domingo, 3 de mayo de 2015

Levantamiento del 2 de mayo

El Dos de Maig. Defensa del Parque de Artilleria de Monteleón, en Madrid, el día Dos de Mayo de 1808..JPG

Antecedentes

Tras la firma del Tratado de Fontainebleau el 27 de octubre de 1807 y la consiguiente entrada en España de las tropas aliadas francesas de camino hacia Portugal, y los sucesos del Motín de Aranjuez el 17 de marzo de 1808, Madrid fue ocupada por las tropas del general Murat el 23 de marzo. Al día siguiente, se produce la entrada triunfal en la ciudad de Fernando VII y su padre, Carlos IV, que acababa de ser forzado a abdicar a favor del primero. Ambos son obligados a acudir a Bayona para reunirse con Napoleón, donde se producirá el hecho histórico conocido como las abdicaciones de Bayona, que dejarán el trono de España en manos del hermano del emperador, José Bonaparte.
Mientras tanto, en Madrid se constituyó una Junta de Gobierno como representación del rey Fernando VII. Sin embargo, el poder efectivo quedó en manos de Murat, el cual redujo la Junta a un mero títere, simple espectador de los acontecimientos. El 27 de abril, Murat solicitó, supuestamente en nombre de Carlos IV, la autorización para el traslado a Bayona de los dos hijos de éste que quedaban en la ciudad, María Luisa, reina de Etruria, y el infante Francisco de Paula. Si bien la Junta se negó en un principio, tras una reunión en la noche del 1 al 2 de mayo, y ante las instrucciones de Fernando VII llegadas a través de un emisario desde Bayona, finalmente cedió.

«¡Que nos lo llevan!»

El 2 de mayo de 1808, a primera hora de la mañana, una multitud de madrileños comenzó a concentrarse ante el Palacio Real. La muchedumbre conocía la intención de los soldados franceses de sacar de palacio al infante Francisco de Paula para llevarlo a Francia con el resto de la Familia Real, por lo que, al grito de José Blas Molina «¡Que nos lo llevan!», parte del gentío asaltó el palacio. El infante se asomó a un balcón provocando que aumentara el bullicio en la plaza. Este tumulto fue aprovechado por Murat, que mandó un destacamento de la Guardia Imperial al palacio, acompañado de artillería, la cual hizo fuego contra la multitud. Al deseo del pueblo de impedir la salida del infante, se unió el de vengar a los muertos y el de deshacerse de los franceses. Con estos sentimientos, la lucha se extendió por todo Madrid.

La lucha callejera

"En el Pretil de los Consejos, por San Justo y por la plazuela de la Villa, la irrupción de gente armada viniendo de los barrios bajos era considerable; mas por donde vi aparecer después mayor número de hombres y mujeres, y hasta enjambres de chicos y algunos viejos fue por la plaza Mayor y los portales llamados de Bringas. Hacia la esquina de la calle de Milaneses, frente a la Cava de San Miguel, presencié el primer choque del pueblo con los invasores, porque habiendo aparecido como una veintena de franceses que acudían a incorporarse a sus regimientos, fueron atacados de improviso por una cuadrilla de mujeres ayudadas por media docena de hombres".1
Benito Pérez Galdós: El 19 de Marzo y el 2 de Mayo
Los madrileños comenzaron así un levantamiento popular espontáneo pero largamente larvado desde la entrada en el país de las tropas francesas, improvisando soluciones a las necesidades de la lucha callejera. Se constituyeron partidas de barrio comandadas por caudillos espontáneos; se buscó el aprovisionamiento de armas, ya que en un principio las únicas de que dispusieron fueron navajas; se comprendió la necesidad de impedir la entrada en la ciudad de nuevas tropas francesas.
Todo esto no fue suficiente y Murat pudo poner en práctica una táctica tan sencilla como eficaz. Cuando los madrileños quisieron hacerse con las puertas de la cerca de la ciudad para impedir la llegada de las fuerzas francesas acantonadas en sus afueras, el grueso de las tropas de Murat (unos 30.000 hombres) ya había penetrado, haciendo un movimiento concéntrico para dirigirse hacia el centro. No obstante, la gente siguió luchando durante toda la jornada utilizando cualquier objeto que fuera susceptible de servir de arma, como piedras, agujas de coser, macetas arrojadas desde los balcones... Así, los acuchillamientos, degollamientos y detenciones se sucedieron en una jornada sangrienta. Mamelucos y lanceros napoleónicos extremaron su crueldad con la población y varios cientos de madrileños, hombres y mujeres, así como soldados franceses, murieron en la refriega.Goya reflejaría estas luchas años después, en su lienzo La Carga de los Mamelucos.
Si bien la resistencia al avance francés fue mucho más eficaz de lo que Murat había previsto, especialmente en la Puerta de Toledo, la Puerta del Sol y el Parque de Artillería de Monteleón, su operación de cerco le permitió someter a Madrid bajo la jurisdicción militar y poner bajo sus órdenes a la Junta de Gobierno. Poco a poco, los focos de resistencia popular fueron cayendo.

