Juan Torres López
Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla
En los últimos meses se ha dado gran importancia a las elecciones alemanas de hoy domingo, considerándolas precursoras de un cambio de políticas en Europa pero creo que no la van a tener, pues me parece que la situación política y económica no variará mucho allí ni en Europa, sea cual sea su resultado.
Una nueva victoria de los conservadores no sólo no modificará la política de Merkel, sino que incluso es posible que lleve a debilitar el impulso que su gobierno había dado a la economía en los últimos meses para mejorar su imagen ante el electorado y a reforzar su fundamentalismo. Y no cabe esperar ni siquiera alguna tímida reformulación del discurso europeo si no se endurece con firmeza la posición de otros socios de la eurozona.
Tampoco cambiarían mucho las cosas con una victoria socialdemócrata, a estas alturas poco previsible, o incluso de Los Verdes. Aunque en sus programas tratan siempre de diferenciarse de los democristianos y ahora proponen la puesta en marcha de una especie de nuevos planes Marshall para reactivar las economías, si llegaran de nuevo a gobernar no se alejarían de lo que ha hecho y volverá a hacer Angela Merkel.
Así será porque los partidos políticos gobernantes en Alemania son materialmente esclavos desde hace mucho tiempo de la clase empresarial y financiera que es quien de verdad marca el paso de la política en aquel país. No se olvide que fueron los socialdemócratas quienes pusieron en marcha las reformas reaccionarias que han originado el gran incremento de la desigualdad y del deterioro actual de las clases trabajadoras alemanas, y es bien sabido que sus posiciones sobre Europa, el euro o la estrategia del Banco Central Europeo no difieren prácticamente en nada de las que mantiene la derecha más recalcitrante.
Y no habrá cambios porque lo que los grandes poderes económicos han puesto sobre la mesa aprovechando la crisis económica y lo que ahora se dilucida en Alemania y en toda la Unión Europea no es otra cosa que el cambio radical del modelo social, es decir, una alteración profunda del equilibrio de fuerzas sociales y, por tanto, una redefinición de los derechos económicos e incluso políticos de los ciudadanos.
Es un objetivo muy distinto a las preferencias ciudadanas mayoritarias, tal y como demuestran todo tipo de encuestas, y eso hace que las instituciones representativas en donde puedan reflejarse resulten cada día más incómodas para los grandes poderes económicos. Es por eso que éstos últimos vienen impulsando por todos los medios a su alcance el desmantelamiento de la democracia en toda Europa, como ha denunciado entre otros el gran filósofo alemán Jürgen Habermas, pues sólo así se pueden imponer las políticas que llevan a ese cambio de modelo y que son tan contrarias a las que desea que se apliquen la inmensa mayoría de la población.
No caben, pues, grandes cambios tras la contienda electoral en Alemania.
Los grandes grupos de presión se han cuidado mucho de impedirlo sobre todo generalizando un discurso político cargado de mentiras que poco a poco cala en toda Europa y particularmente en Alemania para ir conformando una ciudadanía sumisa y convencida de que lo que proponen para su beneficio los grandes grupos financieros es justo lo que más interesa a los de abajo.
Las elecciones generales que hoy se celebran en Alemania tienen mucho que ver con todo ello porque son precisamente las grandes corporaciones y grupos financieros de ese país los que más combativamente impulsan ese cambio de modelo social y porque la población alemana ha sido especialmente bombardeada y convencida por las mentiras y engaños en las que se envuelve su puesta en marcha.
Si hay europeos que están siendo especialmente engañados son los alemanes y si alguien engaña más que otros a los demás europeos son los dirigentes políticos y económicos alemanes.
Se engaña a los alemanes al hacerles creer que Alemania es la que financia al resto de Europa, cuando resulta que sus grandes empresas y bancos han sido desde hace años los grandes beneficiarios de una construcción europea y del euro mal diseñados por haberse hecho a su medida. Alemania no es generosa sino que aprovecha su inmenso poder para tratar de someter a los demás, otra vez, en un espacio económico que sus grandes grupos económicos consideran suyo en toda Europa.
Se les engaña cuando se les hace creer que el despilfarro y la irresponsabilidad de los ciudadanos de otros países han sido los que han producido la crisis y los males que se sufren, cuando la verdad es que han sido los bancos alemanes quienes han financiado sin miramiento ni medida las burbujas y los excesos que han destrozado las economías para engordar durante años, eso sí, sus cuentas de resultados.
Se les engaña cuando se les hace creer que son otros países quienes se aprovechan del esfuerzo y los ingresos de los trabajadores alemanes cuando en realidad son sus propios grupos de poder económico y financiero los que han impuesto a su favor políticas que crean creciente desigualdad y más pobreza y los que han colocado fuera de Alemania el colosal excedente que han obtenido de sus trabajadores en los últimos años.
