domingo, 28 de julio de 2013

El Ministerio del Interior aprecia «indicios racionales» de culpabilidad en el maquinista Ocho protagonistas del rescate y ayuda a las víctimas cuentan cómo vivieron la tragedia

Ocho protagonistas del rescate y ayuda a las víctimas de la catástrofe ferroviaria de Angrois cuentan en primera persona cómo vivieron la tragedia que encogió el corazón de todo un país. Partieron ventanas, arrancaron alambradas, vendaron heridas, desenterraron víctimas, sirvieron de consuelo y hasta confesaron. Por otro lado, Francisco José Garzón, el maquinista del Alvia 151 en el que perdieron la vida 78 personas, fue conducido ayer a comisaría nada más ser dado de alta en el hospital en el que se encontraba ingresado a causa de las heridas que sufrió en el descarrilamiento. Según explicó el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, a Garzón le acusa la Policía del delito de homicidio por imprudencia. De alguna manera, en el accidente del Alvia 151 en Santiago hubo cierta belleza. Mientras la tragedia enseñaba sus fauces de bestia infernal y se tragaba decenas de vidas, en ese momento y en ese lugar cientos de personas construían un monumento al ser humano. Fueron cientos y todos distintos, pero tienen en común que lucharon a brazo partido contra la desgracia, algunos jugándose la la vida y todos la cordura. Estuvieron muy cerca de quemarse, de cortarse o de perder la cabeza. Estas ocho historias son un homenaje a todos los que hicieron que la catástrofe del miércoles fuera un poco menos terrible.
:: X. A SOLER Y M. FERREIRÓS
/ LA VOZ DE GALICIA
El bombero José Ramón Baliñas lleva en brazos a una niña tras rescatarla.
La cara de los héroes
en todo el mundo
Es el marido de Begoña, el padre de Alejandro y Xiana, y en el equipo de fútbol de veteranos del barrio de Villestro juega donde le ponen, pero desde el viernes es también la representación del héroe. José Ramón Baliñas, bombero de Santiago de 48 años, es el protagonista de la imagen del accidente del miércoles, una imagen que ha dado la vuelta al mundo y que ha sido portada desde Jaén a Nueva York. Es la representación de la fuerza y a la vez la fragilidad, los dos polos de la vida que chocaron el jueves en Angrois. Sucedió poco después de que el gigante humilde que es Baliñas llegara al lugar del accidente con otros ocho bomberos y comenzara a ayudar a salir a los que podían valerse. En ese momento la encontró a ella. La tomó en brazos con otro vecino de camiseta roja y la sacó del infierno. En ese tiempo le preguntó cosas. «No sé qué le dije ni qué me respondía. Solo les hablas para tranquilizarlos y saber cómo están. Solo recuerdo que me miró y me dijo ‘Gracias’». No la ha vuelto a ver pero sabe que está bien. En ese momento, no le dio mas vueltas. «Luego sí que llegas a casa y piensas en los críos». Un tanto «avergonzado» por la difusión de su trabajo, no se permite la mínima licencia al egoísmo. «Eso que hice yo no fue nada. Los héroes era los vecinos, porque este es mi trabajo, pero no el suyo».
Organizó el despliegue de agentes
En dos noches, Benigno Roca durmió seis horas y cuarto. La primera noche, solo fue un cuarto. Esa madrugada se pulió la batería de varios teléfonos móviles. El inspector jefe de la Policía Nacional y jefe de Gabinete del Jefe Superior de Policía de Galicia, estaba en Santiago para las festividades. Cuando llegó a Angrois y vio lo que ocurría, se dio cuenta de que tenía un problema. «En ese momento comienzas a verlo todo desde el punto de vista profesional. No dejas que el lado humano aflore. Llegas a ver lo que es el absoluto caos, pero lo ves todo desde un punto de vista profesional. Solo piensas en lo que necesita la gente». El Cuerpo Nacional de Policía organizó el despliegue y el inspector jefe llegó a llevar al terreno a más de cien efectivos que han trabajado durante todos estos días. Algunos llegaron por su propia voluntad, como los miembros de la Unidad de Intervención Policial de Valencia, que pasaban por la autovía durante sus vacaciones, se bajaron del coche y se unieron al operativo.
Se quedó sobre las vías, en el Campo de Baile que acababa de invadir el tren. «Estaba hablando por teléfono pero a mi lado veía una mujer aplastada bajo el vagón. Estaba viendo esa mano con ese reloj...». Vio otras muchas cosas, algunas que le dieron «mucho que pensar». «A final todo resulta una paradoja: lo peor que le puede ocurrir a alguien y al lado lo mejor que puede dar el ser humano», explica.