Daoíz y Velarde

Monumento a Daoiz y Velarde, en laPlaza del 2 de Mayo de Madrid. Obra de Antonio Sola. El arco es la antigua puerta delCuartel de Monteleón.
Mientras se desarrollaba la lucha, los militares españoles permanecieron, siguiendo órdenes del capitán general Francisco Javier Negrete, acuartelados y pasivos. Sólo los artilleros del Parque de Artillería en el Palacio de Monteleón desobedecieron las órdenes y se unieron a la insurrección. Los héroes de mayor graduación fueron los capitanes Luis Daoíz y Torres, que asumió el mando de los insurrectos por ser el más veterano, y Pedro Velarde Santillán. Con sus hombres se encerraron en el Parque de Artillería de Monteleón y, tras repeler una primera ofensiva francesa al mando del general Lefranc, murieron luchando heroicamente ante los refuerzos enviados por Murat. Otros jóvenes militares tampoco acataron la orden superior de no intervenir y lucharon junto a Daoíz y Velarde en Monteleón, como el teniente Jacinto Ruiz y los alféreces de fragata Juan Van Halen, que fue herido de gravedad, y José Hezeta.

Los levantados en armas

El Dos de mayo no fue la rebelión del Estado español contra los franceses, sino la de las clases populares de Madrid contra el ocupante tolerado (por indiferencia, miedo o interés) por gran cantidad de miembros de la Administración. De hecho, la entrada de las tropas francesas se había hecho legalmente, al amparo del Tratado de Fontainebleau, cuyos límites, sin embargo, pronto vulneraron, excediendo el cupo permitido y ocupando plazas que no estaban en camino hacia Portugal, su supuesto objetivo. La Carga de los Mamelucos, antes citada, presenta las principales características de la lucha: profesionales perfectamente equipados (los mamelucos o los coraceros) frente a una multitud prácticamente desarmada; presencia activa en el combate de mujeres, algunas de las cuales perdieron incluso la vida (Manuela Malasaña y Clara del Rey, por ejemplo).

La represión

El Tres de mayo de 1808 en Madrid: los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío, de Goya. Museo del Prado
La represión fue cruel. Murat, no conforme con haber aplacado el levantamiento, se planteó tres objetivos: controlar la administración y el ejército español, aplicar un riguroso castigo a los rebeldes para escarmiento de todos los españoles y afirmar que era él quien gobernaba España. La tarde del 2 de mayo firmó un decreto que creó una comisión militar, presidida por el general Grouchy, para sentenciar a muerte a todos cuantos hubiesen sido cogidos con las armas en la mano («Serán arcabuceados todos cuantos durante la rebelión han sido presos con armas»).
El Consejo de Castilla publicó una proclama en la que se declaró ilícita cualquier reunión en sitios públicos y se ordenó la entrega de todas las armas, blancas o de fuego. Militares españoles colaboraron con Grouchy en la comisión militar. En estos primeros momentos, las clases pudientes parecieron preferir el triunfo de las armas de Murat antes que el de los patriotas, compuestos únicamente de las clases populares.
En el Salón del Prado fueron fusiladas 32 personas el mismo día 2 de mayo, otras 11 personas fueron ejecutadas en otros puntos de la ciudad (Cibeles, Recoletos, Puerta de Alcalá y Buen Suceso). Al día siguiente los franceses fusilaron a 24 personas en la montaña del Príncipe Pío y otros 12 en el Buen Retiro. La cifra exacta de bajas ha sido objeto de gran controversia, pero el historiador Pérez Guzmán, que revisó todos los archivos disponibles en 1908, contabilizó 409 muertos, 39 de ellos militares, y 170 heridos, de los cuales 28 eran militares. El resto de los muertos y heridos eran civiles.2 Aún considerando otros fallecimientos que no fueran registrados (por la confusión del momento o por miedo a represalias francesas) se ha calculado que la cifra total de bajas no superó los 500 muertos, y solo una décima parte de ellos militares.

