domingo, 31 de marzo de 2013

EL TRIUNFO DE LOS MEDIOCRES


EL TRIUNFO DE LOS MEDIOCRES
 Quizá ha llegado la hora de aceptar que nuestra crisis es más que económica, va más allá de políticos, de la codicia de los banqueros o la prima de riesgo.
 Debemos admitir, para tratar de corregirlo, que nos hemos convertido en un país mediocre.
 Ningún país alcanza semejante condición de la noche a la mañana. Tampoco en tres o cuatro años. Es el resultado de una cadena que comienza en la escuela y termina en la clase dirigente.
 Hemos creado una cultura en la que los mediocres son los alumnos más populares en el colegio, los primeros en ser ascendidos en la oficina,
 los que más se hacen escuchar en los medios de comunicación y a los únicos que votamos en las elecciones, sin importar lo que hagamos
 Porque son de los nuestros. Estamos tan acostumbrados a nuestra mediocridad que hemos terminado por aceptarla como el estado  natural de las cosas.
 Mediocre es un país donde sus habitantes pasan una media de 134 minutos al día frente a un televisor que muestra principalmente basura.
 Mediocre es un país que en toda la democracia no ha dado un presidente que hablara inglés o tuviera unos mínimos conocimientos sobre política internacional.
 Mediocre es el único país del mundo que,
en su sectarismo rancio, ha conseguido dividir incluso a las asociaciones de víctimas del terrorismo.
 Mediocre es un país que ha reformado su sistema educativo tres veces en tres décadas hasta situar a sus estudiantes a la cola del mundo desarrollado.
 Mediocre es un país que no tiene una sola universidad entre las
150 mejores del mundo y fuerza a sus mejores investigadores a exiliarse para sobrevivir.
 Mediocre es un país con una cuarta parte de su población en paro, que sin embargo, encuentra más motivos para
movilizarse cuando ganamos alguna competición deportiva.
 Mediocre es un país donde la brillantez del otro provoca recelo, la creatividad es marginada –cuando no robada impunemente-
y la independencia sancionada.
 Un país que ha hecho de la mediocridad la gran aspiración nacional,
 perseguida sin complejos por esos miles de jóvenes que buscan ocupar la próxima plaza en el concurso Gran Hermano,
 por políticos que abuchean e insultan sin aportar una idea,
 por jefes que se rodean
de mediocres para disimular su propia mediocridad y por estudiantes
que ridiculizan al compañero que se esfuerza.
 Mediocre es un país que ha permitido, fomentado y celebrado el triunfo de los mediocres,
 arrinconando la excelencia hasta dejarle dos opciones:
 Marcharse…
… o dejarse engullir por la imparable marea gris de la mediocridad.
 
                                                      FIN

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