Arantxa acaba de salir del cole. Es una niña vivaz, animada, alegre. Y muy alta, de hecho, con cerca de 1,5 metros, es la más alta de su curso. “Incluso ya casi me alcanza a mí”, dice su madre, con orgullo. Le gustan la plástica y la música, aunque le cuesta un poco sentarse a hacer los deberes. Pero lo tiene muy claro: “De grande quiero ser veterinaria, me encantan los animales”, dice, decidida. Es reconfortante ver su vitalidad y su entusiasmo, como el de todos los niños de su edad.
Arantxa es una niña como cualquier otra. Pero no, también es alguien especial. Tiene otra estrella. Porque ella es un poderoso símbolo que nos recuerda la fuerza vital que puede resistir a la peor barbarie. El 24 de mayo cumplirá 10 años, tras sobrevivir junto con su madre, entonces embarazada de siete meses, a los brutales atentados del 11-M.
Aquel jueves de marzo de 2004, en la estación de El Pozo, Cristina Mora Palomo, con su enorme y redonda barriga de avanzado estado de gestación, se quitó de encima los trozos del vagón hecho pedazos y, esquivando hierros y cadáveres, saltó del tren, guiada por el poderoso instinto de proteger a su niña. “Aún hoy me sigo acordando, casi todos los días, de lo que pasó ese día”, dice con una mirada distante que parece evocar aquellos duros recuerdos.
Todo fue excepcional esa mañana. Normalmente, Cristina tomaba el tren de las 10 para ir al trabajo, pero el 11 de marzo tenía que ir más temprano. Además, Antonio, entonces su marido, solía acompañarla: “Ese día, por suerte, no vino”. Ya en la estación, subió al tren y en seguida se produjo una primera explosión. “Me di la vuelta para taparme la barriga y entonces sentí la segunda … fue muy cerca y noté cómo se vino hacia mí”, relata. El estallido se produjo dentro de un vagón de dos pisos y la parte de arriba se derrumbó: “En ese momento, sólo pensé en la niña… No sé cómo lo hice, pero me quité las cosas que me habían caído encima y salí del vagón”.
“Me costó mucho poder volver a subirme a un tren, especialmente a uno de dos pisos”, explica. Un día, con una amiga, tenían que ir a un trabajo y no tenían más remedio que tomar el tren. “Entonces vino uno de dos pisos y yo le pedí a mi amiga que esperáramos al siguiente”. Pero el segundo también fue uno de dos pisos y también lo dejaron pasar. “Entonces vino el tercero, y no me lo podía creer, pero era de dos pisos”. Ya estaban llegando tarde al trabajo, así que no tuvo más opción que subirse. “Me agarré con todas mis fuerzas de la baranda durante todo el trayecto, por suerte eran sólo tres paradas”, dice. “Al final fue todo un reto, pero lo conseguí”, afirma aliviada.
Arantxa es una niña como cualquier otra. Pero no, también es alguien especial. Tiene otra estrella. Porque ella es un poderoso símbolo que nos recuerda la fuerza vital que puede resistir a la peor barbarie. El 24 de mayo cumplirá 10 años, tras sobrevivir junto con su madre, entonces embarazada de siete meses, a los brutales atentados del 11-M.
Aquel jueves de marzo de 2004, en la estación de El Pozo, Cristina Mora Palomo, con su enorme y redonda barriga de avanzado estado de gestación, se quitó de encima los trozos del vagón hecho pedazos y, esquivando hierros y cadáveres, saltó del tren, guiada por el poderoso instinto de proteger a su niña. “Aún hoy me sigo acordando, casi todos los días, de lo que pasó ese día”, dice con una mirada distante que parece evocar aquellos duros recuerdos.
