo que reconoció ante el tribunal que para él Bretón "está muerto", el procesado miraba al frente, a un punto lejano de la sala de vistas, como transmitiendo incredulidad. En la testifical de su cuñado, que llegó a decir que le había dicho a sus hijos "que el responsable de la desaparición de sus primos es su tío", Bretón también miró varias veces al frente, a un punto perdido al fondo de la sala. Bretón también hizo un imperceptible gesto con la cabeza cuando su abogado hacía que el testigo entrara en contradicción, como asintiendo, como dándole la razón a Sánchez de Puerta.
A partir de mañana, Bretón se enfrentará a quienes lo miraron de frente, a los que le sostuvieron la mirada pero fueron incapaces de arrancarle nada más allá de que había perdido a sus hijos en el parque Cruz Conde, a la veintena de policías de élite que fueron trasladados a Córdoba para resolver un caso que sigue sobrecogiendo al país.
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