domingo, 17 de mayo de 2015

El secuestrador de Colmenar: «Quiero hablar por la televisión, luego si queréis me pegáis un tiro»

El secuestrador de Colmenar: «Quiero hablar por la televisión, luego si queréis me pegáis un tiro»
Alejandro llevaba más una semana renqueante, atribulado, entre otras cosas, porque la camarera de su bar le anunció que tenía que dejar el trabajo. Se angustió como un delfín en una bañera, atrapado, sin ver la salida. Necesitaba que alguien, además de él, atendiese la barra y las mesas. Una joven probó un día, pero desbordada, anunció al día siguiente que no seguiría. Al frente del restaurante La Colmena, de Colmenar del Arroyo, una pequeña localidad al norte de Madrid, volvieron a quedar solos Alejandro y su cocinera. Salvaron como pudieron el pasado fin de semana, corriendo para atender a los clientes que poblaban las mesas, sin un instante para descansar. El lunes transcurrió sin pena ni gloria.
El martes 12 de mayo le vieron dando un manguerazo a la terraza de su bar. «Era pronto, las seis de la mañana o así. A mí me pareció que estaba despistado porque había empapado el suelo», apunta un vecino madrugador. Una hora después Alejandro comenzó a servir sus primeros cafés a los parroquianos habituales. El panorama era el normal: alguna conversación, el ruido de la televisión de fondo y de vez en cuando los golpes del metal para vaciar el cargador de café y la máquina funcionando después de rellenarlo. Cuando la intensidad de trabajo bajó un poco, Alejandro llevó a su sobrina en coche a la parada del autobús, como siempre, y la dejó allí. Después se citó con un amigo, cuyo hijo pequeño es alumna de la guardería del pueblo. «Cada día un padre se encarga de colaborar con algo de comida para los niños. Mi tío, para hacerle un favor, cargó la fruta y acompañó a este hombre y a su hijo a la guardería sobre las diez y media de la mañana» comenta un familiar de Alejandro. «Entraron, el niño iría a su clase, ellos dejaron las naranjas y el señor se fue. Mi tío dijo que quería hablar con una de las cuidadoras». No ha trascendido el contenido de la conversación, pero Alejandro se fue alterando. Algunos padres que iban a dejar a sus hijos vieron la escena pero no le dieron mayor importancia, hasta que el empresario anunció su intención de cerrar la guardería. El hombre se abalanzó sobre un pequeño cajetín blanco mal colgado en la pared que guardaba todas las llaves, con tan buena suerte que se desprendió y cayó al suelo. La cuidadora aprovechó el momento para hacer gestos y avisar a sus compañeras de que desalojasen las aulas. Lo hicieron y también llamaron a la Guardia Civil. Alejando, mientras, trataba de averiguar cuál era la llave que cerraba la puerta principal. Estaba tan ido que, a pesar de que tiene un letrero identificativo, fue incapaz de localizar la llave. Nervioso, desistió. Agarró una flor, que los pequeños habían realizado como manualidad, y con el rabo de alambre trató de cerrar las puertas.
Casi no había terminado cuando la Guardia Civil se presentó en el lugar. Todos los profesores y los alumnos escaparon del centro. Todos menos uno. Antonio (nombre ficticio), de dos años, se escurrió del grupo y acabó junto a Alejandro. El empresario, quizá en un brote psicótico o porque no supo salir de la espiral en la que se había metido, se encerró dentro del baño infantil con el pequeño. Descolgó el teléfono y llamó al 112. LA RAZÓN ha tenido acceso a la grabación:
–Tienen una alerta en Colmenar del Arroyo.
–¿Cómo?
–Una alerta en una guardería de Colmenar del Arroyo.
–¿Calle?
–Constitución.
–¿Qué ocurre?
–Tengo retenido a un niño.
–¿Por qué?
–Porque sí. Quiero que venga una cadena de televisión.
La comunicación se cortó y minutos después, mientras los guardias se desplegaban por el interior de la guardería, Alejandro volvió a llamar. El operador descolgó el teléfono, pero el empresario, enfrascado en una conversación con el primer guardia civil que había llegado, se olvidó de colgar.
Alejandro: «Oye, esto está tardando mucho (el equipo de televisión). Se me va de las manos». Hay unos segundos de silencio porque la voz del guardia no se registra. «No vais por mi camino. Quiero irme». Silencio. «El niño está inquieto y es vuestra culpa. Estáis pasando de todo». Silencio. «No quiero que el niño se mueva del suelo. ¿Me podéis traer unos dibujos para que pinte, por favor?» Silencio. «Quiero que me traigáis una cadena de televisión. Id adelantando algo. Estáis perdiendo el tiempo y el tiempo no es un problema para mí». Silencio. «Quiero que se me escuche en una televisión, quiero verme y oírme. Mis condiciones son que me traigáis a un periodista y quiero una televisión aquí para poder verme, y si no hay se la coges a un vecino». Silencio. «Traedme unas chuches para el niño. Quiero unas chuches». Silencio. «Vosotros no me vais a matar. En cuanto salga de aquí los que me van a matar son los padres». Silencio. «Quiero hablar por la televisión, hablar de Estado, luego si queréis me pegáis un tiro».
La conversación sigue por los mismos derroteros durante las cuatro horas y media que dura la detención ilegal. Finalmente, Alejandro, probablemente en un momento de lucidez, decide entregarse él y al niño a los agentes de la Guardia Civil. «Mi tío es una persona muy generosa y muy buena gente. Te lo puede decir todo el pueblo. Nosotros creemos que se le cruzaron los cables, que se vio superado por la situación y cortocircuitó de repente. En contra de lo que se ha dicho, Alejandro no lo premeditó. El cutter que llevaba lo cogió de la misma escuela. No lo llevaba consigo. La estupidez que cometió se le debió ocurrir de pronto, pero lo conozco y no puedo imaginar que le hubiera hecho daño al niño. Quiso llamar la atención, seguro, y menos mal que todo terminó bien», insiste este familiar.
Casi una semana después, el bar La Colmena sigue cerrado. José, el hermano de Alejandro, ha tratado de ponerse en contacto con los padres de Antonio para pedirles disculpas. A pesar de que lleva el mismo apellido, Blázquez, ni se esconde ni se arruga. Sabe que su hermano actuó mal: «Estoy seguro de que estará muy arrepentido de lo que ha hecho. Ya ha preguntado preocupándose por el niño y por si se encuentra bien. Además de con los padres de Antonio, queremos disculparnos con el pueblo por lo ocurrido». Ahora lo único que busca la familia de Alejandro es que esta mala pesadilla pase y la normalidad se asiente sobre las calles de Colmenar del Arroyo.

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