El saber popular, siempre perspicaz y sentencioso, a menudo ha llegado a considerar a las personas dotadas con ese don como brujos o encantadoresque se valían de enigmáticas “palabras clave” que, susurradas al oído del animal, les confería el poder absoluto sobre ellos.
Epopeyas aparte, es probable que si alguien nos contase esta historia en la barra de un bar la incredulidad fuera la nota predominante, pero hay veces, créanme, en que la realidad supera a la ficción.
Andrés ha logrado convertir su afición en su modo de vida. Sus días transcurren en medio del campo, abrazado por la naturaleza, al amparo de las añosas encinas que engalanan la soberbia dehesa del suroeste extremeño.
Me recibe en su segunda casa, el Centro Ecuestre “El Camino” que administra desde hace años en Higuera la Real, donde además de impartir clases de equitación, realizar excursiones a caballo, o incluso darte la oportunidad de apadrinar a un cerdito… se convierte en guardián de oficios al borde del olvido, como el herraje, tratando de devolverles el valor y el arraigo que tuvieron antaño.
Allí, rodeado de caballos, ponys e incluso una mula enana con nombre propio: Camila, considerada la más pequeña del mundo con su “excepcional” medio metro de altura; me habla de su maestro en esta técnica de desbrave, el argentino Fernando Noailles, y de un arte tan longevo como aquellos que lo pusieron en práctica por vez primera, los indios nativos americanos.
La doma racional se basa, fundamentalmente, en conseguir que los caballos«hagan aquello que se les pide por su propia voluntad. “Hablar” su idioma en lugar de someterlos y establecer así un vínculo hombre-caballo». Un método que, según relata, «se practica desde hace siglos en Sudamérica, y que ha llegado incluso a nuestros días en lugares como Asia, donde se emplean estos mismos principios para domesticar elefantes».
Resulta asombroso presenciar el vínculo que establece con el animal a través de un idioma que los equinos parecen comprender, rompiendo todas las reglas de seguridad que hasta ahora el hombre tenía establecidas a la hora de trabajar con animales indómitos. Andrés es capaz de domesticar a un caballo de más de 500 kilos usando únicamente la voz, gestos y caricias.
Un talento innato, mezcla de ciencia y arte, en el que importa a partes iguales lo que se dice, lo que no se dice, y el modo en que se dice.
A estas alturas del relato imagino que la curiosidad habrá tomado hechuras de interrogación en ustedes, deseosos de saber ¿Qué es exactamente lo que le dice al caballo al oído?. No lo sé, pero tampoco se lo pregunté.
Este viaje acaba justo aquí, a un paso de despistarme de lo racional, que para cuestiones “Espinosas” de magias y conjuros, por fortuna, está Israel. Y no existe nadie con mas lustre y solvencia que ella para narrar y custodiar estas intrigas.
Los más románticos me sabrán indultar por no ser yo quien descomponga esta fábula que el tiempo y los hechos se han encargado de tejer. Pero entenderán que prefiera que descanse en mi la culpa de alimentar la leyenda de Andrés, un hombre de apariencia normal que, como han podido comprobar, hace cosas extraordinarias.
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