Se engaña a los alemanes cuando se les dice que su modelo social es insostenible por culpa de Europa y del coste de la solidaridad con otras naciones cuando en realidad si hay problemas de financiación es por la cada vez menor contribución de los propietarios de capitales alemanes a la financiación de los intereses colectivos y por la colocación de los excedentes que obtienen fuera de Alemania.
Se les engaña cuando se les dice que han de trabajar más que los trabajadores de cualquier otro país cuando las estadísticas muestran que si bien pueden ser más productivos en los sectores de vanguardia por el mayor avance de sus economías, trabajan menos, afortunadamente para ellos, aunque por cierto, cada vez en peores condiciones de trabajo e ingreso.
Se engaña a los alemanes y los dirigentes alemanes están engañando a los ciudadanos europeos cuando se les dice que las políticas de austeridad son la mejor forma de salir adelante y que además son necesarias por la deuda de otros países, cuando Alemania la ha tenido siempre más elevada que muchos de ellos y cuando es una evidencia clamorosa que estas políticas empobrecen a toda Europa y, a la postre, a los propios trabajadores alemanes y cuando sólo están sirviendo para justificar la privatización y la desaparición de servicios públicos y derechos sociales.
Se engaña a los alemanes y los dirigentes alemanes engañan a toda Europa cuando se les dice que la deuda que hay que reducir deriva de excesivo gasto público dedicado al bienestar social cuando en realidad procede de los intereses gigantescos que se pagan a los bancos privados al imponer un banco central en Europa que no lo es y que sólo sirve para apoyar y salvar a los bancos privados.
Se engaña a los alemanes y los dirigentes alemanes engañan a los europeos normales y corrientes cuando se les dice que países como Grecia, Portugal o España requieren ayudas o rescates multimillonarios para sacarlos adelante cuando en realidad esos rescates sólo sirven para salvar a los bancos alemanes o a las grandes empresas que viven de hacer inversiones imperiales en el resto de Europa, en muchos casos promoviendo y financiando todo tipo de prácticas corruptas.
Se engaña a los alemanes y los dirigentes alemanes engañan a los europeos cuando se les dicen que hay que rebajar salarios para crear empleo y de esa forma sólo se consigue que aumente el beneficio empresarial y la pobreza; o que hay que flexibilizar los mercados laborales, cuando eso sólo se traduce en mayor poder de negociación de los grandes empresarios pero no en más sino en peor empleo; o que hay que reducir el gasto público cuando cada vez son mayores sus aventuras y gasto militares o los gastos financieros que graciosamente se pagan a los bancos privados.
Se engaña a los alemanes y los dirigentes alemanes engañan a todos los ciudadanos cuan se presentan como justos y eficientes reclamando estrictas condiciones de pago a los ahora sus deudores. Ocultando que países como Grecia fueron generosos con Alemania cuando era ésta quien tenía que pagar su deuda.
No cabe esperar grandes cambios de estas elecciones alemanas porque se están celebrando en medio de un cinismo institucional gigantesco, en el marco de una colosal estafa intelectual y política que no se puede combatir en el seno de instituciones que han dejado de ser democráticas o por gobiernos que son marionetas de los grupos financieros y grandes empresarios.
La estrategia de la mentira triunfa, y desgraciadamente de forma muy particular en Alemania, gracias al poder inmenso que han acumulado las clases más ricas. La riqueza del 10% más rico de Alemania, por ejemplo, pasó del 45% del total en 1998 al 53% en 2008, la del 40% siguiente del 46% al 40% y la del 50% más pobre del 4% al 1%.
Eso es lo que explica que a pesar de que el 70% de los alemanes afirma ser consciente y repruebe la injusticia que conllevan las actuales políticas económicas y laborales vuelva con toda probabilidad a votar en su gran mayoría a los partidos que las llevan a cabo.
En Alemania, como en los demás países europeos, han conseguido convertir a los ciudadanos y ciudadanas titulares de derechos en los “súbditos dóciles” de los que decía el gran Thomas Mann en La Montaña Mágica “que demuestran en toda oficina y en todo local de servicio el respeto debido a la autoridad”.
Cuando los votantes hayan dejado de ser dóciles e ingenuos como vienen siendo la mayoría de los alemanes y europeos en general, y cuando se enfrenten antes con decisión a las autoridades corruptas y totalitarias que nos gobiernan, las elecciones empezarán a tener otro significado y entonces sí que abrirán paso a verdaderos cambios políticos.
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