viernes, 16 de marzo de 2012
Cómo vivir 100 años. Nacido para ser viejo
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Vivimos en la generación más longeva de la historia, preocupada por el envejecimiento de la población y el drástico cambio de rumbo de nuestras curvas demográficas, cada vez con menos niños y más ancianos. Pero esta realidad ya la conocemos desde hace tiempo: no es, precisamente, una novedad científica. Y es que, ahora, la nueva revolución médica y social en cuanto a la vejez no se refiere sólo al aumento de la esperanza de vida sino que se ocupa, especialmente, de los que son “más que viejos”, los más mayores entre los mayores: los que ya han cumplido 100 años. El centenario, una frontera mítica e infranqueable hace apenas medio siglo, empieza a convertirse en una expectativa realista para cada vez más ciudadanos del planeta. Ya no sólo se llega a viejo, se llega a ser “muy viejo” y con grandes probabilidades de hacerlo en plenitud de condiciones físicas y mentales. Y, por supuesto, esto supone toda una revolución a la que los médicos, psicólogos, sociólogos y políticos no han acabado de acostumbrarse.
Cien años no es nada
En España, en el año 2000 había 5.700 personas con más de 100 años. De hecho, hasta hace muy poco, la celebración del siglo de vida era prácticamente un acontecimiento merecedor de reseña en la prensa local. Se cree que para 2050 habrá cientos de miles de españoles que puedan contar esta experiencia. En todo el mundo, la evolución es sorprendente. Si ahora se registran unos 200.000 centenarios declarados –hay que tener en cuenta que en muchos países es imposible la contabilidad debido a la falta de registros exactos de fecha de nacimiento–, dentro de 50 años el número habrá ascendido a más de 32 millones. Japón se llevará la palma con un 1 por 100 de “superancianos” en su población. Les seguirán, con un 0,2 por 100, Suecia, Suiza y Finlandia.
Cuanto más, mejor
El dato empieza a obsesionar a los científicos expertos en envejecimiento que se preguntan cuáles son las razones de este aumento de la longevidad. Sobre todo, porque algunos recientes descubrimientos permiten suponer que llegar a los 100 años significa algo más que, simplemente, vivir mucho. Si nos atenemos a los últimos hallazgos, quien vive 100 años vive mejor que quien vive 80. ¿Cómo es posible? Una de las máximas autoridades mundiales en gerontología de centenarios, el geriatra de la Universidad de Boston Thomas Perls, reconoce que “en la facultad de medicina me enseñaron que la incidencia de enfermedades crónicas, desórdenes inhabilitantes y demencias crecía inexorablemente con el paso de los años. Sin embargo, en mi práctica clínica descubrí que las personas que llegan a superar los 90 años, generalmente conocidas como los “viejos más viejos”, suelen ser más saludables y ágiles que los ancianos de 80”. Esta idea, hoy contrastada científicamente, hace pensar a los gerontólogos que las personas centenarias son un grupo de población saludable y generalmente poco comprendido. Valga, como muestra, un ejemplo. Hasta los años 90 del siglo pasado, los estudios sobre la prevalencia del Alzheimer mostraban unas cifras muy consistentes: la enfermedad afectaba al 40 por 100 de las personas mayores de 85 años y algunas estadísticas referían un 50 por 100 de casos en mayores de 90. Pero la mayoría de los trabajos no incluían a individuos mayores de 95 años. Cuando en 1991 se realizó la primera muestra sobre centenarios en le Centro Hebreo de Rehabilitación de Ancianos de Boston, saltó la sorpresa: sólo el 25 por 100 de quienes habían llegado a cumplir el siglo sufrían demencia. Este tipo de datos sugiere que los ancianos que más tiempo sobreviven están más preparados para superar las enfermedades propias de la edad. Se trataría, por tanto, de una especie de “supervivencia del más fuerte”; por algún motivo desconocido, algunos individuos resisten mejor que otros el paso del tiempo. Ellos no sólo viven más, sino que viven mejor. Esta tesis de la “supervivencia del más fuerte”, tiene especial interés porque servirá para conocer mejor los mecanismos del envejecimiento no sólo en centenarios sino en toda la población mayor. ¿Qué factores genéticos o ambientales están detrás de este fenómeno?
