viernes, 22 de noviembre de 2013

Los tres disparos que congelaron el mundo

  • El jefe de prensa del gobernador de Texas, testigo del asesinato, repasa con LA RAZÓN las últimas horas de JFK
  • John y Jackie Kennedy sonríen a la cámara durante su paseo por las calles de Dallas, minutos antes del magnicidio
  • John y Jackie Kennedy sonríen a la cámara durante su paseo por las calles de Dallas, minutos antes del magnicidio
    A las 12:30 del mediodía (hora de Dallas), se cumplirán hoy 50 años del crimen del siglo: el asesinato de John F. Kennedy. El suceso será recordado en esa ciudad oscura y sureña, demostrando que sigue vivo en la memoria de muchos, como Julian Read, el jefe de prensa del gobernador John Connally en 1963.
    Hace medio siglo, Read se encontró en el hospital Parkland, (Dallas) ante dos mujeres que esperaban noticias del estado de sus maridos. A los dos les habían disparado. Prácticamente, ambos habían caído sobre el regazo de estas dos mujeres. A una le tenían que decir que su esposo se iba a recuperar. A la otra, que había muerto. Una era Nellie, la mujer del gobernador de Texas, John B. Connally. La otra era Jackie, esposa del presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy.
    Esperaban en el hospital Parkland. Habían llegado a las 12:35 del mediodía, cinco minutos después de que el presidente y el gobernador hubiesen sido disparados. El doctor Ronald Jones estaba comiendo cuando le llamaron. Dejó lo que estaba haciendo y se fue a la sala de emergencia. Kennedy estaba en el quirófano 1. Al verle, sabía ya su destino. Pero intentaron reanimarle. Read, cincuenta años después, desde el Museo del Sexto Piso de Dallas, el antiguo depósito de libros desde donde disparó Lee Harvey Oswald, el hombre que tuvo que dar dos noticias –la buena y la mala– recuerda las últimas horas del líder demócrata.
    «Allí estaban solas. No había nadie. Me acerqué a ellas sin pasar ningún control de seguridad», recuerda Read, quien tuvo que prepararlas para soportar la presión de los medios de comunicación. Después, él mismo se encargó de anunciar a los periodistas que el presidente había sido asesinado. Julian Read, que acaba de escribir «JFK's Final Hours in Texas», recuerda que tras escuchar los disparos y ver cómo la limousina abandonaba el lugar a toda velocidad, fue a llamar a un teléfono público: «Sentí un vacío, pero me puse en modo piloto automático. No era consciente de lo que estaba pasando, sólo de que tenía que hacer mi trabajo», recuerda el jefe de prensa del gobernador, quien acto seguido puso rumbo al hospital Parkland. El entonces joven Read se dirigió a los periodistas que estaban en la clínica después de que el subsecretario de prensa de la Casa Blanca, Malcolm Kilduff, anunciase que JFK había muerto. Read basó su relato en lo que le había explicado a toda prisa Nellie Connally, la esposa del gobernador de Texas. Estuvo tres días enteros sin parar y tres noches sin dormir.
    El cuerpo de Kennedy fue sacado por el Servicio Secreto de Parkland a la fuerza, casi como un secuestro. Lyndon Johnson quería que el cadáver de JFK estuviera en el Air Force One antes de jurar el cargo. En un principio, Jacqueline había rechazado la idea de que se hiciera un examen al cadáver de su marido, pero finalmente fue convencida. «Jack pertenece a la Marina y la autopsia la deben hacer sus compañeros de la Marina», dijo en el «Air Force One», lo que indicaba que el Hospital Naval de Bethesda sería el escogido para el estudio. Al parecer, a Robert F. Kennedy tampoco le gustaba la idea de ver el cuerpo sin vida de su hermano en una fría camilla. Pero puso condiciones: se debía evitar que el análisis sirviera también para conocer los muchos males que habían martirizado al presidente
    El estudio fue realizado por una treintena de militares, además de la presencia de dos agentes del FBI y otros del Servicio Secreto. Durante la autopsia se tomaron una serie de fotografías. Para los amantes de las conspiraciones es curioso que uno de los fotógrafos que captó los detalles se acabara suicidando, pegándose un tiro en la cabeza con la pistola en la mano izquierda pese a ser diestro.
    Lo que nunca pudo hacer
    La caravana presidencial se dirigía al Trade Mark de Dallas, donde los comensales habían pagado cien euros para estar junto al presidente. JFK debía pronunciar un discurso, cuyas fichas llevaba en el bolsillo en el momento de recibir los disparos mortales que acabaron con él

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