domingo, 1 de diciembre de 2013

!EL VALLE DE LOS CAÍDOS !



 Antes  de  la  promulgar  la  Ley  de  la  "Memoria  Histórica",  quizás hubiese  convenido  derogar  la  "Ley  del  Silencio"  que,  en perjuicio de  todos,  vencedores  y  vencidos,  ha  regido  en  torno  al Valle  de  los  Caídos.
Como  nunca  se  dieron  a  conocer  datos  sobre  la  construcción de  la  obra,  un  informe  elaborado  en  2006  por  el  socialista maltés  Leo  Brincat  para  el  Consejo  de  la  Unión  Europea  «con objeto  de  que  se  condene  internacionalmente  a  la  dictadura franquista»,  insistía  en  cifras  que,  después  de  muchas investigaciones,  han  sido  rectificadas.
 Por ejemplo, el número de presos políticos que trabajaron en las obras. Según la prensa de la época, a finales de 1943, trabajaban en el valle seiscientos obreros.  En el libro que escribió el arquitecto director, don Diego Méndez, se señala que «durante los quince años que duraron los trabajos intervinieron dos mil hombres (y ni todos a la vez, ni todos penados)». O sea que es un error de bulto la cifra dada por TVE hace poco, en «Memoria de España», al decir que en las obras intervinieron veinte mil presos políticos.
 Los documentos rectifican estos datos del director y elevan la cifra de obreros a
2.643, de los cuales el número de penados no eran ni un diez por ciento: 243.
De estos 243 presos, que se habían acogido libremente a la «redención de penas por el trabajo» (seis días de redención por cada uno trabajado) en 1950, nueve años antes de que terminaran las obras, asegura la Fundación Francisco Franco que ya no quedaba en el Valle ni uno solo político; y, curiosamente, sí presos comunes que quisieron beneficiarse de condiciones tan favorables para poder redimir sus penas.
 En 1979, con Franco ya desparecido, Francisco Rabal me comentó en pantalla que, en los años cuarenta, el único trabajo que encontró su padre, que era tunelero, fue el de horadar el Risco de la Nava, en cuyo interior se construiría la Basílica.
Los Rabal, de ideas comunistas, estaban contratados y ocupaban viviendas que se habían construido para los trabajadores      .Poblado  para  trabajadores
 También con su padre, a quien condenado a muerte se le conmutó la pena y luego se acogió a la redención de pena por trabajo, estuvo viviendo allí Gregorio Peces Barba. A los
cuatro meses de permanecer
allí toda la familia, el padre
del político recibió la
libertad condicional y
explicó que «no puedo decir
que he estado arrancando
piedras en el Valle, sería
estúpido decir eso; no
hubiera sido demasiado útil
arrancando piedras… yo
estaba trabajando en las
oficinas».
 No en las oficinas, sino en el dispensario, estuvo otro preso que llegó de los primeros al Valle, en 1940, para redimir pena por trabajo: el doctor Ángel Lausín. Redimida la pena, ya libre, decidió quedarse en el Valle hasta el final de las obras. Su testimonio como médico titular es que
«en dieciocho años de obra faraónica hubo sólo
catorce muertos». Menos de los que hoy se registran en nuestras carreteras durante un fin de semana.
 Se  puede  hablar  de  «obra  faraónica»  puesto  que  se  trata  de  una de  las  obras  más  colosales  no  sólo  del  siglo  sino  de  la  historia.
La  Basílica  es  el  mayor  templo  del  mundo  con  una  capacidad  de más  de  veinticuatro  mil  personas  en  su  nave  de  trescientos metros  de  longitud.  Fuera,  en  la  plaza,  caben  otras  doscientas  mil almas.
 La cruz no tiene parangón, si a sus ciento cincuenta metros, altura superior a la Torre de Madrid, añadimos su «base» que es el Risco de la Nava, de mil cuatrocientos metros de altitud. Pero el dato más increíble es que por el interior de los brazos de la cruz, un crucero de 46 metros, pueden circular simultáneamente dos automóviles.