Entró en los primeros vagones
Román Freire entró en el infierno muy pronto, unos diez minutos después de empezar todo. Estaba con otros miembros de un grupo de intervención de la Guardia Civil, a punto de empezar el operativo de controles de drogas y armas a la entrada de Santiago. «Entré en los primeros vagones, que fueron los que más suerte tuvieron». Dentro, la escena que pinta es la de un vagón tumbado sobre un costado con todos los asientos arrancados. «Todo lo que había ahí dentro estaba amontonado en el suelo y aplastado en la parte delantera». Entre los objetos desprendidos yacían los heridos. La ventana de emergencia quedaba en el suelo, así que Freire, que hace deporte a diario, se lió a palos con los cristales. Le dio con toda su alma con un pequeño martillo. Después le dieron un hacha y consiguió abrir un hueco en los cristales que quedaban en el techo. «Eso me cansó muchísimo». Después comenzó a sacar a los heridos. «Me sorprendió mucho el silencio dentro del tren. Era inversamente proporcional a la tragedia. Los heridos, aún los conscientes, estaban muy callados. Se quedaban en silencio, sin moverse, en pequeños huecos, encerrados bajo cuerpos y asientos. Solo gritaban cuando se les movía porque pensaban que estaban heridos aunque no tuvieran nada de extrema gravedad. Los sacamos como pudimos», relata.
4. José Fontao Vecino Fue el primero en avisar de la catástrofe
Todo era paz y silencio a las nueve menos veinte en Angrois. Pepe Fontao, un camionero retirado, se sentó junto a la ventana de su casa, una atalaya privilegiada para ver el horror. «Oí el ruido, vi cómo salía del túnel y después la polvareda». Tomó el teléfono. «Estaba muy nervioso. Creo que les dije que un tren había salido de la vía y no me creyeron. Hasta me tomaron el pelo, como si me respondieran que sí, que seguro... Me enfadé mucho». Les dijo que hicieran lo que les diera la gana, colgó el teléfono y se tiró por la cuesta. «Cuando vi el golpe no pensé que iba a morir tanta gente, pero cuando entramos, los vagones estaban deshechos por dentro como si fueran de papel», recuerda mientras barre el porche de su casa. Le acompañaba su hijo. No sabían a quién llevar, así que les tocaban las manos a los heridos y si estaban fríos, tomaban a otros.
Como tantos vecinos, Pepe sabía que había que evacuar a mucha gente, como hace dos decenios, cuando ayudó en el rescate de los pasajeros de un tren descarrilado en esa misma curva. «Sabía que había dos cancelas por las que podían librar las alambradas para sacar a los heridos, pero los de Renfe no sabían quién tenía las llaves y los candados eran imposibles de romper. Fue entonces cuando trajimos los palés. Lo que salía de allí no se lo puedo definir».
5. Mercedes Pazos Vecina Abrió las alambradas con sus manos
A Mercedes Pazos aún le duelen los músculos de las piernas y sufre calambres tras el esfuerzo. No es una mujer que haga deporte, pero cuando vio la vía que pasaba por debajo de su casa convertida en un campo de batalla, agarró las redes metálicas y las alambradas que cerraban las vías y comenzó a tirar de ellas hasta que arrancó el faldón del suelo. Las dobló para que salieran los heridos arrastrándose. Después otro vecino con unas tenazas hizo el hueco más grande, pero nadie se explica cómo ella fue capaz de doblar el metal. Después se dedicó a recibir a los heridos que salían como una manada dispersa y silenciosa de zombis que le preguntaban siempre lo mismo. «¿Dónde estamos? ¿Sabe usted qué nos ha pasado?» Algunos traían maletas pero ninguno venía calzado. Andaban sobre la hierba y las zarzas en calcetines o con los pies descalzos. «No se por qué venían todos sin zapatos, eso era curioso, me llamó la atención. Tenían cortes por todo el cuerpo. Eran una calamidad y temblaban como niños».
Mientras muchos hombres bajaron a ayudar a los servicios de emergencia en el traslado de los heridos, la mayoría de las vecinas se encargaron de traer lo que fuera necesario, que era todo. Llevaron herramientas para abrir boquetes en las ventanas inexpugnables de los vagones, cientos de litros de agua para limpiar heridas, sábanas, mantas, jirones de tela para vendar, sierras eléctricas, toallas, martillos y tablas. «Al principio estábamos petrificadas, pero luego todo el mundo se puso en marcha».