Hombre o mujer
La genética nos descubre algunas trazas curiosas. Por ejemplo, y de manera sorprendente, parece ser que, como grupo, los hombres nonagenarios suelen tener mejor salud mental que las mujeres de esa edad. La razón es que las féminas tienden a vivir con su demencia mientras que los hombres suelen “morir de ella”. Las mujeres llegan a mayor edad sea cual sea su grado de salud mental mientras que los varones que mayoritariamente sobreviven son aquéllos que gozan de una mente sana. Lo mismo ocurre con la salud física. Dado que los varones sufren más infartos y accidentes vasculares entre los 60 y 70 años, aquellos que sobreviven más de 90 son los que mejor salud física han acumulado y, por eso, la media de bienestar a esa edad es favorable para ellos. ¿Estas diferencias, se deben a los genes o a los hábitos de vida? Se sabe, por ejemplo, que existen localidades como la japonesa Okinawa con una extrañamente elevada proporción de centenarios. Los científicos atribuyen este fenómeno a motivos ambientales: en Okinawa los ancianos suelen hacer mucho ejercicio físico y mental, la dieta de la población general es rica en fruta y baja en grasas, la población mayor cuenta con un alto grado de respeto social y, además, los ciudadanos locales practican una proverbial frugalidad a la hora de comer. Algunos estudios con gemelos univitelinos educados en ambientes distintos parecen demostrar que la longevidad es una cuestión de hábito más que de genes. Pero otros experimentos siembran la duda al respecto. Parece evidente que los “supermayores” disfrutan de una magistral combinación: un contenido extra de genes protectores contra los fenómenos oxidativos de la vejez y una relativa escasez de genes productores de daños. Un ejemplo de estos últimos es cualquiera de las variantes comunes de genes que dirigen la síntesis de la apolipoproteína E (apo-E) relacionada con la aparición del Alzheimer. Los centenarios estudiados demuestran que entre los 72 y los 100 años de edad se registra un descenso de la prevalencia de estos genes en un 50 por 100, es decir, los que alcanzan mayor edad son los individuos peor dotados de estos genes dañinos.
Superórganos
Los genes juegan, pues, un papel determinante en la longevidad, sobre todo porque afectan a dos cualidades físicas: la capacidad adaptativa y la reserva funcional. La primera se refiere a la habilidad de un órgano para recuperarse de un daño. La segunda no es otra cosa que la “cantidad de órgano” que es necesaria para un correcto funcionamiento. En otras palabras, cuán debilitado ha de estar, por ejemplo, un corazón para que deje de latir. Parte de esta capacidad de resistencia parece estar unida a los genes responsables de la producción del antígeno de leucocitos humanos (ALH), localizados en el cromosoma 6, que se relacionan con la aparición de enfermedades autoinmunes como el lupus, la artritis reumatoide y la esclerosis múltiple. Se ha descubierto que los centenarios de Okinawa comparten una variante común de estos genes, y rasgos similares también aparecen en estudios realizados entre centenarios de EE UU.
Plus de resistencia
No es fácil reproducir estos datos en otras poblaciones y, de momento, la ciencia desconoce cuál es el factor de protección que esta herencia genética otorga pero quizás sirvan para explicar por qué hay personas que llegan a edades muy provectas a pesar de haber mantenido unos hábitos de vida muy poco saludables: consumo de alcohol excesivo, tabaquismo, dieta desequilibrada... ¿Existen genes que ofrecen un plus de resistencia al organismo frente al maltrato al que algunos humanos le someten? ¿Los portadores de estos genes son una especie de longevos de nacimiento casi invulnerables? Cuando se responda a estas preguntas podremos saber si los ancianos “nacen” o “se hacen”, aunque lo más probable es que la respuesta sea algo intermedio entre ambas posibilidades.
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