 En  cuanto  al  costo  de una  obra  de  tales proporciones  se  han barajado  cantidades astronómicas, reprochando  al régimen  de  Franco  un gasto  impropio  de  un país  empobrecido.  Las últimas  cifras conocidas  hablan  de que,  al  cerrarse  las cuentas,  se  habían invertido  1.033 millones  de  pesetas.
 Este gasto hace tiempo que fue amortizado con los cuatrocientos mil visitantes anuales que contabiliza el Patrimonio Nacional en éste que es su tercer monumento más visitado, tras el Palacio Real y El Escorial.
 Por  otra  parte,  los  mil  millones  de  pesetas,  que  si  bien entonces  hubieran  permitido  construir  tres  estadios  como  el Santiago  Bernabeu,  hoy  son  «sólo»  seis  millones  de  euros, que  es  el  precio  que  puede  pagar  por  un  jugador  cualquier equipo  de  fútbol  español  de  primera  división.
 En cuanto al «salario del miedo» en los trabajos forzados, frente a las acusaciones de represión y
«esclavitud» que adjudican al franquismo en la obras del Valle los grupos de izquierda y que reclaman recuperar la Memoria Histórica, la derecha presenta documentos con el objeto de demostrar que los presos, además de redimir pena por trabajo, percibieron, al principio, un jornal mínimo de siete pesetas más la comida, que pronto se elevó a diez pesetas diarias, más pluses por trabajo a destajo o por peligrosidad, lo que unido la vivienda y escuela gratuitas les permitió llevar a sus familias a residir en el Valle.
 Nos recuerdan que un sueldo de trescientas a cuatrocientas pesetas mensuales, en los años cuarenta y primeros
«cincuenta», era lo que
cobraba un profesor adjunto
en la Universidad. Y el
médico del Valle, el ya
mencionado Dr. Lausín,
superaba las mil pesetas
mensuales, como el maestro,
don Gonzalo –ex condenado
a muerte– mil también; o el
practicante, el señor Orejas,
que cobraba más de
quinientas.
 La España de finales de la obra no tenía nada que ver con la de los años cuarenta. Lógico; en l959, cuando se inaugura el Valle de los Caídos, ya lleva tres años funcionando en España la televisión y hay casi un millón de receptores, visita nuestro país y abraza a Franco el vencedor de Hitler, Dwight D. Eisenhower, presidente de los EE.UU., y, en el mes de diciembre, un tren de alta velocidad entonces, el TALGO, une Madrid y Barcelona.
 Se considera pues un despropósito la cifra de cincuenta céntimos que se ha llegado a publicar como salario que recibían los penados. Cabe pensar que tal insultante cantidad no hubiera sido consentido por los falangistas, como José Antonio Girón, ministro de Trabajo a la edad de veintinueve años, y que emprendió una política social que asustó a la derecha conservadora; ni tampoco por los arquitectos Muguruza o Méndez, autor y director del proyecto, ni por el progresista Juan de Ávalos, el artífice del conjunto escultórico del Valle de los Caídos.
 Juan de Ávalos era un republicano de izquierdas, carnet número 5 ó 7 del PSOE de Mérida. Este dato no impidió que Franco le encargara la realización de su empresa predilecta. Ávalos explicaba que él ganó «un concurso para hacer unas estatuas con un equipo donde no había
'esclavos' y que fue una obra hecha con la vergüenza de haber sufrido una guerra
increíble entre hermanos y para enterrar a nuestros muertos juntos». El famoso escultor nunca me quiso decir la cantidad que cobró por las gigantescas cabezas de los evangelistas que figuran al pie de la Cruz, por las virtudes y por la Piedad, pero hay que pensar que fue bien retribuido.
