Vivimos en un país en el que las esperanzas de libertad, Constitución, simple normalidad, que no hace tanto crecieron, se tornan en pesimismo cuando leemos los periódicos por la mañana. Ganar unas elecciones por mayoría absoluta parece que no significa nada. Los que perdieron parecen contentos con su detestable política anterior, que les trajo el desastre, y aún con su alianza, tácita o explícita, con los enemigos declarados de la nación y del Estado. Los vencedores se muestran acobardados ante los energúmenos, ceden y ceden para evitar males mayores. La corrupción parece igualarnos a todos, aunque a veces no sea otra cosa que mera sospecha calculada. Hay como un molino de viento de desgracias que sopla, parece, sobre todos. Con notable injusticia. Como mucho, tratamos de cerrar los ojos y de pensar que ya pasará. Apenas si una fe en el hombre a la larga, muy a la larga, nos tranquiliza un poco. Pensamos que esas provocaciones y ese pesimismo ya pasarán. Siempre pasan.
Entre esos mitos que se airean, tales como la bondad de la demolición del Estado y la quiebra de la nación, así como los valores disolventes como el aborto (esa cultura de la muerte, definición exacta) o la degradación de la enseñanza, esos engañosos paraísos que se siguen aireando vestidos de alegres colores, hay uno que muy especialmente me inquieta estos días: el de la famosa República española, la de la bandera con la franja morada, a la virulé. ¿Por qué la promocionan los que no saben nada?
No hablo aquí en abstracto, hablo de la República española, esa supuesta panacea o curalotodo, que exhiben ante nuestros indefensos ojos y oídos sus supuestos (supuestos por ellos) herederos. Pues no hablo de la República en abstracto, sistema que funciona o ha funcionado aproximadamente bien, para lo que son las cosas humanas, en varios lugares, ahora mismo. Hablo de ese mito, ese esperpento de la República española, tantas veces fracasada. ¿Por qué no miran a los hechos, estudian la Historia? Parece que en España los más la desconocen, la citan sólo, falsificándola, con esperanzas vanas (ya saben, la reconquista y la europeización de América están entre nuestros pecados). Pero yo y muchos hemos estudiado esa República española, peor todavía, la hemos padecido. Y también hemos vivido esta monarquía, directamente y sin tópicos.
La monarquía puede haber tenido, a más de sus logros, aspectos criticables hoy. Pero ya no existen, es otro mito. En España ha permitido vivir a todos, respetarnos todos a todos. O lo ha intentado, por lo menos.
En el XIX sufrimos regímenes tiránicos, tras asonadas revolucionarias como la del trienio liberal (de liberal nada) de 1821, la revolución de 1868, un golpe militar que expulsó a Isabel II, y la horrible I República de 1873. Sólo la monarquía de Isabel, antes de esto, y la de María Cristina, antes todavía, habían dado un respiro al país, épocas de progreso. Fue la última la de la Restauración de Cánovas, desde 1874. Y luego siguieron extremismos suicidas y violencias extremas, la última la huelga socialista de 1917. Hubo de llegar, como último recurso, el parche de la Dictadura de 1921.Y luego, todavía, hubimos de padecer la II República, la de 1931, de implantación ilegal con pretexto de unas elecciones municipales, con el golpe de Jaca, con la coalición de las fuerzas republicanas y las nacionalistas, es decir, en el fondo separatistas. No voy a narrar esa República, que expulsó a su Presidente legítimo, Alcalá Zamora, sufrió una revolución socialista y separatista en el 34, y luego luchas civiles en la calle, y todavía luego a unos socialistas encabezados por el Lenin Español. Nada menos. Luego fue ya la pura guerra civil. Ese fue el resultado del mito de la República española.
Trabajo inmenso costó a nuestra España recuperarse, votar una Constitución y traer una monarquía pacífica, la de don Juan Carlos. Ahora quieren cargárselo con distintos pretextos. Nuestro Rey mató a un elefante, vaya por Dios, vaya traspiés, cualquier detalle en su vida o en la de sus hijas, juzgada por estos nuevos moralistas carentes de razones, es suficiente para sembrar dudas. Meros pretextos para saciar odios irracionales, tienen pura impotencia por la vía recta. Están amargando la vida del Rey y su familia y amargando la de muchos de nosotros.
Y enfrente están los reticentes, no se mojan, pero se ponen a ver si algún día les cae alguna breva, y los fanáticos de la irracionalidad, el odio puro no se sabe por qué, basado en falsos, miserables mitos. Tras este Rey y su heredero esperan cargarse ya directamente la Monarquía. Éste es su elefante. Y luego ¡a ver quién es elegido Presidente!
Yo no soy nadie en la política, he estudiado y pensado, simplemente, con don Juan Carlos no he hablado sino unos minutos en algún acto oficial. Pero es un hombre que se expresa llana y directamente, con inteligencia además. Pocos de nuestros hombres políticos serían capaces de decir a un tirano aquello de «¿no vas a callarte?» O de hablar directamente de la unidad de España. O de enfrentarse a los del golpe del 23 de Febrero. Para mí es suficiente. Para otros, quizá, sea un motivo más para inculparle. No por él, sino por ver si así se entra en el camino de derrumbarlo todo. La Monarquía es el obstáculo que intentan vencer. Que nadie se engañe.
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