Todo fue excepcional esa mañana. Normalmente, Cristina tomaba el tren de las 10 para ir al trabajo, pero el 11 de marzo tenía que ir más temprano. Además, Antonio, entonces su marido, solía acompañarla: “Ese día, por suerte, no vino”. Ya en la estación, subió al tren y en seguida se produjo una primera explosión. “Me di la vuelta para taparme la barriga y entonces sentí la segunda … fue muy cerca y noté cómo se vino hacia mí”, relata. El estallido se produjo dentro de un vagón de dos pisos y la parte de arriba se derrumbó: “En ese momento, sólo pensé en la niña… No sé cómo lo hice, pero me quité las cosas que me habían caído encima y salí del vagón”.
“Me costó mucho poder volver a subirme a un tren, especialmente a uno de dos pisos”, explica. Un día, con una amiga, tenían que ir a un trabajo y no tenían más remedio que tomar el tren. “Entonces vino uno de dos pisos y yo le pedí a mi amiga que esperáramos al siguiente”. Pero el segundo también fue uno de dos pisos y también lo dejaron pasar. “Entonces vino el tercero, y no me lo podía creer, pero era de dos pisos”. Ya estaban llegando tarde al trabajo, así que no tuvo más opción que subirse. “Me agarré con todas mis fuerzas de la baranda durante todo el trayecto, por suerte eran sólo tres paradas”, dice. “Al final fue todo un reto, pero lo conseguí”, afirma aliviada.
Doble cumpleaños
Durante varios años, cuando llegaba el 11-M, madre e hija solían tomarse el día para hacer un plan especial, para celebrar esta segunda oportunidad de la vida. “Este año también lo celebraremos, haremos una tarta, con 10 velas”, dice Cristina. “Me suelen llamar para felicitarnos, es como otro cumpleaños, para las dos”.
Desde que se lo contaron a Arantxa hace unos tres años, el 11-M ya es una historia normalizada en la familia. “Ella empezó a preguntarme ‘¿mamá qué paso?’… Ahora se lo cuenta a sus amigas, lee los reportajes que se publicaron”, dice. Y añade: “Pero ella y sus amigos lo viven con más naturalidad, no les afecta tanto”. Aunque sí es consciente del revuelo y de la atención que genera: “Hoy les contaba entusiasmada a sus amigos: ‘va a venir un periodista a casa’”.
Desde que se lo contaron a Arantxa hace unos tres años, el 11-M ya es una historia normalizada en la familia. “Ella empezó a preguntarme ‘¿mamá qué paso?’… Ahora se lo cuenta a sus amigas, lee los reportajes que se publicaron”, dice. Y añade: “Pero ella y sus amigos lo viven con más naturalidad, no les afecta tanto”. Aunque sí es consciente del revuelo y de la atención que genera: “Hoy les contaba entusiasmada a sus amigos: ‘va a venir un periodista a casa’”.
Cuidar y curar
Arantxa pasa alegremente a los saltos con un papel entre sus manos. Es un lindo dibujo de unos tigres en distintas posiciones. ¿Sin color? “Es que son blancos”, contesta con desparpajo. “Ella es así, muy práctica”, añade la madre. “Es muy imaginativa, tiene sus personajes, hace cómics… aunque debería estudiar un poco más”, se queja. Pero Arantxa se muestra decidida, tiene muy claro lo que le gusta y lo que quiere ser. “De mayor quiero ser veterinaria, me encantan los animales”, dice. Aunque no es lo único. “También me gusta hacer poemas, hacer rimas”.
No se ve en Arantxa la más mínima secuela de aquel 11 de marzo. En un principio, su madre temió que pudiera tener algún problema auditivo a causa del fuerte estruendo de la explosión, que sí destrozó el oído derecho de Cristina. “Casi no puedo oír con ese oído. Un día Arantxa me dijo tras una clase en el cole ‘mamá a ti te faltan todos esos huesitos que van ahí adentro”. Afortunadamente, la niña puede oír perfectamente. “Es muy buena, hace caso, aunque también tiene su genio”, dicen los abuelos de Arantxa, que son un pilar fundamental de esta familia. Algo cada vez más frecuente en España, tras largos años de prolongada crisis y tasas de 26% de desempleo. De hecho, Cristina no ha podido escapar de este drama y se encuentra en paro desde hace casi un año.
