Una vez más los sindicatos y los partidos de izquierda han llamado a huelgas y manifestaciones en contra de la política educativa del Gobierno de la Nación. Como siempre que se convocan acciones de este tipo los promotores han elegido unos sencillos eslóganes para que los posibles participantes puedan corearlos con sus gritos y para que, en el caso de que algún ingenuo viandante les pregunte qué es lo que piden, puedan contestar algo. Esta vez los eslóganes eran dos: «Contra los recortes» y «Contra la ley que el Gobierno está preparando».
Hay que saber que el único «recorte» que ha habido en Educación es pasar de 18 a 21 horas de clase las que tiene que dar a la semana un profesor de Secundaria. Y los que vociferan contra la «ley que está preparando el Gobierno» tienen que saber, antes de nada, que el Gobierno goza de una amplia mayoría absoluta, entre otras razones porque llevaba en su programa la elaboración de una ley que acabe con el calamitoso estado de la educación en España. El Gobierno tenía y tiene ese compromiso de restaurar en nuestros colegios e institutos el valor del estudio, el reconocimiento del mérito, la autoridad del profesor y la importancia de la transmisión de saberes. Y si algo se le podría reprochar al Gobierno es el exquisito cuidado que está teniendo para escuchar a todos los sectores involucrados en la enseñanza, lo que está retrasando esa ley tan necesaria.
Choca en estas protestas su carácter absolutamente inmovilista y retrógrado. Porque nadie en España tiene hoy la menor duda de que nuestro sistema educativo, diseñado por los socialistas con el apoyo de comunistas y nacionalistas en la Logse de 1990, no funciona. Y que quede claro que, a pesar de haber estado el Partido Popular nueve años en el Gobierno, este diseño socialista de la Educación en España no ha cambiado en estos 23 años.
Es un marco educativo basado, no en la igualdad de oportunidades, sino en la igualdad de resultados, algo que, como es lógico, sólo se puede conseguir rebajando hasta extremos inimaginables el nivel académico de lo que se enseña. Ese falso igualitarismo lleva a que los alumnos no se esfuercen, a que los profesores se desmoralicen y a que los resultados académicos sean cada vez más pobres.
Para saber que no funciona podemos escarbar en los negativos datos que proporcionan todas las evaluaciones externas, como PISA, o internas, como los resultados recientes de los exámenes para profesores en la Comunidad de Madrid. Pero también podemos mirar ese 57,2 por ciento de paro juvenil que dice mucho de la gravedad de nuestra crisis económica, pero también de un sistema educativo profundamente ineficaz.
Llevamos ya 23 años con un marco educativo inadecuado, y eso quiere decir que hay ya muchos millones de españoles que lo han sufrido y que toda su vida van a cargar con el lastre de no haber aprendido lo que tenían que haber aprendido en sus muchos años de escolarización.
Llevamos ya 23 años con un marco educativo inadecuado, y eso quiere decir que hay ya muchos millones de españoles que lo han sufrido y que toda su vida van a cargar con el lastre de no haber aprendido lo que tenían que haber aprendido en sus muchos años de escolarización.
Ante este fracaso evidente y continuado cualquiera puede pensar que algo hay que cambiar. Pues no. Los militantes y dirigentes de los sindicatos y partidos de la izquierda española, aferrados a sus anticuados dogmas, siguen erre que erre en su defensa de políticas educativas que la práctica ha demostrado profundamente erróneas. Sus dogmas igualitaristas han acabado por ser el mayor enemigo de la igualdad de oportunidades y de la posibilidad de promoción social que siempre debe ofrecer un sistema educativo. Porque un sistema que no es exigente con los alumnos impide que los que provienen de las familias más desfavorecidas económicamente puedan acceder a las oportunidades que siempre tendrán los de familias más pudientes.
Cuando veo tanta irresponsabilidad en los dirigentes socialistas me acuerdo siempre del socialista Tony Blair. Blair ganó sus primeras elecciones en 1997, poniendo fin a 18 años de gobiernos conservadores en Gran Bretaña, con un único punto en su programa, Education, education, education! (creo que no es necesaria la traducción). Y su apuesta educativa no fue cambiar lo que habían hecho los conservadores los años anteriores, sino profundizar y avanzar aún más en las líneas que habían marcado los tories desde los años de Margaret Thatcher.
Y es que Tony Blair tuvo la grandeza de declarar que no estaba dispuesto a que permanecer fiel a unos dogmas antiguos le impidiera tomar decisiones que pudieran favorecer a los ciudadanos británicos. Por eso impulsó reformas al margen de la tradición de los laboristas. Porque sabía que las líneas de política educativa de Thatcher eran mucho más eficaces para la educación de los alumnos ingleses que las fracasadas políticas que habían inventado y puesto en práctica los laboristas en los años sesenta con Harold Wilson. Y hay que señalar, precisamente, que los pedagogos y políticos socialistas españoles que diseñaron la malhadada Logse en los años ochenta se inspiraron en los modelos de los laboristas ingleses de principios de los sesenta, que veinte años después ya estaban en entredicho en Gran Bretaña.
Desgraciadamente para España, la grandeza política y el patriotismo de Tony Blair no abundan en las filas de nuestros actuales «progres», que siguen aferrados a dogmas pedagógicos y políticos que han condenado a la ignorancia a muchas promociones de escolares españoles.
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