viernes, 3 de febrero de 2012
EL NEGRO
Rosa Montero,
escritora española .
Mundo
La
prestigiosa escritora española Rosa Montero publicó en su columna una
anécdota refrescante y conmovedora sobre la convivencia entre
extranjeros y los nacionales de un país. El artículo titulado 'El
negro'
ha causado gran conmoción entre la población inmigrante de
España.
Jueves 12
Enero 2012
Una historia de
apenas tres párrafos se convirtió en el artículo más leído del
periódico
el País de España, en su página de internet. Son líneas conmovedoras
sobre la inmigración, uno de los temas más delicados y que mayor
preocupación genera entre los ciudadanos europeos. La anécdota que
cuenta Rosa Montero es uno de los temas más comentados en redes
sociales
y considerada por el escritor brasilero Paulo Coelho como lectura
obligada. Este es el
mensaje:
‘El
negro’
Estamos en el comedor
estudiantil de una universidad alemana. Una alumna rubia e
inequívocamente germana adquiere su bandeja con el menú en el
mostrador
del autoservicio y luego se sienta en una mesa. Entonces advierte
que ha
olvidado los cubiertos y vuelve a levantarse para cogerlos. Al
regresar,
descubre con estupor que un chico negro, probablemente
subsahariano por
su aspecto, se ha sentado en su lugar y está comiendo de su bandeja.
De entrada, la muchacha se siente desconcertada y agredida; pero
enseguida corrige su pensamiento y supone que el africano no está
acostumbrado al sentido de la propiedad privada y de la intimidad del
europeo, o incluso que quizá no disponga de dinero suficiente para
pagarse la comida, aun siendo ésta barata para el elevado estándar de
vida de nuestros ricos países. De modo que la chica decide sentarse
frente al tipo y sonreírle amistosamente. A lo cual el africano
contesta
con otra blanca sonrisa. A continuación, la alemana comienza a
comer de
la bandeja intentando aparentar la mayor normalidad y
compartiéndola con
exquisita generosidad y cortesía con el chico negro. Y así, él se
toma
la ensalada, ella apura la sopa, ambos pinchan paritariamente del
mismo
plato de estofado hasta acabarlo y uno da cuenta del yogur y la
otra de
la pieza de fruta.
Todo ello trufado de múltiples sonrisas
educadas, tímidas por parte del muchacho, suavemente alentadoras y
comprensivas por parte de ella. Acabado el almuerzo, la alemana se
levanta en busca de un café. Y entonces descubre, en la mesa vecina
detrás de ella, su propio abrigo colocado sobre el respaldo de una
silla
y una bandeja de comida intacta.
Dedico esta historia deliciosa,
que además es auténtica, a todos aquellos españoles que, en el fondo,
recelan de los inmigrantes y les consideran individuos inferiores. A
todas esas personas que, aun bienintencionadas, les observan con
condescendencia y paternalismo. Será mejor que nos libremos de los
prejuicios o corremos el riesgo de hacer el mismo ridículo que la
pobre
alemana, que creía ser el colmo de la civilización mientras el
africano,
él sí inmensamente educado, la dejaba comer de su bandeja y tal vez
pensaba: "Pero qué chiflados están los europeos".
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