El pasado jueves, la Guardia Civil de Madrid recibió un sobre blanco. En el interior, un croquis de la finca del carnicero de Cifuentes, Guadalajara, con cuatro equis, como en los mapas del tesoro. No había remitente. Los puntos indicaban los lugares donde José Miguel Batanero había enterrado los restos no hallados de su mujer, los mismos que él había confesado haber dado a los perros para hacerlos desaparecer. Pero para comprender este crimen hay que remontarse al 30 de septiembre pasado. Aquel día desapareció su mujer, Carolina Diana.
El carnicero repartía excusas entre los que se interesaban por su paradero: «Está en un hospital de Madrid ingresada, sangraba por lo de su embarazo». Si le preguntaban en cuál, se escondía en la ignorancia: «No me lo ha querido decir, pero está bien». Cuando los interrogantes se hicieron más insistentes se convirtió en víctima: «Dice que yo no la entiendo y se ha ido con unas amigas». Y si alguien dudaba, les enseñaba mensajes que le había mandado Carolina a él. Decían así: «No vengas a por mí a Madrid. Ya iré yo. Estoy con unos amigos que me entienden mejor que vosotros»; «No te molestes en buscarme, cuando nazca el niño sabrás de mí»; «José, estoy en las islas griegas, no se lo digas a nadie».
Él, mientras, se hacía cargo de los tres hijos que Carolina tenía de un matrimonio anterior. Las justificaciones y excusas se sostenían en un difícil equilibrio hasta que los investigadores de la Guardia Civil metieron mano en el asunto. El 18 de octubre, una conocida de Carolina presentó una denuncia, extrañada por su ausencia. Los agentes sólo tuvieron que escarbar un poco para averiguar que Batanero mentía como un bellaco. El 8 y el 15 de octubre se habían retirado 300 y 500 euros respectivamente de dos cajeros de Madrid con la tarjeta de crédito de Carolina. Las imágenes de las cámaras de seguridad delataron al carnicero. Pero es que, además, los repetidores de las antenas de Telefonía dejaban meridianamente claro que los SMS que en teoría le había mandado Carolina a Batanero desde Madrid y desde las islas griegas, en realidad «pitaban» en las antenas de Cifuentes.
Los agentes sólo tuvieron que arrojarle las pruebas a Batanero a la cara para que el carnicero, acorralado por las evidencias, confesara con absoluta frialdad, como si no estuviera hablando de un ser humano. Ha ido variando su relato en sus hasta ahora cinco declaraciones, pero, en esencia, esta es su confesión: «Ella estaba embarazada de siete meses y medio. Le dije que se tenía que cuidar, que no podía beber ni salir por ahí como tanto le gustaba. En respuesta, ella comenzó a pegarme. No era la primera vez que lo hacía. Yo la empujé para quitármela de en medio, con la mala suerte de que se dio en la nunca con la esquina de la cómoda. Se golpeó antes de caer al suelo. Sangraba mucho y me asusté. Me puse muy nervioso».
No avisó a un médico ni a la Policía. Le tomó el pulso y se convenció de que había fallecido. Según él, preso de una gran histeria, se llevó el cuerpo a una de las naves donde tiene el ganado y allí, con un hacha, la desmembró. Separó cabeza, brazos y piernas del tronco. Este último lo enterró en la finca, cubierto de cal viva. El resto lo troceó con el hacha, lo llevó a su tienda, lo guardó en las cámaras y comenzó a despachar porque tenía clientes. Más tarde, dio el cuerpo troceado de su mujer a los perros para que se lo comieran.
A la espera de la investigación
Los agentes desenterraron el tronco. No presentaba ninguna lesión que pudiera explicar la muerte, ni un disparo ni cuchilladas. Nada. Desde un punto de vista legal se convirtió en una prioridad determinar la causa del fallecimiento. El carnicero se justificaba diciendo que era un homicidio imprudente. Él se había defendido de las bofetadas de su mujer empujándola, con la mala suerte de que se mató. Por eso ha sido tan importante encontrar el resto del cuerpo. Estaba en cuatro agujeros diferentes, casi a ras de suelo, con los órganos embadurnados en cal viva. Ahora habrá que esperar al informe médico forense para establecer la causa de la muerte. Los investigadores sospechan que la ciencia determinará que no fue un golpe fortuito, sino que la mató. Si es así, el carnicero de Cifuentes, que no ha parado de mentir, no volverá a despachar a sus clientes en los próximos 20 años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario