Se cumplen 100 años del nacimiento de Alan Turing, padre de la informática y la inteligencia artificial, que encabezó un proyecto británico para 'romper' el código de los mensajes secretos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.
Con máscara de gas, los pantalones sujetos por una cuerda o un pijama debajo del abrigo, un desaliñado y balbuceante Alan Turing llegaba cada día en bicicleta a Bletchley Park. Era hombre de pocos amigos, pero a los que tenía tampoco les podía contar lo que pasaba allí dentro. Encabezaba un equipo de mentes privilegiadas como parte del proyecto 'Ultra', una operación secreta del gobierno británico que daría un vuelco a la Segunda Guerra Mundial.
Un solo día después de estallar la guerra, el brillante y excéntrico Turing emprendió la misión imposible: encontrar la forma de descifrar el sistema de encriptación de los nazis, Enigma, considerado impenetrable por la jerarquía alemana. Era una apuesta suicida: las probabilidades eran de 150 millones de millones de millones contra una. O eso era de lo que el enemigo presumía.
Tras varios años de trabajo, Turing y sus colegas lograron 'romper' el código. Se sirvieron de computadoras pioneras, que recibieron apodos como la 'Bomba' o el 'Coloso'. Sus hallazgos salvaron cientos de vidas aliadas en la Batalla del Atlántico y, apuntan los historiadores, adelantaron el fin de la guerra en al menos dos años.
El padre de la informática
Si viajamos cuatro años atrás en el tiempo, a 1935, nos encontraremos al Turing más académico y menos glamouroso, el padre de todos los 'geeks' que cambió la historia para siempre y sin hacer ruido, al sentar la base de la informática y los ordenadores modernos.
Lo que conocemos como 'máquina de Turing' no es otra cosa que un diseño abstracto, utópico, de una computadora con una memoria infinita y un escáner que la recorre de un lado a otro leyendo e introduciendo símbolos. Más tarde se le ocurriría que el aparato podría aprender de la experiencia, un concepto que aún hoy se encuentra en desarrollo, con cada vez más dispositivos y aplicaciones tratando de 'conocer' al usuario y personalizar la experiencia de uso.
Era la primera de tantas aportaciones de Turing al terreno de la inteligencia artificial. Durante la guerra, en Betchley, sacó tiempo para aplicar algún otro concepto de esta materia en rudimentarios programas de ajedrez. Los actuales superordenadores, maestros de la disciplina, le deben mucho a estos primeros jugadores con cables.
Más tarde, en los últimos compases de la primera mitad de siglo, ya pasada la contienda, el entonces Director del Laboratorio de Informática de la Universidad de Manchesterpropuso uno de sus más célebres experimentos, conocido hoy como el 'Test de Turing'.
Existen multitud de variantes de esta prueba, pero en esencia involucra a un juez que trata de distinguir, por medio de preguntas, cuál de los dos sujetos del experimento es un ordenador y cuál es un humano. En teoría, la persona debe comportarse con normalidad y es la máquina quien debe aparentar inteligencia humanoide. Todavía en nuestros días es terreno de ciencia ficción que una máquina llegue a igualar nuestro intelecto.
La tragedia del Turing homosexual
Turing falleció en 1954. Su muerte no conmocionó a la opinión pública. De hecho, pocos se enteraron. Turing no era un icono glamouroso de la industria en los primeros años de la informática, sino más bien un teórico, y de los más modestos pese a su extravagancia. Vincular sus trabajos con aplicaciones prácticas era complicado y mucho de lo que le debemos se ha instalado en la mente colectiva como una creación americana.
Pero hay algo más. Algo turbio. El 7 de febrero de 1952, Alan Turing fue arrestado por mantener un romance con un joven de Manchester. Ser homosexual era un delito en la Gran Bretaña de mediados de siglo y le obligaron a inyectarse hormonas femeninas como método de castración. Era el único modo de eludir la cárcel.
Comienza así su leyenda negra, la tragedia de Turing, que se completa con una muerte de cuento, probablemente calculada al milímetro por el propio científico. Apareció envenenado junto a una manzana mordida... aunque al parecer el mismo bebió el cianuro que llevaba dentro.
Algunos han conspirado con la idea que se lo hicieran beber, que no fuera un suicidio, pero en cualquier caso la presencia de la fruta de Blancanieves en su lecho de muerte debió de ser su mensaje a la posteridad.
Tal vez algún día logremos descifrar el código con que lo dejó encriptado.
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