A los protagonistas del anuncio de la Lotería de Navidad les ha tocado el 'gordo' de la fama. Paran hasta partidos de fútbol para hacerse 'selfies' con ellos, pero no todo es felicidad: a Julián 'el tasquero' le llueven las ofertas, en cambio Alfonso sigue «en el deshonor»
- Entran ustedes en un bar de esos con espejos y maderas, y cuadros de vírgenes y santos. Espumillones verdes subrayan las ventanas del sur de Madrid. En la puerta, un mensaje a pincel ofrece un menú con 'tres platos a elejir' (sic). La luz limpia de la mañana y el traqueteo de las tragaperras otorgan normalidad a casi todo. Un delgadísimo yonqui rebusca en la papelera que hay justo afuera y dos inmigrantes apuran un café frío sin nada que hacer. Es la tragedia económica que asola el barrio de Villaverde Alto desde hace años. La señora Margarita, que no sabe si podrá pagar el alquiler de la tasca, el que echa monedas en la máquina, el padre que empuja el cochecito de su hijo en lugar de acudir a la oficina porque la oficina ya no existe... llevan en los ojos la esperanza y el abismo. A todos los personajes de la fantástica esquina del bar La Muralla les apunta en la sien la misma puñetera pistola de la incertidumbre. Viven en un belén moderno, el escenario perfecto para el cuento de Navidad que allí se desarrolla desde que se rodó el anuncio de la Lotería y todos se volvieran benditamente locos.
Hace un tiempo, Alfonso hizo de protagonista en la sala pequeña del Teatro Español y no fue ni un crítico a ver la función. «Joder, yo no pedía mucho, solo que fueran allí y dijeran que soy actor». Ahora, sus dos hijos fardan por fin de padre en el colegio. «La alegría de los críos al verme actuar en algo bueno es la única licencia que le permito a mi ego». Y hasta tiene dificultades para pasar desapercibido por la calle. El otro día, paseando su perro por un carril bici cerca de su casa, dos obreros atendían a un hombre que sufría un infarto. «Cuando llegué a preguntar si habían llamado a emergencias, dijeron: '¡Coño!, el de la lotería'. Me fui y al rato, cuando volvía, los médicos se ocupaban del hombre, que finalmente murió, bajo una carpa del SAMUR. Los dos obreros me pararon para hacerse una foto». ¿Y el hombre? «Ya lo están atendiendo», le respondieron. Alfonso es un talismán andante, todos quieren retratarse con él. Un par de semanas antes, en un partido de fútbol con su hijo, el árbitro paró el juego para hacerse un 'selfie'. «Es una locura».«Ojo, que aquí el café cuesta 21 euros». Uno de los protagonistas es Alfonso Delgado (Madrid, 54 años), Manuel en la pantalla, ese personaje enjuto que parece salido de un relato de Dickens. En la vida real es uno de esos tipos que pasean por el alambre con cierta socarronería. Lleva 30 años en el mundo de la interpretación, siempre queriendo abandonar el lado oculto de la luna, del que solo salía para interpretar papeles de mendigo por de un día, de malo, de yonqui y de asesino. «No te dan ni el guión. Te pasan un papel que dice 'exteriores, noche, un tipo sale de la oscuridad y le pega una puñalada'. No sabes ni qué siglo es». La verdad es que sigue siendo actor porque tuvo la suerte de encontrar a su mujer, ayuda de solista de chelo en la Orquesta Nacional, lo que le ha permitido seguir adelante. Habita los terrenos fronterizos en los que Dios aprieta, pero bien: el rostro de moda ha sido camarero, recogedor de chatarra y ha trabajado en un petrolero-gasolinera en África: «Esos son los negocios legales. Los ilegales, que los ha habido, me los callo».Sus compañeros de rodaje empezaron a verla venir -la locura- cuando el camarero tendió el sobre con el décimo y la cámara enfocó los ojos de Manuel. Se les caían las lágrimas. Era octubre y sintieron lo que unas semanas después sentiría media España. Cómo los pelos se les ponían de punta.