martes, 4 de diciembre de 2012

PARA PADRES


1. Demuéstrale lo mucho que le quieres.
Todos los padres quieren a sus hijos pero ¿se lo
demuestran cada día?, ¿les dicen que ellos son lo más
importante que tienen, lo mejor que les ha pasado en la
vida? No es suficiente con atender cada una de sus
necesidades: acudir a consolarle siempre que llore, preocuparse por su sueño, por su alimentación; los
cariños y los mimos también son imprescindibles. Está demostrado; los padres que no escatiman besos y caricias tienen hijos más felices que se muestran cariñosos con los demás y son más pacientes con sus
compañeros de juegos. Hacerles ver que nuestro amor es
incondicional y que no está supeditado a las
circunstancias, sus acciones o su manera de comportarse
será vital también para el futuro. Sólo quien recibe amor
es capaz de transmitirlo. No se van a malcriar porque reciban muchos mimos. Eso no implica que dejen de
respetarse las normas de convivencia.


2. Mantén un buen clima familiar.
Para los niños, sus padres son el
punto de referencia que les
proporciona seguridad y confianza.
Aunque sean pequeños, perciben
enseguida un ambiente tenso o violento. Es mejor evitar discusiones
en su presencia, pero cuando sean inevitables, hay que explicarles, en la medida que puedan comprenderlo, qué es lo que sucede. Si nos
callamos, podrían pensar que ellos
tienen la culpa. Si presencian
frecuentes disputas entre sus padres,
pueden asumir que la violencia es
una fórmula válida para resolver las discrepancias.


3. Educa en la confianza y el diálogo.
Para que se sientan queridos y respetados, es imprescindible
fomentar el diálogo. Una explicación adecuada a su edad, con
actitud abierta y conciliadora, puede hacer milagros. Y, por supuesto, ¡nada de amenazas! Tampoco debemos prometerles nada
que luego no podamos cumplir; se sentirían engañados y su confianza en nosotros se vería seriamente dañada. Si, por ejemplo, nos ha surgido un problema y no podemos ir con ellos al cine, tal como les habíamos prometido, tendremos que aplazarlo, pero nunca anular esa promesa.



4. Debes predicar con el ejemplo.
Existen muchos modos de decirles a nuestros
hijos lo que deben o no deben hacer, pero, sin duda, ninguno tan eficaz como poner en
práctica aquello que se predica. Es un proceso a largo plazo, porque los niños necesitan
tiempo para comprender y asimilar cada actuación nuestra, pero dará excelentes
resultados. No olvidemos que ellos nos
observan constantemente y "toman nota". No
está de más que, de vez en cuando,
reflexionemos sobre nuestras reacciones y el
modo de encarar los problemas. Los niños
imitan los comportamientos de sus mayores,
tanto los positivos como los negativos, por eso,
delante de ellos, hay que poner especial
cuidado en lo que se dice y cómo se dice.


5. Comparte con ellos el máximo de
tiempo.
Hablar con ellos, contestar sus preguntas,
enseñarles cosas nuevas, contarles cuentos,
compartir sus juegos... es una excelente
manera de acercarse a nuestros hijos y
ayudarles a desarrollar sus capacidades. Cuanto más pequeño sea el crío, más fácil resulta
establecer con él unas relaciones de amistad y confianza que sienten las bases de un futuro entendimiento óptimo. Por eso, tenemos que reservarles un huequecito diario, exclusivamente dedicado a ellos; sin duda, será tan gratificante para nuestros hijos como para nosotros. A ellos les da seguridad saber que siempre pueden contar con nosotros. Si a diario queda poco tiempo disponible, habrá que aprovechar al máximo los fines de semana.


6. Acepta a tu hijo tal y como es.
Cada crío posee una personalidad propia que hay que aprender a
respetar. A veces los padres se sienten defraudados porque su hijo no parece mostrar esas cualidades que ellos ansiaban ver
reflejadas en él; entonces se ponen nerviosos y experimentan una cierta sensación de rechazo, que llega a ser muy frustrante para todos. Pero el niño debe ser aceptado y querido tal y como es, sin tratar de cambiar sus aptitudes. No hay que crear demasiadas expectativas con respecto a los hijos ni hacer planes de futuro. Nuestros deseos no tienen por qué coincidir con sus preferencias.


7. Enséñale a valorar y respetar lo que le rodea.
Un niño es lo suficientemente inteligente como para
asimilar a la perfección los hábitos que le enseñan sus
padres. No es preciso mantener un ambiente de
disciplina exagerada, sino una buena dosis de constancia
y naturalidad. Si se le enseña a respetar las pequeñas cosas -ese jarrón de porcelana que podría romper y
hacerse daño con él, por ejemplo-, irá aprendiendo a respetar su entorno y a las personas que le rodean.
Muchos niños tienen tantos juguetes que acaban por no valorar ninguno. A menudo son los propios padres
quienes, como respuesta a las carencias que ellos
tuvieron, fomentan esa cultura de la abundancia. Lo ideal
sería que poseyeran sólo aquellos juguetes con los que
sean capaces de jugar y mantener cierto interés. Guardar algunos juguetes para más adelante puede ser una buena
medida para que no se vea desbordado y aprenda a valorarlos.


8. Los castigos no le sirven para nada.
Los niños suelen recordar muy bien los castigos, pero olvidan
qué hicieron para "merecerlos". Aunque estas pequeñas
penalizaciones estén adecuadas a su edad, si se convierten en
técnica educativa habitual, nuestros hijos pueden volverse
increíblemente imaginativos. Disfrazarán sus actos negativos y tratarán de ocultarlos. Podemos ofrecerles una conducta
aceptable con otras alternativas.


9. Prohíbele menos, elógiale más.
Para un crío es tremendamente
estimulante saber que sus padres son conscientes de sus progresos y que además
se sienten orgullosos de él. No hay que escatimar piropos cuando el caso lo requiera, sino decirle que lo está haciendo muy bien y que siga por ese camino. Reconocer y alabar es mucho mejor que lo que se suele hacer habitualmente: intervenir sólo para regañar. Siempre mencionamos sus pequeñas trastadas de cada día. ¿Por qué no hacemos lo contrario? Si, con un gesto cariñoso o un ratito de atención resaltamos todo lo positivo que nuestros hijos hayan realizado, obtendremos mejores resultados.


10. No pierdas nunca la paciencia.
Difícil, pero no imposible. Por más que parezcan estar desafiándote con sus
gestos, sus palabras o sus negativas, nuestro objetivo prioritario ha de ser
no perder jamás los estribos. En esos momentos, el daño que podemos
hacerles es muy grande. Decirles: "No te aguanto"; "Qué tonto eres"; "Por qué no habrás salido como tu hermano" merman terriblemente su
autoestima. Al igual que sucede con los adultos, los niños están muy interesados en conocer su nivel de competencia personal, y una descalificación que provenga de los mayores echa por tierra su autoconfianza. Contar hasta diez, salir de la habitación..., cualquier técnica es válida antes de reaccionar con agresividad ante una de sus trastadas. En caso de que se nos escape un insulto o una frase descalificadora, debemos pedirles perdón de inmediato. Reconocer nuestros errores también es positivo para ellos. (Tomado de la revista BABY)


Realización general: Rodrigo Valencia Cardona
Medellín-Colombia

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