Consecuencias

Murat pensaba haber acabado con los ímpetus revolucionarios de los españoles, habiéndoles infundido un miedo pavoroso y garantizando para sí mismo la corona de España. Sin embargo, la sangre derramada no hizo sino inflamar los ánimos de los españoles y dar la señal de comienzo de la lucha en toda España contra las tropas invasoras. El mismo 2 de mayo por la tarde, en la villa de Móstoles, ante las noticias horribles traídas por los fugitivos de la represión en la capital, un destacado político, Juan Pérez Villamil, Secretario del Almirantazgo y Fiscal del Supremo Consejo de Guerra, hizo firmar a los alcaldes del pueblo (Andrés Torrejón y Simón Hernández) un bando en el que se llamaba a todos los españoles a empuñar las armas en contra del invasor, empezando por acudir al socorro de la capital. Dicho bando haría, de un modo indirecto, comenzar el levantamiento general, cuyos primeros movimientos, aunque posteriormente suspendidos, fueron los que promovieron el corregidor de Talavera de la ReinaPedro Pérez de la Mula, y el alcalde Mayor de TrujilloAntonio Martín Rivas. Ambas autoridades prepararon alistamientos de voluntarios, con víveres y armas, y la movilización de tropas, para acudir al auxilio de la capital.

El Dos de Mayo en la actualidad

Monumento a los Héroes del Dos de Mayo, de Aniceto Marinas(1891. Inaugurado el 1908)
Los acontecimientos del Dos de mayo suelen recibir homenajes todos los aniversarios de dicha fecha. Además se celebra el Día de la Comunidad de Madrid. Entre los homenajes cabe destacar los celebrados con motivo del Primer Centenario en 1908, con la inauguración del conjunto escultórico de bronce Héroes del Dos de Mayo, del escultor Aniceto Marinas, por parte del rey Alfonso XIII; y las celebraciones del Segundo Centenario en 2008. Éstas últimas estuvieron protagonizadas por un espectáculo en la Plaza de Cibeles del grupo teatral La Fura dels Baus, en el que se narraban los antecedentes históricos del Levantamiento y los fusilamientos del 3 de mayo. También se llevaron a cabo otras actividades culturales, en la capital y enMóstoles, como la colocación de una ofrenda floral a los héroes del 2 de mayo en el Cementerio de la Florida, un desfile en la Puerta del Sol con la colocación de una corona de flores a las placas de agradecimiento a los que lucharon el 2 de mayo de 1808, así como a los ciudadanos que ayudaron a las víctimas del atentado del 11 de marzo de 2004, y una ceremonia de entrega de premios en la Sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid.
La compañía teatral "The Grave Road", de Madrid, llevó al escenario la obra original "Madrid 1808: Nosotros Ellos", que narra los días del levantamiento, los fusilamientos y cuenta con la aparición de personajes históricos y narraciones fidedignas de los sucesos. La obra, escrita por el director de la compañía, Edduardo Viera, se ha representado en diversos teatros de la capital.
Una celebración muy emotiva es la que se realiza en la propia casa de Pedro Velarde, en Muriedas (Cantabria), en la que todos los vecinos, junto con las autoridades del ayuntamiento y del gobierno regional de Cantabria, se reúnen en su jardín: se celebra una misa en su memoria, se recuerda al héroe y se hace una ofrenda floral. Del mismo modo en Sevilla, cuna de Daoiz, un destacamento de artillería rinde honores ante su estatua, que preside la céntrica Plaza del Dos de Mayo.
También una calle de Barcelona fue bautizada "Calle Dos de Mayo" en recuerdo de tal fecha.

