Así se le llamaba en Fuentes al mes de Noviembre pues este era dedicado total y exclusiva-mente a nuestros fallecidos.
Empezaré diciendo que en todos los hogares se encendía una lamparilla que ardía de forma constante desde el día uno hasta el treinta de dicho mes, ambos inclusive. Esa lamparilla consistía en un redondel de cartulina del tamaño aproximado a los 20 céntimos de Euros actuales, la misma tenía un agujero central en el que se insertaba una especie de mecha de un centímetro y medio de largo y doblada en su parte inferior a fin de sostener un pequeño corcho de diámetro igual, o quizás algo menor, a la cartulina. Todo este conjunto se echaba a flotar en un vaso lleno por mitades de agua y aceite el cual le servía de combustible y era rellenado a medida que se consumía.-
Dicha lamparilla se colocaba en el dormitorio encima de las arcas (antes no había roperos) y era rodeada por estampas de las diversas imágenes según la advocación pretendida o el fervor de la familia a cada una de ellas, pero desde luego su número no era inferior a una docena.
Al mismo tiempo las campanas de la torre doblaban a muertos ininterrumpidamente desde la hora de ánimas, o sea, desde que el día oscurecía y hasta que el siguiente amanecía, así que toda la noche oyendo aquel doblar fúnebre. Digamos que a las personas encargadas de hacer este redoble por nuestros “Fieles Difuntos” les recompensaba el pueblo en dinero y en especie, cada cual contribuía del modo que buenamente podía, para ello la última semana de Octubre estas personas paseaban por todo el pueblo un cesto, para pedir la llamada “chaquetía” llegándose con él a todas y cada una de las casas. Cada familia daba sin mezquindad y con la largueza que sus escasas posibilidades económicas les permitían, así que mayoritariamente membrillos, granadas, racimos de uvas de cuelga, melones y sandías de invierno, y también higos pasados eran precipitados al fondo del cesto, algún dinero, pero creo que pocos dada las extrema escasez del momento.
Para que se hagáis una idea de conjunto de todo aquello, especialmente para el que no lo vivió, ya que aún no había nacido, podéis figuraos noches de lluvia y viento con las calles oscuras como boca de lobo, sin luz, ya que los apagones en estas fechas eran normales y continuados; en casa, alumbrados con la llama de la candela o de un candil daban sombras fantasmagóricas y en el dormitorio cada noche esa lamparilla rodeada de imágenes que nos recordaba continuamente que estábamos en el “Mes de Difuntos” y por tanto de las Animas del Purgatorio.
Dios las tenga en su gloria y les haya dado a cada una su merecido descanso eterno pero a nosotros, los niños de la época, el miedo, y el respeto a todo aquello, nos sobrecogía el corazón por cuanto no podía ser más triste, serio, melancólico y lúgubre.
Modernamente hemos importado eso de Halloween. Pero yo creo que nadie de fuera ha inventado nada que pueda ser comparable a lo nuestro. El sentido de uno y otro es totalmente distinto.
Como tantas otras cosas así lo viví y así trato de contároslo hoy. Tal cual.-
Bueno, menos mal que al mes siguiente era la Navidad la que era recibida por todos con alborozo e indescriptible alegría. Días de pollo en salsa y arroz con leche. Ya contaba otro día cómo se celebraban esas fechas tan entrañables y familiares en nuestro pueblo.
De Ignacio Nuñez Ventura
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