6. Ana Lois Periodista La primera en contar el desastre
Llegó de los primeros, a eso de las nueve y cuarto, a contar el desastre. España no sabía a lo que se iba a enfrentar en unos minutos. Salieron volando hacia Angrois. «Bajé a toda velocidad y pensaba que iba a ver algo mas leve. Tardé un rato en darme cuenta de la gravedad del asunto». No había una cifra de fallecidos y Ana Lois, reportera de la Televisión Gallega, podía contar que ya veía siete cadáveres delante de ella, tirados en las cunetas de las vías. Le dijeron que había vagones en los que no entraban porque estaban todos fallecidos. ¿Cuantos eran en total? No lo sabía nadie. «No quería hacer loterías con los muertos». En ese momento, no pensó en nada especial. «No piensas porque no asimilas lo que pasa. Tienes que guardar la calma pero es un momento difícil». La gente miraba la televisión y se hacía preguntas. Ni siquiera ella tenía las respuestas.
Para los periodistas tampoco ha sido fácil. «Si estás solo, ayudas, pero si lo tienes que contar, la gente te lo reprocha. ¿Qué haces allí grabando? Mi única forma de ayudar era contar lo que pasaba, porque la gente necesita saberlo. En ocasiones te sientes allí como un estorbo para la Policía y para las asistencias. Parece que lo empeoras todo. Solo después te das cuenta de que lo que has hecho ha sido útil». Los que han contado la historia también se llevan cortes aunque sean emocionales. «Lo más duro fue preguntarle a un chaval cómo estaba su madre y que me respondiera que estaba en un vagón».
7. Miguel Ángel Doallo Psicólogo Acompaña a los familiares de las víctimas
Algunos saben que sus familiares han muerto. Otros lo presienten y no tienen ni la noticia. El tanatorio y el centro de atención a los afectados de San Lázaro es una colección de gentes cuya vida acaba de saltar por los aires. Fuera de los edificios se sientan, fuman, lloran, se acarician las mejillas unos a otros y se asoman al abismo de lo que les ocurrió a sus padres, hijos, esposos o hermanos. Entre ellos circulan decenas de psicólogos, trabajadores sociales y socorristas que los cubren con mantas, palabras y caricias. El jefe de uno de esos equipos es Miguel Ángel Doallo, psicólogo de emergencias de Cruz Roja. Lo primero que hacen es intentar que coman, que beban agua y que descansen. No es fácil. «Después intentamos restablecer el equilibrio emocional y que comiencen el duelo», un proceso que se complica si la familia no tiene confirmación de la muerte de la víctima. Ellos mismos también están en peligro, expuestos a la ‘radiación’ emocional en el núcleo del reactor de la tragedia de Santiago. Corren el peligro de quemarse, por eso hacen turnos de no más de ocho horas con frecuentes descansos. Han recibido formación para enfrentarse a ese horror. La clave, si la hay, es la distancia. «Tienes que tener empatía y averiguar lo que sienten, pero no debes sentir lo que sienten ellos». Después de cada catástrofe en la que intervienen, Miguel Ángel y los suyos se curan entre ellos en sesiones grupales para ordenar lo que han vivido e ir «normalizando. Nos protegemos entre nosotros».
8. Carlos Álvarez Varela Sacerdote Dio consejo espiritual a las heridos
Cuando el padre Carlos Álvarez llegó al centro de información sobre las diez y media de la noche, comenzaban a llegar los primeros familiares. «Me fui hacia allí sin pensarlo mucho. Creía que habría católicos que igual me necesitaban. Y era verdad. Estaban destrozados, totalmente deshechos. No sabían si estaban vivos o muertos, pero llamaban a los suyos a los teléfonos móviles y no les respondían... Solo quería ayudar». Álvarez, que es rector del Seminario Mayor Compostelano, pasó la madrugada hablando con las víctimas. Algunos pidieron confesión, otros le daban las gracias y los demás querían sencillamente hablar. «Muchos se acercaban y lo único que les quedaba en ese momento era Dios». La cuestión que le plantean los afectados durante estos días es la misma y siempre le resulta igual de difícil responderla: «Todos me preguntan por qué; cómo es posible que Dios permita este tipo de catástrofes. Les intento transmitir que el sufrimiento es parte de nuestra vida en todo momento y que Dios no solo se encuentra cuando se cumple la voluntad de uno. Que la fe es la confianza en Dios. Obviamente este es el mensaje, pero hay que transmitirlo con mucho tacto».

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