El problema de Fernando VII con las mujeres que derivó en una crisis sucesoria

El Rey sufría de macrosomía genital, es decir, las dimensiones de su miembro viril eran muy superiores a la media. El asunto trascendió a la política porque sus tres primeras esposas no pudieron darle descendencia a causa de lo complicado de las relaciones con el Monarca

El problema de Fernando VII con las mujeres que derivó en una crisis sucesoria

Fernando VII de España tuvo cuatro esposas pero solo la última, su sobrina María Cristina de las Dos Sicilias, le dió descendencia. No en vano, las dos hijas que tuvo con María Cristina, entre ellas la futuraIsabel II, se antojaron insuficientes para convencer a su hermanoCarlos María Isidro de Borbón de que no se entrometiera en el proceso de sucesión. Hasta entonces, todos los reyes desde la unión dinástica –salvo Carlos II «El Hechizado» que era estéril y Luis I y Fernando VI que reinaron muy poco tiempo– habían procurado dejar a su muerte al menos a un heredero varón. Una forma de evitar la problemática de hacer valer los derechos al trono de un heredero de género femenino, que, según el reglamento de sucesión impuesto por Felipe V, imposibilitaba a las mujeres a acceder a la corona, excepto en casos muy extremos. Los esfuerzos legales del Rey para anular esta situación llegaron tarde y mal.
Tras ser obligado por Napoleón a abdicar en Bayona y pasarse todala Guerra de Independencia preso en Valençay (Francia), Fernando VII regresó a España en 1814 disfrutando de gran popularidad en el reino. No le duraría mucho. «El Deseado» se reveló pronto como un firme defensor del absolutismo y un perseguidor acérrimo de los liberales. De modales bruscos y carácter chabacano y vengativo, la falta de interés del Monarca por la cultura quedó patente en un episodio que protagonizó con el general ingles Wellington. En su huida del país al finalizar la guerra, el hermano de Napoleón «Pepe Botella» cargó en su equipaje más de 100 obras de grandes maestros de la pintura española. Por fortuna (para el inglés),el duque de Wellington capturó el convoy con los cuadros y escribió a Fernando VII pidiéndole instrucciones sobre cómo trasladarlos de vuelta a sus lugares de origen. Sin embargo, el Monarca español creyó oportuno que el inglés a modo de gracia se quedara la colección, que hoy conforma el núcleo del Museo de Wellington en Aspley House. Bien es cierto que el Rey quedó parcialmente redimido de aquel pecado muchos años después por culminar un proyecto esbozado ya en tiempos de su padre: la fundación de un museo a la imagen del Louvre de París, que exhibiera las piezas más escogidas de la colección real, El Prado.