No se ve en Arantxa la más mínima secuela de aquel 11 de marzo. En un principio, su madre temió que pudiera tener algún problema auditivo a causa del fuerte estruendo de la explosión, que sí destrozó el oído derecho de Cristina. “Casi no puedo oír con ese oído. Un día Arantxa me dijo tras una clase en el cole ‘mamá a ti te faltan todos esos huesitos que van ahí adentro”. Afortunadamente, la niña puede oír perfectamente. “Es muy buena, hace caso, aunque también tiene su genio”, dicen los abuelos de Arantxa, que son un pilar fundamental de esta familia. Algo cada vez más frecuente en España, tras largos años de prolongada crisis y tasas de 26% de desempleo. De hecho, Cristina no ha podido escapar de este drama y se encuentra en paro desde hace casi un año.
Conservar la memoria
En estos momentos de aniversarios de años redondos se pone de manifiesto, por contraste, la falta de memoria histórica que predomina en una buena parte de la sociedad española y también en las instituciones que deberían velar por preservarla. “Me sorprende que el 11-M se ha olvidado muy rápidamente”, sostiene Cristina. “Ahora sí, con los cinco años, con los diez… pero debería recordarse todos los años. Es algo que sigue siendo muy importante para mucha gente que ha sido víctima, para los familiares de los que han fallecido”, afirma. “¿Ahora qué? ¿Deberemos esperar hasta los 20 años para que se vuelva a recordar el 11-M?”. “Esto no pasa con otras cosas, como el 23-F”, dice. Y añade: “Esto es también importante para los que lo sufrimos más de cerca. Aquí en el barrio también se ha olvidado, no se habla de esto, los 11 de marzo son un día más”.
También pide mayor atención para los barrios de la tragedia. “Se presta atención a Atocha, pero nadie se acuerda de El Pozo y de Santa Eugenia. Aquí vinieron solamente cuando pusieron un monumento en la estación de El Pozo, y ya, nunca más”. Al menos, este año de décimo aniversario, desde el Gobierno le enviarán una medalla conmemorativa en calidad de víctima. En casa de Cristina y en la de sus padres sí que se mantiene vivo el recuerdo. En una vitrina, primorosamente plastificado, está uno de los reportajes que se publicaron tras el 11-M, con la fotografía en primer plano de una madre sonriente junto a su hija recién nacida. “Esta página plastificada la tenemos todos los miembros de mi familia, mi hermano la tiene en la taquilla de su trabajo, incluso estaba en el trabajo de mi padre, a la vista de todos”. Formas de recordar un hecho excepcional para esta familia que lo vivió muy de cerca, pero también un importante grano de arena para mantener la memoria de uno de los acontecimientos más dramáticos y trascendentes de la historia reciente de España.
También pide mayor atención para los barrios de la tragedia. “Se presta atención a Atocha, pero nadie se acuerda de El Pozo y de Santa Eugenia. Aquí vinieron solamente cuando pusieron un monumento en la estación de El Pozo, y ya, nunca más”. Al menos, este año de décimo aniversario, desde el Gobierno le enviarán una medalla conmemorativa en calidad de víctima. En casa de Cristina y en la de sus padres sí que se mantiene vivo el recuerdo. En una vitrina, primorosamente plastificado, está uno de los reportajes que se publicaron tras el 11-M, con la fotografía en primer plano de una madre sonriente junto a su hija recién nacida. “Esta página plastificada la tenemos todos los miembros de mi familia, mi hermano la tiene en la taquilla de su trabajo, incluso estaba en el trabajo de mi padre, a la vista de todos”. Formas de recordar un hecho excepcional para esta familia que lo vivió muy de cerca, pero también un importante grano de arena para mantener la memoria de uno de los acontecimientos más dramáticos y trascendentes de la historia reciente de España.
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