 Tampoco estuvo mal pagado otro escultor, autor del auténtico protagonista del Valle, el Cristo «vasco» que preside el altar mayor de la Basílica. Nos referimos al artista guipuzcoano Julio Beobide. Porque en el Valle, como en «el monte del olvido» de la canción, están clavadas no una sino dos cruces. El generalisimo
«pasó» de política en el
valle. En realidad las dos
cruces del Valle son
«vascas». Pedro Muguruza
es el «padre» de la del
exterior, la de 150 metros, y
Beobide de la del interior, la
del altar.
 En  1940,  Franco,  siempre  previsor  –recuerden  lo  de  «atado  y bien  atado»–,  respecto  al  Valle,  lo  tenía  todo  «cortado  y  bien cortado».  Hasta  la  madera  para  hacer  su  pieza  favorita:  un  gran crucifijo  que  en  el  altar  mayor  de  la  Basílica  es  lo  único  que permanece  iluminado  durante  la  Consagración,  cuando  se apagan  todas  las  luces  del  templo.


La madera para hacer la cruz de este Cristo la había elegido el propio Franco en
la sierra al ver la forma de la
rama de una sabina. La
sabina es apreciada por su
madera hermosa, fuerte y
olorosa, ideal para fabricar
violines y castañuelas. Pero
ahora venía lo más difícil:
tenía que buscar alguien
capaz de tallar «el Cristo
más importante del siglo
XX».
 Y el Caudillo volvió a tener lo que le atribuían los moros: «baraka», suerte. Ese mismo verano, al ser invitado a una fiesta que daba el pintor Zuloaga en su casa de Zumaya, descubre en su capilla una figura que le deja deslumbrado. Es, precisamente, el Cristo que siempre había soñado para el altar mayor del Valle. Le pregunta quién es el autor de esta talla que el propio Zuloaga había policromado. Don Ignacio duda si ocultárselo, pero le acaba confesando que es de Beobide, un escultor nacionalista vasco.
 Zuloaga también engaña, al principio, al escultor diciéndole que un americano se ha interesado por una copia del cristo que había hecho para su capilla. Franco sorprende a Zuloaga cuando le contesta que no le importa cómo piense políticamente el escultor.
Además, lo que él quiere es
que ese Cristo, en el altar
del Valle de los Caídos, sea
el símbolo de la
conciliación.
 En ese momento el Cristo de Beobide empezó a entrar en la leyenda, y a circular en torno a él una curiosa historia. Para salvar la cara al pobre Beobide se contó que Zuloaga, cuando encarga
al escultor otro Cristo para
un americano, le oculta
quién es el cliente,
«porque de saber su
destino jamás hubiera
realizado el trabajo». Una
falacia porque Beobide
supo pronto para quién y
para dónde era el Cristo
que le pedía Ignacio
Zuloaga.
 Y la prueba es el talón, por veinte mil pesetas –lo que entonces costaba un buen piso– que se le ingresa en su cuenta bancaria por orden de Franco, según se le comunica en carta de la Jefatura del Estado fechada en el Palacio de Oriente el 23 de Junio de l941, un año después de la visita del general a Zumaya, y donde se le pide «acuse de recibo».
 Franco nunca pensó en que le enterraran bajo ese Cristo. A Franco, otra vez la «cara» y la «cruz» del Valle, por culpa de las «broncas» que le organizaban allí los falangistas, creo que ya no le gustaba que le llevaran a Cuelgamuros… «ni vivo, ni muerto».
 Pero  le  ocurrió  lo  de  siempre y,  a  quien  nadie  se  había atrevido  a  contradecir  en vida,  no  se  le  respetó  su última  voluntad.  Franco  tenía previsto  que  le  enterraran  en el  Cementerio  de  El  Pardo, donde  descansan  todos  los personajes  del  Régimen,
pero  al  ver  que  su  muerte estaba  próxima,  su  familia  y los  altos  cargos  del  Estado, incluido  el  Príncipe  Juan
Carlos,  deciden  que  su cuerpo  descanse  en  el  Valle de  los  Caídos.  Y  es  el  futuro rey  quien  ha  de  solicitar  el enterramiento  a  la comunidad  benedictina  que rige  la  Basílica.