La macrosomía genital de un Rey

En la política, al contrario, se quedó corto en sus esfuerzos por redimirse de sus numerosos errores. Fernando VII –un declarado misógino y un hombre muy conservador– jamás imaginó que iba a pasar los últimos años de su vida luchando por situar a una mujer en el trono con la ayuda de los liberales, pero su incapacidad para dejar un descendiente varón le obligó a conformarse con defender los derechos de las dos hijas que tuvo con su sobrina. ¿Por qué con su última esposa sí había podido tener hijos? ¿Es que acaso sufría algún tipo de impotencia o problema de fertilidadque malogró sus matrimonios anteriores? Ciertamente «el Rey Felón» tuvo que lidiar con una anomalía en su sistema reproductivo: padecía macrosomía genital, es decir, las dimensiones de su miembro viril eran muy superiores a la media.
«El Rey Fernando VII tenía el miembro viril de dimensiones mayores que de ordinario, a lo que atribuyese el no haber tenido sucesión en sus tres primeras mujeres», escribió un médico de la época sobre el problema genital del Rey, que el escritor francés Prosper Mérimée describió como «fino como una barra de lacre en su base, tan gordo como el puño en su extremidad». Lo que debía ser un asunto estrictamente privado trascendió a la política a causa de las dificultades que registraron las tres primeras esposas en sus relaciones sexuales con el Rey. La primera de ellas, su prima María Antonia de Nápoles, contrajo matrimonio con el entonces Príncipe de Asturias en 1802, de 17 años, pero no pudo consumarse hasta un año después, posiblemente a causa del retraso en el desarrollo hormonal de Fernando y su falta de educación sexual. La Princesa, a la que su esposo repugnaba y a la que el clima de Madrid no le sentaba bien, sufrió dos abortos antes de fallecer debido a una tuberculosis en 1806, aunque las malas lenguas acusaron a Manuel Godoy, favorito y primer ministro de Carlos IV, de haberla envenenado.
Las relaciones entre María Antonia de Nápoles y Fernando VII fueron bastante dificultosas –según desprende la correspondencia de la joven a su madreMaría Carolina de Austria– como también lo serían en el segundo matrimonio. En 1816, el ya Rey de España se casó con su sobrinaMaría Isabel de Braganza, Infanta de Portugal, que nunca gozó de mucha popularidad entre el pueblo y a la que su marido humilló frecuentemente con sus notorias salidas nocturnas por Madrid. Así y todo, María Isabel de Braganza dio a luz a una hija que vivió poco más de cuatro meses. Un año después, estando de nuevo embarazada, falleció en dramáticas circunstancias junto al bebé. Según el cronista Wenceslao Ramírez de Villaurrutia, «hallándose en avanzado estado de gestación y suponiéndola muerta, los médicos procedieron a extraer el feto, momento en el que la infortunada madre profirió un agudo grito de dolor que demostraba que todavía estaba viva».
MUSEO DEL PRADO
Retrato de María Josefa Amalia de Sajonia
La siguiente experiencia matrimonial de Fernando VII alcanzó la categoría de traumática por la juventud de la joven. La elegida fue otra de las sobrinas del Rey, María Josefa Amalia de Sajonia, de 15 años de edad, que fue obligada a casarse en 1819 con un hombre veinte años mayor que ella. Educada en un convento por la ausencia de su madre, la puritana Reina quedó asustada en su noche de boda por la brusquedad del Rey hasta el punto de que se negó a tener relaciones sexuales con su marido. Incluso se vio obligada a mediar la Santa Sede para que la joven Reina, a la que nadie había instruido previamente en aquellas tareas, aceptara como bueno y no pecaminoso el obligado débito conyugal. Sin haber quedado embarazada en los diez años que duró su matrimonio, María Josefa Amalia falleció prematuramente de fiebres graves en el Palacio Real de Aranjuez en 1829.

Isabel II, la heredera que odiaban los carlistas

Alcanzada la madurez, Fernando VII se encontraba sin descendencia y con la incipiente amenaza de su hermano Carlos María Isidro de Borbón rondando la Corona. Así, se casó con otra de sus sobrinas, María Cristina de las Dos Sicilias, quien, conocedora de la trayectoria de su marido, reclamó la construcción de un artefacto para mitigar la macrosomía genital del Rey. La solución llegó a través de una almohadilla perforada en el centro de pocos centímetros de espesor por donde Fernando introducía su miembro durante el coito.
Los frutos de este matrimonio y de la normalización de la vida sexual del Monarca gracias al artefacto fueron Isabel II (1830-1904), futura Reina de España, y Luisa Fernanda, que se casaría con el duque de Montpensier. No obstante, Felipe V, el primer Borbón en España, había establecido en 1713 un reglamento para limitar el reinado de mujeres a casos excepcionales. Frente a la tradición de la monarquía castellana, luego heredada por los Austrias, de que las mujeres tenían derecho a reinar si no había otro hijo varón, Felipe V restringió las posibilidades a que no hubiera herederos varones en la línea principal (hijos) ni en la lateral (hermanos y sobrinos). Para evitar que la Corona pasara a manos de su hermano, Fernando VII hizo pública una Pragmática aprobada en 1789 por Carlos IV, pero que nunca había salido a la luz, que garantizaba que Isabel II tuviera derechos legítimos de sucesión.
ABC
Fotografía de Isabel II
La publicación de la Pragmática causó gran consternación entre los ultraabsolutistas partidarios del infante Carlos María Isidro, hermano del Rey ysu heredero según la Ley de 1713. Los «carlistas» consiguieron con sus protestas que Fernando VII, gravemente enfermo en el verano de 1832, anulara la Pragmática. Sin embargo, una vez recuperado, el Rey anuló la derogación el 31 de diciembre de ese mismo año. Asimismo, a la muerte de Fernando VII el siguiente año tras haber sufrido violentos ataques de gota, Carlos María Isidro y sus partidarios se negaron a reconocer a Isabel primero como Princesa de Asturias y, más tarde, como Reina. Fue el inicio de la Primera Guerra Carlista.

