Había una vez, hace cientos de años, en una ciudad de Oriente, un hombre que
una noche caminaba por las oscuras calles llevando
una lámpara de
aceite encendida.
La ciudad era muy oscura
en
las noches sin luna como aquella.
En determinado momento, se
encuentra con un amigo. El amigo lo mira y de pronto lo reconoce.
Se da cuenta de que es
Guno, el ciego del pueblo. Entonces, le
dice:
- ¿Qué haces Guno, tú ciego, con una lámpara en la mano? Si tú no ves...
Entonces, el ciego le
responde:
- Yo no llevo la
lámpara para ver mi camino. Yo conozco la
oscuridad de las
calles de memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su
camino cuando me
vean a mi...
- No solo es importante la luz que me
sirve a mí, sino también la que
yo uso para que otros
puedan también servirse de
ella.
Cada uno de
nosotros puede alumbrar el camino para uno y para que
sea visto por otros, aunque uno aparentemente no lo necesite.
Alumbrar el
camino de los otros no es tarea fácil
Muchas veces en vez de
alumbrar oscurecemos mucho más el camino de los demás...¿
...¿Cómo?
A través del
desaliento, la crítica, el
egoísmo, el
desamor, el odio, el resentimiento...
¡Qué hermoso sería sí todos
ilumináramos los
caminos de los demás!
01/09/2013
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