Es la tercera vez que Lina Morgan ingresa en un hospital este año. Pero esta ocasión parece la más seria. Lleva en la UCI del Hospital Beata María Ana de Madrid desde hace diez días, y los médicos combaten, parece ser que con una cierta eficacia, la neumonía severa que padece la artista y la infección causada por una bacteria en su organismo. Poco se sabe sobre su estado actual, la tienen sedada y no se permiten las visitas. Bueno, solamente una, la de su hombre de mayor confianza, Daniel Pontes, que es el único al que le permiten verla. Media hora por la mañana y otros treinta minutos por la tarde. Daniel es como un hermano pequeño para la actriz, suple con cariño al que se fue, a José Luis, hace ahora dieciocho años.
Entonces, empezaba para Lina un calvario de emociones contradictorias que la llevó a alejarse de los escenarios. Dicen que José Luis lo era todo, casi una copia, en masculino, de su popular hermana. Se entendían con una simple mirada, con un solo gesto. Y la muerte fue el preludio de años de depresiones para una Lina que escogió el camino del consuelo familiar y la ausencia de actos públicos. Cuando le preguntas si tiene previsto volver a los escenarios, contesta siempre lo mismo: «Si hay un guión que me guste, volveré». Pero ni ese guión aparece ni ella demuestra muchas ganas de reencontrarse con las tablas.
La historia más cercana demuestra que Lina Morgan se ha ido hundiendo poco a poco en la soledad, sobre todo desde que el 24 de diciembre del 2012 se murió su hermana Julia. Ironías de la vida, en esa misma fecha se iba de este mundo Navidad el pequeño perrito Yorkshire de la artista. Más que hermanas eran confidentes, amigas, una prolongación la una de la otra. Iban juntas a todas partes e incluso, se cuenta, compartieron habitación en los últimos meses de vida de la desaparecida Julia. Lina cuidaba de su hermana como una madre, correspondiendo con ello a los cuidados que Julia tuvo con la actriz a lo largo de una extensa vida en la que compartieron cariño y domicilio.
Hace unos meses, en el entorno de la Morgan se utilizaba con demasiada frecuencia la palabra «depresión». La cabeza de Lina no pudo más, y por esas crisis depresivas y por algunos ataques de ansiedad, ya tuvo que ser ingresada en el mismo hospital en el que ahora se encuentra el pasado verano. Es duro pensar que una mujer que lo ha tenido todo en sus manos, los mayores éxitos, los premios más importantes, una legión de admiradores y unos cuantos y muy buenos amigos, se vea en estos momentos tan sola. Pero tampoco hay que echarle la culpa a sus amigos de esa soledad, porque es un estado que Lina ha ido gestando poco a poco; le fallaban las ganas de salir y le sobraban las tertulias de antaño. Alguien que la conoce muy bien nos descubre a una Lina «triste y encerrada en sí misma. Han quedado atrás las comidas con amigos, y uno de los pocos que tiene contacto con ella es el Padre Ángel, al que admira profundamente, y por ello colabora siempre que puede con la organización «Mensajeros de la Paz», creada por el sacerdote». Hace años, organizaba comidas de Navidad con amigos periodistas, allí se hablaba de todo y de todos, y nunca se escuchó de boca de la anfitriona ningún reproche contra cualquier compañero de profesión. Este año, las Navidades van a ser muy duras si los médicos no consiguen atajar sus problemas. Daniel Pontes, que la visita día tras día en el hospital, intenta mantenerse optimista y habla de una ligera mejoría. El problema es que a Lina ya no le queda familia directa en la que apoyarse cuando salga del hospital. Muertos sus padres y sus dos hermanos, parece ser que tan sólo quedan unos parientes lejanos con los que no ha tenido la menor relación. Curiosamente, el martes pasado se presentó en el hospital un supuesto sobrino intentando ver a su presunta tía. Daniel, a modo de parapeto, habló con el sujeto y le hizo desistir de sus propósitos.
El día que le den el alta, lo que no debería hacer Lina Morgan es seguir encerrada en una burbuja que le aleja de todos los que sienten tanto cariño hacia ella, que son muchos. Algunos de ellos le demostraron ese afecto la última vez que la artista apareció en público. Fue en octubre, en el que fuera su teatro hasta hace pocos años, el de La Latina, en pleno barrio castizo de Madrid, el día del estreno de la nueva obra de Concha Velasco. Es que hay personas que consiguen hacerse querer por distintas generaciones, sin distinción de edades o sexos. Y Lina es una de ellas. A sus setenta y seis años sigue siendo una de las artistas más admiradas por un público y unos compañeros que la echan de menos cada vez que sube el telón en cualquier escenario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario