Médicos británicos piden que se cumpla la última voluntad del 'gigante irlandés', que vivió como atracción de museo en el siglo XVIII, de ser arrojado al mar tras su muerte. El esqueleto de Charles Byrne sigue siendo analizado por los científicos
Charles Byrne (1761-1783), conocido como el gigante irlandés, era tan alto que encendía los cigarros en las lámparas de la calle. Su estatura exacta es objeto de conjetura, aunque 2,31 metros parece la cifra más rigurosa. Después de una durísima vida como monstruo de feria, su historia dice que pagó a varios compinches para que, a su muerte, tirasen su cuerpo en el mar. Pero su esqueleto aún se expone al público en el museo del Colegio de Cirujanos de Londres, donde aseguran que el estudio de su ADN ha sido fundamental para conocer la acromegalia o gigantismo, una alteración de la glándula pituitaria, que secreta una producción indiscriminada de la hormona del crecimiento.
En las últimas semanas, un grupo de académicos británicos, a través de la revista British Medical Journal, ha pedido que se cumplan los deseos de Charles Byrne de que su esqueleto (lo único que queda del cuerpo) descanse en el mar de Irlanda. La osamenta se alza armoniosamente urdida e inmaculadamente conservada junto al armazón óseo de un tal señor Jeffs, con quien comparte vitrina en el museo de los cirujanos. Jeffs es de talla media y padeció otra dolencia ósea poco corriente. Charles Byrne llegó al Colegio de Cirujanos como parte de la colección del anatomista escocés John Hunter (1728-1793). Establecido en Londres, el pionero cirujano reunió la mayor colección de piezas anatómicas de aquel momento.
Byrne medía 2,31 metros y trabajaba en el museo de bestias humanas'
Byrne había nacido en un pueblo de Tyrone (hoy, Irlanda del Norte) y creció de forma desmesurada. Su salud era frágil, y a los 21 años llegó a Londres a hacer fortuna exhibiéndose como monstruo de feria en el museo Cox, de bestias humanas. Los periódicos se hicieron eco de su presencia y, seguramente, John Hunter le echó el ojo como objeto de interés anatómico. En Londres, el irlandés se hacía llamar O'Brien, sucumbió al alcoholismo y su vida se extinguió al año siguiente, con 22 años de edad. John Hunter adquirió su cuerpo por 130 libras (150 euros), una considerable suma en aquel momento, después de tramar un complot para sobornar a los que iban a enterrarlo al mar. Hirvió el cadáver durante horas para quedarse con el esqueleto pelado.
En 1891, el científico Daniel Cunningham estudió la osamenta de Byrne y llegó a la conclusión de que era víctima de acromegalia. En 1909, el neurólogo estadounidense Harvey Cushing examinó la calavera de Byrne detectando que la fosa pituitaria en la que se encontraba la glándula que secretaba las hormonas era de un enorme tamaño y contenía un tumor, causa de la enfermedad. Esta secreción disparada de hormonas produce un crecimiento óseo que en los jóvenes tiende a hacer los huesos largos y en los adultos, anchos. La desproporción de las mandíbulas u otros huesos es uno más de los efectos de esta anomalía corporal.
Sam Alberti, director del museo Hunterian del Colegio de Cirujanos, es tajante en el tema de deshacerse del esqueleto. "El supuesto deseo de Charles Byrne de enterrarse en el mar carece de pruebas escritas o contundentes que demuestren que así fue, no hay ningún testamento ni documentación explícita que lo constate, al margen de los repetidos rumores", asegura Alberti, quien, añade: "Guardaremos el esqueleto mientras sea de beneficio clínico para la investigación médica". El armazón óseo del gigante irlandés tiene numerosas solicitudes para ser estudiado anualmente. Alberti manifiesta que el criterio para autorizar el examen del esqueleto se basa en que "el solicitante sea una institución autorizada como un hospital o una universidad, y que el objetivo de la investigación beneficie a los pacientes o al público".
Murió a los 22 años alcoholizado, un año después de llegar a Londres
"Si alguien nos pide desmantelar un brazo del esqueleto, seguramente, no lo permitiremos porque para el análisis de ADN es suficiente con una minúscula fracción. Como curiosidad o con fines comerciales tampoco permitimos el uso de los restos humanos", explica el director del museo que custodia los restos. El año pasado se extrajeron dos dientes de Charles Byrne para ser estudiados en un laboratorio alemán como parte de la investigación dirigida por la profesora de endocrinología de la Universidad de Londres, Marta Korbonits, doctora en el Hospital San Bartolomé de la capital inglesa.
Una decisión moral
El estadounidense Len Doyal, profesor de Medicina Ética de la Universidad de Londres, y Thomas Muinzer, abogado de la Universidad de Belfast, encabezan la campaña para enterrar los restos del gigante irlandés al mar. "Lo hecho no se puede deshacer, pero moralmente puede corregirse. Ya es hora de que se respeten los deseos de Charles Byrne", dice Doyal. Según su opinión, ya se han tomado suficientes pruebas de ADN de los huesos y, por lo tanto, ya no tiene utilidad científica.
Un anatomista compró su cuerpo tras un soborno
Marta Korbonits ha estudiado la acromegalia, detectando en el sur de Irlanda del Norte, donde nació Charles Byrne, más casos que en otras zonas geográficas. La media apunta a que una de cada 10.000 personas está afectada por algún tipo de crecimiento óseo desmesurado. En ese lugar nació también hace 59 años Brendan Holland, un hombre con excelente sentido del humor que atiende con amabilidad la llamada para hablar de su gigantismo.
"Mi desarreglo no me ha impedido llevar una vida normal aunque, temporalmente, cuando tuve el primer diagnóstico, a los 20 años, la afección ocupaba permanentemente mis pensamientos. A los 23 años empezaron a tratarme en Londres y allí conocían mejor la enfermedad, me operaron del tumor y desde entonces tomo medicamentos", explica Brendan con naturalidad. El otro gigante irlandés añade: "Durante un tiempo me preguntaba por qué yo, pero ahora la enfermedad es parte de mí y nos aceptamos mutuamente".
Brendan se ha convertido en un experto conocedor del adenoma de hipófisis aislado familiar (AIP), otra forma de llamar a su dolencia. "El gen que llevamos es como todos los genes, puede desaparecer en varias generaciones y resurgir al cabo de los años. En mi familia no hay historia oral ni referencia de ningún afectado. En cambio, el otro día visité en Dublín a una afectada de 62 años que sí sabía que uno de sus antepasados era gigante", farfulla Brendan, de 2,06 metros de altura, añadiendo que "con los avances de la genética, actualmente se puede comprobar si se lleva el gen".
"Ya es hora de que se respeten sus deseos", dice un médico
El caso de los gigantes irlandeses ha sido llevado a la televisión en un documental del director Ronan McCloskey, también del condado de Tyrone, quien tercia en la polémica del esqueleto. Él opina, como Brendan Holland, que los restos significan una fuente de información para la ciencia. "Si Charles Byrne hubiese imaginado la importancia de sus huesos, estoy seguro de que los dejaría donde están".
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