viernes, 8 de marzo de 2013

A TODAS LAS MUJERES DEL MUNDO


Vengo desde el ayer
desde el pasado oscuro y olvidado
con las manos atadas por el tiempo
con la boca sellada desde épocas remotas.

 Vengo cargada de dolores antiguos, recogidos por siglos, arrastrando cadenas largas e indestructibles.
Vengo desde la oscuridad, del pozo del olvido
con el silencio a cuestas, con el miedo ancestral que ha corroído mi alma
desde el principio de los tiempos.

Vengo de ser apedreada por adúltera en las calles de Irán
por una turba de hipócritas, pecadores de todas las especies que clamaban al cielo mi castigo.
He sido mutilada en muchos pueblos para privar mi cuerpo de placeres
y convertida en animal de carga, trabajadora y paridora de la especie.

Me han violado sin límite
en todos los rincones del planeta
sin que cuente mi edad madura o tierna
o importe mi color o mi estatura.

Debí servir ayer a los señores, prestarme a sus deseos, entregarme, donarme, destruirme, olvidarme de ser una entre miles.

De unos y de otros siempre esclava,
de unos y de otros dependiente,
menor de edad en todos los asuntos,
invisible en la historia más lejana
y olvidada en la historia más reciente.

Yo no tuve la luz del alfabeto. Durante largos siglos
aboné con mis lágrimas
la tierra que debí cultivar
desde mi infancia.

He recorrido el mundo en millares de vidas
que me han sido entregadas una a una.

Y he conocido a todos los hombres
del planeta.
Los grandes y pequeños,
los bravos y cobardes,
los viles, los honestos,
los buenos, los terribles.

Más casi todos llevan
la marca de los tiempos.
Unos manejan vidas
como amos y señores,
asfixian, aprisionan y aniquilan.

Otros dejan almas, comercian con ideas, asustan o seducen, manipulan y oprimen.

Yo los conozco a todos,
estuve cerca de unos y de otros,
sirviendo cada día,
recogiendo migajas,
bajando la cerviz a cada paso,
cumpliendo con mi karma.

He recorrido todos los caminos
he arañado paredes y ensayado silencios
tratando de cumplir con el mandato
de ser como ellos quieren
mas no lo he conseguido.

Me han llamado de múltiples maneras:
bruja, loca, adivina, pervertida,
aliada de satán,
esclava de la carne,
seductora, ninfómana,
culpable de los males de la tierra.

Pero seguí viviendo, arando, cosechando, cosiendo, construyendo, cocinando, tejiendo, curando, protegiendo, pariendo, criando, amamantando, cuidando
y sobre todo amando.

He poblado la tierra de amos y de esclavos,
de ricos y mendigos, de genios y de idiotas,
pero todos tuvieron el calor de mi vientre,
mi sangre y su alimento
y se llevaron un poco de mi vida.

Logré sobrevivir a la conquista brutal y despiadada de Castilla en las tierras de América,
pero perdí mis dioses y mi tierra y mi vientre parió gente mestiza
después que el amo me tomó por la fuerza.

Y en este continente mancillado proseguí mi existencia
cargada de dolores cotidianos,
negra y esclava en medio de la hacienda
me vi obligada a recibir al amo
cuantas veces quisiera
sin poder expresar ninguna queja.
Después fui costurera, campesina, sirvienta, labradora, madre de muchos hijos miserables, vendedora ambulante, curandera, cuidadora de niños o de ancianos, artesana de manos prodigiosas, tejedora, bordadora, obrera, maestra, secretaria, enfermera.

Siempre sirviendo a todos, convertida en abeja o sementera cumpliendo las tareas más ingratas
moldeada como cántaro por las manos ajenas.

Y un día me dolí de mis angustias un día me cansé de mis trajines, abandoné el desierto y el océano, bajé de la montaña,
atravesé las selvas y confines
y convertí mi voz dulce y tranquila,
en bocina del viento
en grito universal y enloquecido.

Y convoqué a la viuda, a la casada,
a la mujer del pueblo, a la soltera,
a la madre angustiada, a la fea,
a la recién parida, a la violada,
a la triste, a la callada, a la hermosa,
a la pobre, a la afligida, a la ignorante,
a la fiel, a la engañada, a la prostituida.
 
Y formamos con todas nuestras quejas un caudaloso río
que empezó a recorrer el universo ahogando la injusticia y el olvido.
 El mundo se quedó paralizado
los hombres y mujeres no caminaron
se pararon las máquinas, los tornos,
los grandes edificios y las fábricas,
ministerios y hoteles, talleres y oficinas,
hospitales y tiendas, hogares y cocinas.
Las mujeres, por fin, lo descubrimos.
¡Somos tan poderosas como ellos
y somos muchas más sobre la tierra!
¡Más que el silencio y más que el sufrimiento!
¡Más que la infamia y más que la miseria! 
Que este canto resuene
en las lejanas tierras de Indochina
en las arenas cálidas del África, en Alaska y América Latina,
llamando a la igualdad entre los géneros a construir un mundo solidario
distinto, horizontal, sin poderíos a conjugar ternura,
paz y vida, a beber de la ciencia sin distingos. 
 A derrotar el odio y los prejuicios,
el poder de unos pocos,
las mezquinas fronteras,
a amasar con las manos de ambos sexos
el pan de la existencia.

Autora: Jenny Londoño.
1er. premio en el concurso de poesía de Gabriela Mistral
en Quito, Ecuador en 1992

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