San Mateo 5, 13 - 16
En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se
vuelve sosa, con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende
una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que
alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.»
C o m e n t a r i o Somos luz y sal por gracia de Dios, por nuestra relación con Cristo. Pero, porque somos libres, podemos no ser fieles a esta gracia, ocultando la luz y dejando que la sal pierda su sabor. La luz que se oculta es una fe que se guarda en el fuero de la conciencia, que no se testimonia ni se anuncia, sobre todo, con las buenas obras; una sal que se hace sosa es como ser depositario del mandamiento del amor y no amar, portador de la esperanza y no comunicarla, ser creyente en una buena noticia, y vivirla de modo sombrío y
pesimista. Si no nos esforzamos en ser luz y sal con nuestras buenas obras, que hablan de nuestro Padre, nos convertimos en cristianos de boquilla, opacos, oscuros, sosos, inútiles.
O R A C I O N Dios mío, creo firmemente
que tú puedes iluminar mi oscuridad, que solamente tú puedes hacerlo. Yo deseo, con todas mis fuerzas,
que se disipen mis tinieblas interiores.
Desconozco los caminos que has dispuesto para mí, pero sé que tu poder y mi anhelo son razones suficientes para pedirte lo que no puedes dejar de concederme.
Te prometo, desde ahora mismo, que, ayudado por esta gracia que te estoy pidiendo, abrazaré todo cuanto perciba como verdad cierta.
Y con tu auxilio, combatiré el peligro de engañarme y dejarme llevar por lo que apetece a la naturaleza, en contra de lo que la razón aprueba.
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