Días atrás, dos honrados delincuentes asaltaron una joyería del barrio de Salamanca de Madrid. La hija del joyero no supo dominar su mal carácter y les hizo frente. Ellos la tomaron para darle su merecido, con toda probabilidad mediante un disparo en la cabeza. Entonces, su padre, el malvado joyero, para salvar la vida de su hija y defender su negocio, disparó contra los encantadores delincuentes, hiriéndolos de gravedad. El malvado joyero ha sido imputado por un delito de homicidio frustrado por el señor juez de guardia. El joyero carecía de permiso de armas e hizo uso de una escopeta que pertenecía a su hija, que sí estaba correctamente documentada con su licencia correspondiente. Resulta indignante la reacción del joyero. Iban a disparar contra la cabeza de su hija, pretendían llevarse todo el oro existente en la joyería – ¡ay, la avaricia!–, y el padre disparó sin tener el permiso de armas. Los pobres atracadores tampoco llevaban los permisos correspondientes, pero en los atracadores, asaltadores y forajidos en general, esa carencia no es fundamental para nuestra justicia.
El malvado y precipitado padre y joyero reaccionó de manera excesivamente violenta. Sabedor de que carecía de permiso de armas, tendría que haberse defendido con los puños, siempre que con sus golpes no pretendiera hacer daño a los incautos atracadores. La única que podía usar el arma, la hija, no pudo hacerlo por hallarse en manos de los asaltantes. Y el padre, saltándose a la torera las leyes, lo hizo con grave imprudencia y extrema celeridad, amén de excelente puntería. Ajustándose a la ley, tendría que haber acudido a una dependencia de la Guardia Civil, la más cercana a la joyería, y examinarse a toda prisa para obtener el permiso, pero tan loable acción cívica conllevaba el peligro de que a su vuelta, su hija estuviera muerta con un disparo en la cabeza y la joyería completamente desvalijada. No obstante, el juez ha considerado que su irreflexiva reacción es merecedora de una imputación por homicidio frustrado. Y como uno de los asaltantes fallezca a causa de las heridas, al malvado padre se le va a caer el pelo en la cárcel. Eso, el buenismo, la comprensión hacia el delincuente, la animadversión por el asaltado, la corrección social de los que incumplen las leyes violentamente y todas esas cosas. Un juez en Andalucía ha absuelto de los delitos de robo y amenazas con violencia a un grupo de malhechores que se dedicaron a asaltar supermercados y allanar propiedades privadas durante este verano. El principal acusado, un parlamentario andaluz apellidado Sánchez-Gordillo, lo hizo en nombre del pueblo, y como el juez también es parte del pueblo, en lugar de procesarlo se lo ha agradecido con enorme cordialidad.
Una portada de «ABC» del año 1988 con un dibujo de Antonio Mingote lo explica a la perfección. Se desangra en una esquina un respetable ciudadano con un puñal clavado en el estómago. Una amable viandante acude en su auxilio, y él, más asustado por lo que le pueda suceder que por lo que le ha sucedido, le ruega a la caritativa señora: «Y sobre todo, por favor, que no se entere el juez de que le he pegado una bofetada al atracador».
Porque en la España de hoy, y también en la del reciente ayer, impedir que asesinen a una hija y desvalijen el negocio dos atracadores violentos es prueba irrefutable de fascismo. Y disparar sin permiso de armas a los asaltantes, un delito gravísimo. Malvado joyero.
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