El presidente se enfrenta a la crisis con el peor dato de confianza
España es una olla a punto de estallar y nadie podrá decir que no hubo señales de aviso. La crueldad de la crisis económica ha abierto paso a una crisis institucional sin precedentes. Se ha ido cociendo a fuego lento, pero los indicadores son ya inapelables. Nunca el país había vivido semejante grado de desafección hacia quien debe dirigir sus designios.
Nunca, en toda la democracia, un presidente del Gobierno con apenas seis meses de gestión había recibido tan mala calificación por parte de los ciudadanos como Mariano Rajoy en el último sondeo del CIS: apenas un 3,3 de nota media. Y nunca el rechazo hacia los políticos había sido tan abrumador.
Un recorrido por el banco de datos del instituto sociológico, la mejor radiografía del país, deja claro que no se ha llegado a esta situación de la noche a la mañana. La nota media que los ciudadanos otorgan ahora a Rajoy es muy cercana, poco más de dos décimas y media superior, a la que recibió José Luis Rodríguez Zapatero en los estertores de su convulso mandato. Pero lo cierto es que el actual jefe del Ejecutivo partía ya de una consideración previa muy negativa, difícilmente comparable con la de ningún otro líder de la oposición a lo largo de casi 35 años.
Ni siquiera su ratificación como presidente del PP, a mediados del 2008, le llevó a superar una nota de 4. José María Aznar, que como él se vio perjudicado por el voto de castigo de los electores de izquierda -dicen los expertos que eso siempre baja la media de los dirigentes conservadores- no llegó al aprobado (5) hasta que ganó las elecciones de 1996, pero tampoco bajó jamás del 4,1 mientras ejerció como látigo del Gobierno de Felipe González, hasta la fecha el presidente mejor valorado.
Con todo, y pese a venir de lejos, la valoración que los ciudadanos hacen del jefe del Ejecutivo tampoco puede leerse de manera aislada. A medida que la crisis se fue convirtiendo en una gran recesión de magnitudes insospechadas, la aversión de los ciudadanos hacia todo lo que tenga que ver con los políticos o el orden imperante ha ido claramente en aumento.
En el otoño del 2009, dos años después de que la onda expansiva de las subprime cruzara el Atlántico, los políticos pasaron a ocupar por primera vez el tercer puesto en el ránking de lacras de España, que mensualmente elabora el CIS.
Rubalcaba, bajo mínimos
Paralelamente, en consonancia con casos como el Gürtel, el Pretoria o el Palma Arena, ha ido también en aumento el número de ciudadanos preocupados por la corrupción. Hay que remontarse a mediados de los años noventa, los de Filesa, Roldán, las escuchas del Cesid, Amedo y Domínguez, Paesa y otra crisis económica con un paro desbocado, para encontrar un escenario similar. Pero, aun así, esta etapa es todavía más crítica. Porque ahora los españoles sienten que no pueden descansar en un presidente del Gobierno que acaba de iniciar su mandato (la desconfianza hacia Rajoy llega al 77,9 %); tampoco encuentran consuelo en el líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba (que merece poco o ningún crédito para el 83,5 %), y no hay ninguna institución democrática que se erija como garante de estabilidad.
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