 Hace poco, la periodista Victoria Prego ha publicado algún dato más que confirma esta realidad: «En los
últimos días de la
enfermedad del general,
Arias Navarro preguntó a su
hija Carmen si se le iba a
enterrar en el Valle y la
respuesta fue 'No'». Y
continúa Prego: «Lo que sí
consta es que las obras para
acondicionar una tumba al
otro lado del altar se
realizaron a toda prisa,
estando ya el dictador
irremediablemente
enfermo».
 Así fue y yo aporto este otro dato que aclara definitivamente que Franco no construyó el Valle para que fuera su gran mausoleo: De labios de un oficial de su escolta al que encargaron preparar su tumba en un par de semanas, escuché los problemas que hubo que resolver, incluso de inundación por rotura de cañerías, para hacer una fosa imprevista detrás del altar, ya que en su día sólo se hizo la fosa para enterrar los restos de José Antonio.
 Pero  dejemos  que  Victoria  sume  otro  argumento  valioso:
«Consta  también,  y  hay  testimonio  de  ello,  que  a  comienzos  de
los  70,  Franco  envió  a  su  mujer  a  visitar  la  cripta  de  la  ermita
del  cementerio  de  El  Pardo,  que  está  adornada  por  los  mismos
artistas  que  participaron  en  la  decoración  del  Valle  de  los
Caídos.  Y  consta  que  en  esa  cripta  había  una  urna  funeraria
con  capacidad  sobrada  para  dos  cuerpos  y  que,  una  vez
enterrado  Franco  en  Cuelgamuros,  esa  urna  fue  retirada.  Y
finalmente  consta  que  allí  reposan  ahora  en  solitario  los  restos
de  su  viuda,  Carmen  Polo».
 ¿Cuántos restos, además de los de José Antonio y Franco, hay de verdad en el Valle de los Caídos? La cifra, siempre discutida, se ha movido de setenta mil a treinta mil. Pero ya está bien de contar muertos. Que descansen todos en paz bajo las dos cruces: la de fuera, del arquitecto vizcaíno Pedro Muguruza, y la de dentro de la Basílica, del escultor guipuzcoano, Julio Beobide.
Vasco era también Carmelo Larrea, el autor de la canción «Dos cruces» donde se decía que «están clavadas dos cruces en el monte del olvido». No estaría mal que también el Valle de los Caídos fuera «el Valle del Olvido». No siempre es bueno recordar y ya es un tópico que «hay que recordar para no repetir».
Lo  mejor  para  no  repetir  es  perdonar.  Y  olvidar.  No  puede  ser  lo de  «yo  perdono  pero  no  olvido».  Hay  que  olvidar  todos  los muertos;  los  mil  muertos  de  ETA  y  los  millares  de  la  Guerra  Civil. Este  «perdón  histórico»  y  con  «olvido  colectivo»  puede  ser, además,  «políticamente  más  correcto».
  Vasco era también Carmelo Larrea, el autor de la canción «Dos cruces» donde se decía que «están clavadas dos cruces en el monte del olvido». No estaría mal que también el Valle de los Caídos fuera «el Valle del Olvido». No siempre es bueno recordar y ya es un tópico que «hay que recordar para no repetir».
Lo  mejor  para  no  repetir  es  perdonar.  Y  olvidar.  No  puede  ser  lo de  «yo  perdono  pero  no  olvido».  Hay  que  olvidar  todos  los muertos;  los  mil  muertos  de  ETA  y  los  millares  de  la  Guerra  Civil. Este  «perdón  histórico»  y  con  «olvido  colectivo»  puede  ser, además,  «políticamente  más  correcto».


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