sábado, 29 de septiembre de 2012

Romería de San Isidro Labrador


Durante la Romería de San Isidro, el pueblo de Fuente de Cantos se traslada a la pradera.
Cada 15 de mayo, más de 200 casetas se instalan junto a la ermita del santo, a 7
kilómetros de este pueblo pacense.
“La fiesta más grande de Fuente de Cantos, la que estamos esperando durante todo el año”, así describen la Romería de San Isidro Labrador los habitantes de este pueblo situado en el sureste de Badajoz, casi en el límite con Andalucía. Una situación geográfica que hace que comparta algunas tradiciones con sus vecinos que se reflejan en esta romería.
La veneración por San Isidro, patrón de los labradores, existe en Fuente de Cantos desde el siglo XVIII, pero fue en la década de los 60 del siglo pasado cuando aparecieron las primeras casetas cerca de la ermita dedicada al santo, situada aproximadamente a 7 kilómetros del pueblo.
 
Esta fiesta, declarada de Interés Turístico Regional, creció rápidamente. En los 70 las casetas eran ya más elaboradas, en los 80 nació la Hermandad de San Isidro, necesaria para hacerse cargo de una fiesta que crecía por momentos.
Actualmente son más de 200 casetas las que se instalan en la pradera durante varios días. Son montadas por grupos de amigos y por familias, casetas que se convierten durante la romería en verdaderas casas con las puertas abiertas a todo el mundo, tanto a fuentecanteños como forasteros, y en las que todos pueden entrar con la plena seguridad de que nadie les va a preguntar quiénes son.
Ese carácter abierto y generoso de los fuentecanteños es lo más llamativo de esta fiesta. La sensación de que por unos días todos somos iguales, que todo es de todos, el sentirse bien recibido en todas las casetas, donde cada persona ofrece todo lo que tiene sin ningún reparo.
Son unos días en los que uno se olvida de casi todo, en los que sólo importa lo que sucede en esas tres calles.
La romería comienza con el conocido como día de la cena. Los miembros de cada caseta se reúnen alrededor de una mesa llena de comida elaborada por ellos mismos. Es el día del reencuentro, de bailes y risas, para después pasar a recorrer las diferentes casetas en las que se agrupan otros amigos y familiares.
Éste es el pistoletazo de salida para cuatro o cinco días en los que la vida se traslada a la pradera, un lugar el que ni el trabajo, ni la crisis, ni la política tiene cabida. Días en los que el pueblo está más unido que nunca, y cada uno comparte todo lo que tiene.
Pasear de caseta en caseta tomándose un rebujito con un poco de queso y jamón, observar los preciosos trajes de flamenca con los que año tras año se visten las romeras, dar un paseo en carro, y sobre todo disfrutar del maravilloso carácter de los fuentecanteños, felices en la celebración de su fiesta grande, y dejarse invadir por ese espíritu, es lo que debe hacer todo el
que se acerque a este pueblo extremeño el 15 de mayo.
Pero no todo es bailar, cantar, comer y beber. Una semana antes de comenzar la romería, se celebra el Camino: centenares de romeros acompañan al estandarte del Santo durante más de ocho horas en las que lo más destacable es la buena convivencia entre todos los participantes.
La parada para comer en la Dehesa de Megías, un lugar precioso plagado de encinas que aportan la sombra necesaria para comer como los antiguos romeros, con el mantel en el suelo, es uno de los momentos que más gustan a los fuentecanteños.
Ya en los días de romería se celebran varios eventos participativos. Se trata de la tradicional carrera de galgos, el concurso de habilidad de tractor y remolque y el Concurso Nacional de Doma Vaquera, que ha celebrado este pasado mes de mayo su XXIV edición y que tiene muchos seguidores en Fuente de Cantos, pueblo muy aficionado a los caballos.
La gastronomía es también fundamental en estas fiestas, y el gazpacho y las trincallas son dos platos que no faltan en ninguna caseta. Así, se celebra también un concurso de ambos platos, en los que participan centenares de personas.
Numerosas actividades para celebrar la fiesta grande de Fuente de Cantos. Una fiesta que acaba cuando las puertas de la ermita se vuelven a cerrar, y los fuentecanteños comienzan a contar los días que quedan para hacer de nuevo, por unos días, de la pradera su casa.

 

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