La recogida de la aceituna es un proceso que apenas ha variado desde hace siglos. Es un trabajo artesanal duro, al aire libre y normalmente en epoca fría.
Los frutos se recogen a mano (a esta operación se le llama ordeño) o por vareo, golpeando el árbol con unas varas largas y flexibles para que las aceitunas vayan cayendo sobre las toldos o fardos preparados al pie de los árboles. Estos métodos suponen un periodo muy largo, que puede prologarse hasta bien entrada la primavera.
Existe tambien un sistema mecanico de recogida accionados mediante la fuerza motriz de los tractores que golpean las ramas o hacen vibrar los árboles a partir de unos enganchen que se sujetan a los troncos y puede adaptarse segun las características del árbol y del terreno.
Prepara tu vara, coloca los fardos, saca los aperos de la aceituna...
Esta mañana, al levantarme y mirar desde mi ventana me ha venido a la mente esos días de campo, cuajado de una marea de frondoso verde, el de los olivares, con su oro verde moráceo cuando el fruto se rinde al otoño, anunciando frió y temporales; no sé por qué motivo me acorde de vosotros, aceituneros.
Cuando nos tomamos una tostada, unos huevos fritos o una ensalada y la aderezamos con ese aceite que sabe a gloria, pienso en las agrietadas manos de mujeres y hombres, con los rostros quemados por las heladas, en los palos que deben dar para varear la aceituna y recogerla en esos pesados fardos, en los daños a sus cuerpos por las inclemencias del clima y las irregularidades y dureza de nuestras tierras...cualquier alimento cocinado con esa parte de sus vidas, con sus sudores y con sus sacrificios, me hace pensar en ellos.
Un abrazo y que este pequeño homenaje sirva de reconocimiento por vuestro trabajo.
ACEITUNEROS
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?
No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.
Unidos al agua pura
y a los planetas unidos,
los tres dieron la hermosura
de los troncos retorcidos.
Levántate, olivo cano,
dijeron al pie del viento.
Y el olivo alzó una mano
poderosa de cimiento.
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién
amamantó los olivos?
Vuestra sangre, vuestra vida,
no la del explotador
que se enriqueció en la herida
generosa del sudor.
No la del terrateniente
que os sepultó en la pobreza,
que os pisoteó la frente,
que os redujo la cabeza.
Árboles que vuestro afán
consagró al centro del día
eran principio de un pan
que sólo el otro comía.
¡Cuántos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos!
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
pregunta mi alma: ¿de quién,
de quién son estos olivos?
Jaén, levántate brava
sobre tus piedras lunares,
no vayas a ser esclava
con todos tus olivares.
Dentro de la claridad
del aceite y sus aromas,
indican tu libertad
la libertad de tus lomas.
Miguel Hernández.
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