«Pensé en mi padre»Cinco minutos antes, el camarero estaba apoyado en la máquina de café del bar La Muralla pensando en quién sería capaz de regalar un décimo con el Gordo de Navidad. «Me di cuenta de que sería mi padre. Pensé en él. Realmente estaba siendo mi padre». El segundo personaje de esta historia es Julián Valcárcel (Albacete, 48 años), que no es camarero y que, en lugar de una taberna, regenta un despacho de abogados en Madrid que a día de hoy sigue funcionando. En su día a día, este letrado no está tan lejos de la escena que se representa en el anuncio. Se dedica al derecho inmobiliario y la mayor parte de las veces le ha tocado defender a desahuciados. Otras, pocas, estaba en el otro lado, en el de bancos y usureros, así que conoce bien el sabor metálico de la necesidad.Este bombazo de anuncio comenzó a gestarse cuando en la agencia de publicidad Leo Burnett recibieron el 'briefing' de la campaña. Loterías y Apuestas del Estado quería hacer «algo sobre compartir». Así que se pusieron a darle vueltas. Juan García Escudero, director creativo de la agencia, tuvo una idea. «Pensé en mi tío, que es médico en Palencia y al que le había pasado algo parecido». En realidad, le ocurrió todo lo contrario, porque llamó al bar donde compraba un décimo cada año y el dueño le juró que se lo guardaba. Pero se le olvidó. Cuando se enteró de que allí había caído el segundo premio, acudió a festejar su suerte y a tirarse por encima el cava como todos los demás. El chasco fue monumental. Aquel mal trago se ha compensado con el éxito de García Escudero. Después del 'Ya llegó la Navidad' de Raphael, Caballé y compañía de 2013, el reclamo de este año puede convertirse en el más visto de la historia de la publicidad española.«Consumen poco»Todo alrededor del vídeo es una locura. En internet hay cientos de parodias, algunas memorables, como la de Alfonso con las lágrimas saltadas diciéndole a Julian: «Te dije que la leche templadita, hijo puta». Y hace unos días Julián tuvo que refugiarse en una cafetería porque decenas de personas lo perseguían para hacerse una foto. «Siempre pasa lo mismo: hay uno que se acerca, se hace la foto contigo y del tirón aparecen todos los demás. Todos son 'la última' y se quieren hacer el 'selfie' enseñando su billete».Si quieren un décimo de La Muralla, se pueden olvidar. No lo encuentra ni Carlos Fabra. El número con el que se grabó el anuncio no existe y en el bar no queda nada de nada. «Vendimos entero el que teníamos. Después, vendimos entero el número de la asociación de vecinos y ahora ese de la ONCE, que también está volando. Lo vendemos todo menos lo que tenemos que vender». Habla Margarita, natural de Colombia, que regenta con mucho esfuerzo esta tasca de barrio con su marido Hernán. «Aquí vienen todos los días a preguntar por el número, a hacerse una foto y a mirar, pero consumen poco». Si quieren compartir de verdad, Margarita borda el pollo asado. Está en la calle Acebes.Experto en derecho inmobiliario, Julián Valcárcel acostumbra a tratar con clientes desahuciados. Mantiene abierto el despacho, pero hace cinco años se metió a actor. Vive en Madrid, es de Albacete y tiene 48 años y dos hijos. Cuando rodó la escena, pensó en su padre, «el único capaz de hacer eso». Desde que se ha hecho popular en el anuncio, le han ofrecido varios papeles en el cine. Ya le conocen como el Gordo de la Lotería.«Podría haber sido el tipo que representé». Alfonso Delgado lleva 30 años siendo actor, aunque también ha trabajado recogiendo chatarra, sirviendo en un bar o en un petrolero en la costa Oeste de África. En el teatro ha representado algunos primeros papeles, pero casi siempre ha sido secundario, generalmente «de malo, de yonqui o de mendigo». Está casado con una chelista de la Orquesta Nacional y tiene dos hijos.
domingo, 21 de diciembre de 2014
La suerte de un abogado de desahucios y un actor en paro
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