Brooke Greenberg apenas pesaba siete kilos y seguía durmiendo en su cuna, a pesar de contar con 20 años. Esta joven de Maryland sufría una enfermedad extremadamente rara que impidió que su cuerpo y su cerebro se desarrollaran más allá de los dos años. Sin embargo, ella nunca se rindió y siguió derrochando su simpatía y sus ganas de vivir. Su padre, Howard Greenberg, confirmó a la prensa americana que su hija murió la semana pasada a consecuencia de una dolencia pulmonar. "Vamos a recordarla cada día. Era una niña muy, muy especial".
La joven sufría un trastorno conocido como Síndrome X, del que únicamente se conoce su caso en todo el mundo. "Era una entre 6.700 millones", señaló su padre. Sus órganos y tejidos dejaron de crecer y su aspecto, tamaño y capacidad mental se correspondían con los de una niña de no más de dos años. Incluso conservaba sus dientes de leche. Nunca pudo llegar a hablar, pero aún así era capaz de comunicar sus deseos y necesidades utilizando algunos gestos y sonidos e incluso, explicaron sus hermanas, se rebelaba como un adolescente en plena edad del pavo. Lo único que mantenía su ritmo natural de crecimiento era el pelo y las uñas, según un informe médico facilitado por la cadena ABC, que dio a conocer la historia de Brooke y su familia en 2009.
A lo largo de los años, la joven sufrió una serie de complicaciones que dificultaron más aún tanto su vida como la de su familia. Sus padres y sus tres hermanas se han desvivido por atenderla durante estas dos décadas, aunque eso implicara pasar largas temporadas cuidando de ella en el hospital. En sus primeros años de vida, padeció de úlceras en el estómago, que complicaban mucho su alimentación. Además, fue víctima de un derrame cerebral y de un inexplicable letargo que le hizo dormir en una ocasión durante más de dos semanas. Los médicos estaban desconcertados ante este cuadro, que solo pudieron achacar a un tumor cerebral, con el peor diagnóstico posible. Su familia comenzó los preparativos para el funeral, cuando de repente abrió los ojos. Los médicos no pudieron detectar la existencia de ningún tumor.
Uno de los doctores que la atendió, Richard Walker, señaló el cerebro de la niña apenas había experimentado ningún cambio a lo largo de sus 20 años de vida. De hecho, su extraordinario caso hizo pensar a los científicos en la posibilidad de descubrir los secretos del envejecimiento. Si lograban descifrar la mutación genética que hacía a Brooke como era, quizás podrían trasladar esos mecanismos al laboratorio y probarlos en animales.
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