sábado, 23 de mayo de 2015

LA LEYENDA DEL MAR MUERTO




El anciano se sentó en una gran piedra y, con un gesto, señaló a los niños para que se ubicaran a su alrededor así podía comenzar el relato.

- Muchas veces me preguntaron cómo es posible que los dioses crearan un mar donde nada puede vivir. Hoy he de contarles esa historia...

Desde siempre, el hombre teme a la muerte. Pero hubo alguien que no fue así. Él vio, más allá del vacío rostro algo que nadie más pudo: la absoluta e inconmensurable soledad. Y se enamoró de ella. Al principio, le era esquiva e intentaba no responder a sus muestras de amor, pero al fin sucumbió y quedó atada a él.

Pero llegó el día en que su tiempo terminó, y su alma debió ser reclamada por ella, como todos los demás. Se acercó a él, tomó su rostro con gran dulzura y lo besó en los labios como nunca lo había hecho. Abandonó su cuerpo y la contempló ya no como un ser vivo, sino como un espíritu libre. Y aun la amó más. Ella elevó entonces una plegaria a los dioses por primera y última vez: pidió que se le permitiera mantener el alma de su amado a su lado, para que su eternidad no fuera soledad absoluta. Pero los dioses son caprichosos de su exclusividad en el mercado, y le denegaron la petición, tomando a su amado y llevándolo a donde le correspondía.

Y la muerte se rebeló. Abandonó su función y dejó a los dioses la obligación de reclamar las almas. Pronto todo fue un caos. Al principio se envió a los arcángeles, pero estos, en su coraza de cercanía a la divinidad, eran extremadamente fríos y no ayudaban a los hombres a aceptar su destino en paz. Luego se envió a ángeles de la guardia, pero estos resultaban demasiado sentimentales, y en vez de consolar al hombre, lloraban con él, dificultándole el paso final. Por último se probó con demonios, pero los malvados entes disfrutaban de la muerte y aterrorizaban a las almas. Y así pasaron generaciones.

Pero la muerte se mantenía inmutable en su decisión, por más que todos los dioses de la historia le suplicaran que regresara. Ella había puesto sus condiciones, y si los seres divinos no estaban dispuestos a aceptarlas, ella no habría de dar su brazo a torcer. Hasta que un día, un dios tuvo una inspiración súbita.

La muerte estaba refugiada en una cueva cuando sintió la presencia de un alma y vio a su amado frente a ella. La sonrisa se dibujó en su rostro mientras corría a abrazarlos y besarlo como en otras épocas. Él devolvió las caricias como si fuera el primer encuentro de los que descubren su amor. Pero en un momento, se separó de ella y le dijo:

- ¿Por qué, amor mío, me abandonaste?

- Deseé nunca hacerlo. Rogué a los dioses para que te dejaran a mi lado. Grité a los vientos mi dolor y me arrodille ante la divinidad pidiendo este único favor. Pero ellos son tercos y no accedieron a mi pedido. Juro que nunca te habría dejado de haberme sido posible.

- Pero abandonaste al hombre. Dejaste tu función en mano de seres abominables, sin entendimiento. Amor mío, mi tiempo aquí es limitado, pero si alguna vez me amaste, escúchame. Cada alma que tú buscas, cada dulce beso que entregas, cada caricia... Cada vez que un espíritu deja su cuerpo y puede verte como realmente eres, descubre en ti lo que yo vi. Y todos se enamoran de la muerte cuando al fin logran comprenderte. Yo no te abandono, estoy en ellos eternamente, como mi amor por ti. - Y se desvaneció de sus brazos otra vez.

Sus palabras tocaron su corazón. Reconoció su destino pero con la esperanza de verse amada nuevamente y de ver el rostro de su enamorado en los demás y volvió a cumplir su cometido eterno. Pero cada alma que besaba, cada mirada que la penetraba, eran como puñales en su mismo corazón. Y contenía sus lágrimas hasta que por fin, podía tomar un tiempo para volver a huir y llorar en soledad. Y con los siglos el llanto se acumuló y cubrió su cueva y el valle que la rodeaba. Y siguió creciendo hasta convertirse en el mar que nos rodea. Y aun, algunas noches de tranquilidad, puede oírse el desconsuelo de la muerte, sola y acompañada, en su cueva, eternamente.

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