El joven que el miércoles 24 de julio fue sacado in extremis del agujero por él mismo excavado, con la ayuda de dos amigos, en la arena de la playa de Salinas, a la altura de El Espartal, desconocía la altura que pueden alcanzar las mareas en el Cantábrico. Y ese día subió mucho, 4,28 metros, la más alta del mes, y con un elevado coeficiente, 103. Admite que lo pasó «francamente mal», incluso que su vida corrió peligro.
«Quiero dar las gracias a todos los que me ayudaron en un momento de tanta desesperación. Me estaba ahogando», manifestó el joven a este periódico, en referencia a las muchos personas que, al percatarse de la gravedad de lo que sucedía, comenzaron a retirar con las manos la arena que cubría todo su cuerpo, salvo la cabeza. Y es que tenía, literalmente, el agua al cuello, y detrás de la nuca.
Cuando los tres amigos comenzaron a cavar el agujero «nos encontrábamos en la arena seca, muy lejos de la orilla. Quien haya estado en la playa de Salinas sabrá que la zona de las dunas llega a cubrirse totalmente de agua, pero tanto yo como mis amigos lo ignorábamos. La única culpa de lo que sucedió la tuvo nuestro desconocimiento. Lógicamente, de haberlo sabido ni se nos hubiera pasado por la cabeza hacer algo que pusiera en peligro mi vida», asegura el joven, cuyo nombre y lugar de residencia omite este periódico por petición expresa.
El caso es que se enterró a fondo, en posición casi vertical y hasta el cuello. «No fue ninguna broma. Solo queríamos divertirnos, pero no podíamos ni imaginar que el mar pudiera subir tanto en tan poco tiempo». Cuando se dieron cuenta ya era demasiado tarde. El agua empapaba el agujero, multiplicando el peso de la arena y haciendo inútiles los esfuerzos de sus compañeros. Entonces fue cuando solicitaron ayuda, encontrándola en las numerosas personas que aquella soleada tarde de julio caminaban por la orilla de la playa de Salinas-El Espartal-San Juan. Cuando lograron rescatarlo, la mar superaba el agujero, y el agua le golpeaba la cara.
El joven continúa su relato. «Los socorristas llegaron cuando ya estaba fuera. Insistieron en llevarme al puesto en la moto acuática, cosa innecesaria, puesto que podía caminar, aunque no sin dificultades, dada la situación de estrés que había sufrido. Además, ese viaje en moto me dejó bastante mareado, pero también quiero agradecer sus atenciones», concluye.
Allí, en el puesto, aguardaba una ambulancia, cuya intervención no fue necesaria. Tras recuperarse, el joven se marchó por su propio pie, con la lección bien aprendida: en el Cantábrico las mareas pueden subir mucho, y muy rápido.
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