En un pueblo no muy lejano, gobernaba un
hombre famoso por sus abusos de autoridad y su desprecio hacia las clases más humildes. Con frecuencia hacía fiestas a las cuales invitaba solo a la gente más acaudalada de la localidad, gente como él, que vivía solo para sus placeres,
indiferente a las necesidades de los demás.
Un día llegó al pueblo un empresario muy rico, el señor
Freyman, quien pensaba instalar una gran industria en
el lugar, lo cual significaría un gran progreso además de fuentes de trabajo para los lugareños. El gobernador
fue personalmente a recibir al extranjero, le ofreció su casa y lo acompañó a ver el terreno.
Esa noche, se ofreció una
fiesta en honor del extranjero. Se reunió la crema y nata del pueblo. Estaban en medio del banquete, cuando a un mozo se le cayó una bandeja con vasos, los cuales se hicieron trizas en el suelo, justo enfrente del gobernador y su invitado.
¿Por qué no te fijas imbécil?- le gritó el gobernador al
muchacho, quien muy asustado procedió a recoger los vidrios. El hombre no cesó de insultarlo hasta que terminó de recoger hasta el último trozo de cristal. El empresario observaba la escena indignado. Después de que se hubo ido el muchacho, se dirigió al gobernador:
- Señor gobernador... ¿le puedo hacer una pregunta?
- Por supuesto, mi estimado señor Freyman- respondió el gobernador.
- ¿Si esos vasos se me hubieran caído a mí, qué hubiera pasado?,
¿me habría usted insultado como lo hizo con ese pobre muchacho?
El gobernador se turbó por la pregunta y respondió:
- ¡Por supuesto que no señor Freyman, cómo puede pensar eso!
- ¿Y por qué no? También se hubieran roto los vasos.
- Pero no es lo mismo... ¡cómo iba yo a ofenderlo a usted!
- ¿Y por qué a ese muchacho sí?
- Pues... es solo un sirviente...
- ¡Es un ser humano, igual que usted y que yo!- declaró firmemente el empresario.
- ¡Pero cómo se va a comparar con nosotros
ese pobre diablo!- respondió el gobernador.
- Ese pobre diablo, como usted lo llama, merece
respeto y consideración. El hecho de ser de condición humilde, no hace a un hombre menos merecedor de respeto…
Los invitados se habían quedado en silencio,
asombrados, viendo como el gobernador era avergonzado delante de todos, por su invitado de honor.
- ¡Señor Freyman, me resultó usted predicador!- trató de bromear
el gobernador.
- No señor gobernador, solo soy un hombre que odia la injusticia. Quiero que sepa que yo fui como ese muchacho, yo servía mesas en la taberna de mi pueblo...
Todos nacemos de la misma manera: sin nada y todos morimos igual: sin
nada. No importa si en este mundo fuimos ricos o pobres, cuando lo dejamos, nada nos llevamos.
Mi madre, quien me inculcó hermosos valores cristianos, me enseñó
que un hombre no vale por lo que tiene, sino por lo que es… ¿Su madre no se lo enseñó a usted?
El empresario terminó de hablar y tranquilamente prosiguió con su
cena, dejando a todos pensativos, especialmente al soberbio gobernador, quien esa noche había recibido la lección más grande de su vida.
Para Dios nuestro Creador, todos somos iguales, así que ¿quiénes somos nosotros para hacer diferencias?
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