Fernando VII: El peor de lo peor

Entre los nuestros es difícil encontrar en dos mil años una figura tan pérfida y miserable como la de este tío, y lo siento por sus sobrinos.


Fragmento de un retrato de Fernando VII de Francisco de Goya | Wikipedia

FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS 
Es Fernando VII, mal que nos pese, uno de los nuestros. Como Franco. Como Negrín. Su historia ha pesado tanto en la nuestra que no podemos negarla. Lo que sí podemos es contarla y alentar a nuestra prole para que no caiga en el error de arrodillarse ante otro ídolo de esta catadura. Tarea imposible. Caerá, con toda probabilidad, porque es propio del humano, y sin duda del humano español, meter la pata. Pero al menos que no se diga que no advertimos del peligro a los incautos.
Lo que delata físicamente a Fernando de Borbón y Borbón, y más Borbón, es ese mentón avieso que, por más que se empeñe, no deja de ser quijada. En el hueso violento, aprontado y esquinado, grueso y débil, grande y flojo, se resume su carácter. En los ojos yace su persona, porque, si alguna vez lo fue, parece o se hace muerta. No mira sino que se mira. No ofrece sino que pide que le ofrezcan; y hay una doblez en esa mendicidad real, tan evidente y tan sorda, que sólo el de Fuendetodos la captó en su integridad. A veces hay que ser sordo para ver.
Pocos de los nuestros han hecho tanto daño a España como el que empezó bautizándose como El Deseado, con mayúscula; siguió como El Rey Felón, y acabó como Tigrekán, fantasía verbal que denunciaba un despotismo asiático en el rabo de Occidente. Quizás hay gobernantes capaces de hacer más daño a España que Fernando VII, pero, hasta ahora, faltos de que Tusell elogie a alguno de los reyes godos, no lo ha logrado nadie.
Tenía el príncipe Fernando su general Armada en el canónigo Escóiquiz, y por él y con él probó varias veces, entre 1806 y 1808, a derribar a su padre. Bueno, a su padre, a su madre y a Godoy, que era algo así como la madre de los dos. Si en Francia guillotinaban reyes, aquí tejíamos visigóticamente el tapiz del parricidio, lo cual prueba la superioridad de nuestra civilización sobre las vecinas. Conste.
Empezó Fernando por traicionar a su padre, el Rey, y ya no paró. Traicionó a su dinastía, traicionó a sus posibles hijos, traicionó a la historia pasada, traicionó a la futura, traicionó a su país, traicionó a la Corona, traicionó a los que, gritando su nombre, murieron frente a los mamelucos y carniceros de Murat. Puso tan barata la nación española este tipo de belfo lánguido que Murat, el carnicero de Madrid, pensó que podría disputársela al propio hermano del Emperador. Así que extremó su eficiencia en la liquidación de españoles vivos, porque, que se sepa, respetó los cementerios. Todo lo demás, lo fusiló. Mató tanto, mató tan cruelmente y tan sin sentido, si es que el crimen lo tiene, que Goya, un afrancesado que se avergonzó de sí por respeto a los muertos suyos, no tuvo más remedio que mostrárnoslo. Y ahí están: ahorcados, empalados, violados, fusilados todos, en nombre del emperador, un tal Bonaparte.
Tiene España muchas páginas negras. Hay entre los nuestros mucho hijo de Satanás. Pero es difícil encontrar en dos mil años una figura tan pérfida y miserable como la de este tío, y lo siento por sus sobrinos. En Bayona, este sujeto, su lamentable padre y el pendón de su mamá abdicaron, entregaron, vendieron a España por no se sabe qué. Carlos abdicó de sus derechos; Fernando entregó sus derechos a su padre, que ya no los tenía; quedó así España sin Rey, porque ni el padre ni el hijo resistieron la superioridad moral, material y militar del Corso. La tragedia de España es que, sin saber la verdad de las traiciones de Bayona, y creyendo que Napoleón le había quitado un Rey, se lo inventó. Ese es el origen de El Deseado y ése es el principio de nuestros males: fiar a otros lo que por nosotros mismos somos capaces de hacer.
