domingo, 19 de enero de 2014

Los enemigos de la recuperación de España


Esta semana ha ofrecido un puñado de imágenes paradójicas que evocan de manera significativa las dos fuerzas contrapuestas que en estos momentos dirimen el futuro de la nación. De un lado, los esfuerzos reformistas del Gobierno de Rajoy han recibido tres importanes respaldos de otras tantas figuras internacionales de primer nivel: Barack Obama, que en el Despacho Oval llegó a alabar «el gran liderazgo» del presidente español; Christine Lagarde, quien poco después afirmaba en el cuartel general del FMI que los resultados de las reformas del Gobierno «ya se ven»; y, por último, el apoyo de Durao Barroso, en Yuste. Al mismo tiempo, grupos antisistema retaban al Estado en las calles de Burgos ofreciendo la peor de las imágenes de España y Artur Mas escenificaba un paso más en su huida hacia delante secesionista. Son los enemigos de la recuperación de España.
España vive un cambio de ciclo tras una crisis económica que ha sido la más grave desde la posguerra. Los signos de la recuperación son numerosos, aunque algunos políticos y comunicadores no quieran verlos o sean cicateros al minimizar el papel de Rajoy y su Gobierno. Son los mismos que querían que pidiera un rescate, que culpaban a Merkel y que se aprendieron cuatro ideas de brocha gorda sobre economía para hablar de Keynes como si fueran grandes expertos. La economía capitalista, que es la única posible tras la trágica experiencia del dirigismo comunista, posee un componente cíclico con unas crisis que tienen siempre un alcance imprevisible. En los dos últimos siglos hemos tenido crisis de todo tipo, pero la experiencia no es suficiente ni para impedirlas nipara resolverlas, porque la economía es dinámica y cambian los escenarios. Rajoy es un gobernante reformista porque no se ha limitado a solucionar la crisis, sino que ha aplicado políticas profundas que buscan resolver los problemas estructurales de nuestra economía. Es cierto que los economistas de izquierdas siguen instalados en el discurso catastrofista e ignoran que cualquier crisis tiene un coste social que se corresponde a su intensidad.
No se puede obviar que las características estructurales de nuestra economía hacen que se tarde en notar los efectos de una crisis y, en cambio, se salga de ella con una mayor rapidez. Lo que se ha producido en esta ocasión es un vuelco profundo, cuya intensidad y efectos positivos conoceremos este año. La historia nos enseña que un país de las características de España necesita ser competitivo si quiere resolver el problema de una balanza comercial profundamente condicionada por la dependencia energética. No hay que olvidar que es un problema también europeo, pero otros países tienen una potencia comercial, como es el caso de Alemania, con la que nosotros no contábamos. Es un escenario que ha cambiado como muestran los datos de las exportaciones. Es cierto que el consumo había caído, pero hay que ir con mucho cuidado con un crecimiento artificial como sucedió en la década anterior a la crisis porque se sustentó en una burbuja crediticia. Los extremos siempre son peligrosos. La visión a corto plazo nos hace olvidar que aquellos países cuyas economías despiertan nuestra admiración no siempre fueron así y que incluso tuvieron situaciones muy desfavorables en su momento. El caso alemán es muy interesante, tanto antes de la constitución del II Reich en el siglo XIX hasta la I Guerra Mundial, cuyo triste comienzo celebramos este año; como el periodo terrible que se vivió como consecuencia de su derrota y las obligaciones impuestas con las reparaciones. Los economistas conocen muy bien la crisis de la ocupación de la cuenca del Ruhr (1923), la necesidad de aplicar los planes Dawes(1924) y Young (1930). La crisis del 29 acabó la ilusión de los «felices años 20». Alemania se reinventó tras la II Guerra Mundial, con la ayuda del Plan Marshall, y una vez más, con la unificación tras la caída del Muro de Berlín cuando tuvo que absorber el desastre que era la Alemania del Este. La clave para salir de una crisis está, precisamente, en la estabilidad gubernamental. Ésta ha sido una de las bazas que ha tenido España con Rajoy gracias a la mayoría absoluta. Esto no significa que no existan nubarrones en el horizonte que puedan perjudicar un crecimiento económico, que este año se situará entre 1 y 1,5 del PIB, aunque podría llegar incluso al 1,8 gracias a las reformas estructurales y al nuevo clima que se ha generado. Por una parte está el riesgo de una izquierda que se ha instalado en un peligroso antisistema donde todo vale para desestabilizar al Gobierno. La estructura de la sociedad española ha permitido paliar los efectos de la crisis, pero es evidente que hay un malestar que se mantendrá mientras no se cree empleo neto y la población no sienta los efectos del crecimiento. Otro aspecto grave es la irresponsabilidad de Mas y sus socios con el pulso independentista, en un momento en que la UE camina en la positiva senda de buscar una mayor unidad y unas políticas comunes.

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