Al mundo le crecen arrugas a ritmo de vértigo. No tienen nada que ver con la angustia provocada por los desastres, la política del abuso, la economía del desfalco o la incontinencia social. Son arrugas en la piel, cicatrices del tiempo, marcas del relojero biológico...
Abandonemos desde el principio el adjetivo mayores, amañado para cócteles en los que la corrección léxica tiene la misma importancia que la marca de zapatos, y el insolente diminutivo viejitos. Son viejos –una de las acepciones del diccionario es poesía mayor: "Que no es reciente ni nuevo"–. Simple y orgullosamente, viejos. Tus abuelos, vaya.La señora Erna Kalies (arriba, segunda por la izquierda) nació el 6 de septiembre de 1908, es decir, cumple 104 años en unos meses. Ella sabe de relojes y de la necesidad de ser selectivo con tu agenda interior para que las manecillas no te hagan demasiado daño: "Trabajé toda mi vida cosiendo vestidos para las mujeres de centenares de políticos, pero no recuerdo sus nombres". Lección práctico-moral: no es necesario recordar el nombre de un estadista para llegar a los 104.
"Asocio la palabra viejo con madurez, sabiduría, dignidad...", dice el fotógrafo alemán Karsten Thormaehlen, que tiene 47 años pero sabe bastante de los viejos más viejos, los centenarios. Ha retratado a varias decenas para el proyecto Jahrhundertmensch (Centenarios), que se acaba de editar en libro en versión bilingüe inglés/alemán (Editorial Kehrer) con el título Mit hundert hat man noch Träume (Con cien años todavía se sueña). El impulso inicial le llegó cuando en un diario de provincias vio una foto ("técnicamente muy pobre, indignante") de un centenario local en su fiesta de cumplesiglo.
El número 100 tiene buena prensa. Los numerólogos lo relacionan con el absoluto, dios, la superación de la nada y el infinito; los italianos dicen "cent'anni!" para enunciar buenos deseos; los hindús besan los pies de los centenarios para obtener buena suerte... Algunos gobiernos sacan partido de la ternura universal que despiertan los ancianos, y ya que no suben las pensiones (cuatro de cada cinco viejos no cobran ninguna prestación pública, según la ONU), aprovechan para hacer relaciones públicas: en EE UU los centenarios reciben una carta manuscrita del presidente; en el Reino Unido, de la reina; en Suecia, un telegrama; en Japón, una taza de plata del primer ministro; en Irlanda, única excepción a la extendida palmadita en la espalda, les ingresan una paga de 2.500 euros; en España, ni las gracias...
Los centenarios alemanes de las fotos fueron obligados a llevar prendas claras para contribuir a la atmósfera positiva que el fotógrafo buscaba en los retratos, pero las cosas no fueron fáciles en el estudio. "Muchos se sentían incómodos, especialmente los hombres, que no sabían hacia dónde mirar o qué hacer. Algunas mujeres, por el contrario, estaban en su salsa. La vanidad es una de las virtudes más fuertes del ser humano, supongo", dice Thormaehlen, que además del matiz discutible de la última frase, no tiene problema en revelar que en la serie hay algo de fingimiento: "La felicidad que demuestran es solo parcial. Encontré a muchos centenarios deprimidos que querían estar felices en la foto. La buena salud que aparentan es también relativa. Algunos estaban en silla de ruedas; otros, casi ciegos, sordos o enfermos; otros fallecieron al poco tiempo".
En el mundo hay cada vez más centenarios
Los datos oficiales hablan de un crecimiento que suena a disparate: desde 1950 han aumentado en un 1.800%, de 23.000 a 455.000 (6.000 en España). Las proyecciones demográficas –con una esperanza de vida que ha crecido 21 años en el mismo periodo: de 46,6 a 67,6– dibujan una aceleración aún mayor: en 2050 habrá 4,1 millones de centenarios en el mundo (50.000 en España).
La esperanza de vida será entonces de 75,5 años y la Tierra tendrá 395 millones de habitantes con más de 80 años y 2.000 millones con más de 60. Será un planeta donde solo habrá cuatro personas en edad laboral por cada viejo (la proporción es ahora de 12 a 1). El panorama ha sido calificado por los expertos como una "novedad histórica espectacular".
Gustav Weick (tercero por la izquierda en las fotos), tiene clara la razón que le ha permitido llegar a los 102 años. Nada que ver con los genes, la alimentación o la forma de vida."Estoy aquí –dice– porque tuve mucha suerte en las dos guerras mundiales".
Los científicos que estudian a los centenarios no están tan seguros de que se trate de una mera cuestión de buena fortuna superar el siglo. Aunque en el último congreso de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología se atrevieron a fijar porcentajes para explicar el milagro de la longevidad: el 75% depende del ambiente (nutrición y hábitos dietéticos y sociales) y el 25 de la genética, hay indicios sobre diferencias bioquímicas –mayores niveles de algunas enzimas, de las vitaminas A y E, de ciertas células sanguíneas y un pequeño grado de hipotiroidismo–.
Al complejo debate se suma el misterio de las Zonas azules, cinco regiones del mundo donde el porcentaje de centenarios triplica la media mundial: las montañas de Cerdeña (Italia), Okinawa (Japón), una comunidad adventista de Loma Linda-California (EE UU), la península de Nicoya (Costa Rica) e Icaria (Grecia). ¿Que tienen en común sus vecinos? La dieta, rica en pescado, vegetales y cereales y con poca presencia de carnes y huevos; la actividad diaria; el bajo nivel de estrés; el respeto y consiguiente cuidado de los ancianos y, para pasmo de los científicos más empíricos, un alto grado de espiritualidad integrado en la vida cotidiana.
El fotógrafo Thormaehlen presintió algo que no es capaz de expresar verbalmente cuando retrató a sus centenarios. "Me eduqué en el humanismo y estudié filosofía. Siempre pensé que los mayores eran quienes tenían las respuestas, pero perdí esa creencia a medida que me hice adulto, porque nuestra sociedad equipara la vejez con debilidad, enfermedad, soledad y costes crecientes. Con estas fotos he vuelto a recuperar mi idea inicial, que los mayores son indispensables ¿Encontré el secreto de la longevidad retratando a los centenarios? Es imposible, claro, pero hay coincidencias que presentí en todos mis modelos. Creo que el secreto es un equilibrio entre lo que somos, la forma en que vivimos, qué y cómo consumimos y cómo nos relacionamos con nuestro destino y, como me dijo uno de ellos, no olvidarnos de respirar".
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