Mientras el utrero con toisón sesteaba en Valengay, los españoles corrientes se mataban en su nombre. No por él, sino por ellos. No por la dignidad del Rey, sino por la suya. Miles y miles murieron diciendo «Viva Fernando!». El, mientras tanto, pensaba cómo podría someter a un pueblo que daba tanta guerra.
Hizo más ese pueblo. Reducido en su condición física a Cádiz, aunque toda España se convirtió en trampa para extranjeros, creó una Constitución, labró su libertad, siguiendo la tradición que, mil años atrás, habían marcado sus ancestros. Y como prueba de su afecto, o del afecto a su patria, los «españoles de ambos mundos» (porque eran todos entonces españoles, a pesar de los océanos) le ofrecieron una constitución en el día de su santo. Muchos no lo saben y a todos cuesta admitirlo, pero como el Rey Intruso, el hermano del carnicero parisién, había ya entregado su propia Constitución, los gaditanos, que eran enormes, tuvieron la humorada de firmarla el día del cumpleaños del rey, y, encima, llamarla La Pepa, poniendo a San José sobre José. Para que luego digan de la Historia Sagrada.
Nada apreció el detalle este barbián. En cuanto los españoles, con la pomposa ayuda de Wellington, echaron de España al primer ejército del mundo, que puso más de doscientos mil hombres (ojo, doscientos mil, y no pudo con aquella España), volvió Fernandito por sus fueros, que eran la negación de los fueros, nombre antiguo para significar derechos y libertades. A los que habían edificado la Constitución, imagen legal de España, los mató, los desterró o los enterró, A los miles de guerrilleros que se habían jugado el pellejo en su nombre, , pero por España, trató de convencerlos de que eran sinónimos. Le fue bien al principio pero, a los pocos años de tiranía, el ejército que debía proteger a las Indias decidió que era más urgente proteger a España, Y Riego lo puso en un trance que para él no era inédito: perjurar. «Marchemos todos, y Yo el Primero por la senda constitucional», dijo el Rey. Y en cuanto pudo, apenas tres años, con la ayuda de los franceses, los cien mil hijos de San Luis que ni eran tantos ni tan santos, volvió a recrear su bosta, hez que cualquier equino deja tras de sí.
A los tres años de que Riego -noble nombre sobre hidráulico- nos llegó, los llamaron los polanquistas de entonces «los mal llamados años», como si los años tuvieran enmienda o justificación de depósito. A cambio, sus diez últimos en el trono han quedado bautizados como la Ominosa Década. Y ahí queda. Pero lo malo es malo hasta el final y este Borbón, al que, después de lo de la senda, llamaban los conservadores El rey Felón y los liberales simplemente Tigrekán, consiguió que un país, el nuestro, se lanzase a una guerra civil, en nombre del hermano, don Carlos y de la hijita en ciernes, Isabel. Porque tuvo el arte, este patrón de cabras, de obligar al país que se mató por él a seguir matándose sin él, pero por su culpa. Nación, Libertad, Constitución; todo costó mucho más y vale más después de Fernando VII. Es lo único que tenemos que agradecerle: lo que costó combatirle. Su existencia es el mejor alegato a favor de la guillotina si no existiera ya, incluso en las comedias de Lope, el garrote vil. Fue las dos cosas: Garrote y vil.