Lo importante es participar abierta, constructiva y positivamente, por eso, cuando nos preguntan si estamos dispuestos a comprometernos, contestamos: “¿Y por qué no hacerlo?”
ANÁLISIS DE BEATRIZ TALEGÓN | 06/05/2013
Siempre se ha sabido que es más fácil destruir que construir. Más sencillo criticar que proponer. En definitiva: la resignación tiende a expandirse y apoderarse de las circunstancias pero no por ello sufrimos menos.
Hace ya dos años que apareció un libro que llenó con contenido los espacios que estaban quedando vacíos de propuestas, pero llenos de indignación. “Indignaos” vino a plasmar sobre el papel muchas de las ideas que se venían comentando en distintos foros. Y después de ver la luz, las mismas ideas cobraron más fuerza y las charlas en los parques, entre amigos y desconocidos pasaron a tener datos, porcentajes, fechas y nombres propios de los que podríamos considerar más o menos responsables de lo que estaba comenzando a visualizarse en nuestra sociedad. Fueron momentos de revueltas populares, de asambleas constructivas que fomentaron el diálogo, la actitud pacífica y propositiva que la sociedad española necesitaba.
Al poco tiempo llegó otro libro:“Comprometeos”. Hessel, su autor, vino a decirnos que la energía que estábamos trasladando era muy positiva siempre y cuando después pasase a una fase de acción fundamentada en el compromiso con las causas que creíamos nobles. Él mismo señaló cuando el libro fue presentado que personalmente tenía su ideología política y que era fundamental concretar todas las propuestas de una manera estructurada para poder abordar las soluciones urgentes y necesarias.
En definitiva, el grito ante la oscuridad no enciende luces, simplemente nos conciencia de lo necesario que es arrojar luminosidad para poder trazar una ruta adecuada. Y siempre será mejor, como ya comentábamos hace poco en una charla abierta en la Universidad de Almería, una pequeña acción que una gran intención.
Ahora bien: ¿qué ocurre cuando se trata de proponer alternativas (sobre todo en política)? ¿Realmente somos una sociedad abierta al diálogo, a la crítica constructiva, al respeto de quien decide comprometerse y dar el paso hacia la acción? O, por el contrario ¿cuando alguien decide hacer algo la crítica absurda trata de aniquilar cualquier buena intención?
Es peligroso contemplar las ganas que algunos sectores demuestran tener cuando los jóvenes planteamos propuestas, compromiso, alternativas. Si lo que reclama la sociedad son nuevas ideas, nuevos proyectos, gente con ganas de hacer algo bueno para la ciudadanía, ¿por qué hay quien prefiere centrar su energía en intentar hacer añicos cualquier atisbo de intento en positivo? Si queremos mejorar nuestra realidad, debemos apoyarnos, sea donde sea que se quiera plantear el cambio.
Lo triste de esta cuestión es que cuando se intenta actuar de manera cooperativa, positiva, de frente y con ilusión hay que hacer un esfuerzo extraordinario por no despistarse y acabar malgastando energía a combatir ataques absurdos. Quizás precisamente sea eso lo que se pretenda con ciertas “campañas”: desanimar y desgastar a los que tienen las ganas de que nuestra situación cambie a mejor.
En definitiva la pregunta que ha de hacerse cada uno debería ser ¿qué tiene de malo que la gente se comprometa de acuerdo con unos ideales? ¿por qué se trata de desacreditar a cualquiera que dé la cara por un proyecto y con una ilusión? ¿No puede ser, acaso, esa actitud la que haga que muchos de los ciudadanos con buenas intenciones y mejores ideas no tengan ningún interés en dar el paso hacia el compromiso?
Efectivamente hay gente buena, la gran mayoría: que ni tiene cuentas en Suiza, ni planes ocultos. También en los partidos políticos. Gente que, dondequiera que esté, trata de hacer lo posible porque el mundo sea un lugar más agradable para la mayoría de quienes habitamos en él. Y por mucho que algunos políticos de la derecha más rancia de nuestro país se empeñen en decir que “no hay alternativa que no sea la de los recortes y la austeridad” en días como hoy efectivamente los hechos demuestran que sí la hay: que hay equipos de personas que plantean un proyecto ilusionante, diferente, con la visión y el compromiso de poner luz donde otros solamente plantan sombras –quizás para que no veamos con claridad las amnistías para los “amigotes”, las regalías para la banca, y la eliminación fulminante de nuestros derechos-. El Partido Socialista ha puesto sobre la mesa seis líneas principales de actuación muy concretas para dar solución a las graves dificultades que atraviesa la economía española, poniendo en el lugar central a las personas que las están sufriendo.
¿Por qué no ser valientes y comprometernos, ilusionarnos, y demostrar que sí se puede hacer las cosas que nos importan de otra manera? Si de verdad queremos que las cosas cambien para bien, lejos de criticar cualquier iniciativa, deberíamos comenzar por escucharla, estudiarla y tratar de mejorarla en la medida que a cada uno le resulte posible.
Hace unos días participé en un foro junto a Borja Semper, María Sanmiguel y Pablo Iglesias sobre los retos de nuestra generación. Fue curioso observar días después de celebrarse nuestro foro de debate cómo el último compañero que he citado, Iglesias, trataba de tergiversar un mensaje allí dado. Tanto Semper como yo misma hicimos alusión a la política como una dedicación noble, que en la mayoría de los casos está ejercida como una acción social por activistas honestos. Defendimos la acción política y hablamos de la corrupción como una cuestión que, lejos de estar generalizada en los senos de los partidos políticos, respondía a personas concretas que, como en todos los sectores de la población, pasaban por alto las conductas de respeto, convivencia y legalidad exigibles. Pues bien: la crítica del Sr. Iglesias se fundamentó en considerar que nuestros argumentos eran incoherentes –en el caso de Semper- e ingenuos –en el mío-.
Nadie de los presentes tuvo nada que reprochar a nuestro planteamiento, pero a la vista está que es más “entretenido” criticar cualquier cuestión en lugar de sopesar la importancia que tiene en este momento poner en valor el compromiso de los jóvenes que defendemos la política con la visión de dar un servicio a la sociedad para el bien de su conjunto.
En definitiva, una vez más, cooperar por los objetivos que nos afectan a la mayoría de los ciudadanos, pues sin duda, si todos caminamos para alcanzarlos, cuantos más seamos, más posibilidades de lograrlo tendremos. Poner en el plano real aquello de que lo importante es participar de manera abierta, constructiva y positiva. Por eso, a algunos, cuando nos preguntan si estamos dispuestos a comprometernos, contestamos: “¿Y por qué no hacerlo?”
Beatriz Talegón es secretaria general de la Unión Internacional de Jóvenes Socialistas
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