martes, 25 de septiembre de 2012

Federalismo y autonomía: Una propuesta para el fortalecimiento de ambos conceptos


El Federalismo tiene muchas maneras de abordarse puesto que existe una gran variedad de
modelos políticos a los que puede aplicarse el calificativo federalista, por lo que el examen de las
experiencias concretas en la que éste tiene lugar resulta fundamental para su mejor
entendimiento. Sin embargo el tema del federalismo y el de la democracia no ha sido
detenidamente estudiado, por lo que es relevante establecer, como punto de partida, la relación
entre el federalismo y los valores que sobresalen o deben subrayarse en términos democráticos
para que, posteriormente, podamos preguntarnos cuáles son las ventajas y desventajas de esta
forma federalista de organización política del Estado moderno. Y, además, en qué medida puede
contribuir exitosamente a resolver los conflictos de las sociedades pluralistas complejas
contemporáneas tales como: las diferencias étnicas, lingüísticas, etnoterritoriales y religiosas, es
decir, las diferencias existentes entre distintas concepciones de vida y de organización social y
política presentes y actualmente reivindicadas especialmente por numerosos individuos y grupos
sociales. Acentuamos la palabra puede, porque debemos considerar en qué medida el
federalismo democrático puede resolver estos conflictos, o bien no puede prevenir las
tendencias separatistas con las que parecen amenazar las múltiples reivindicaciones de
reconocimiento tanto de derechos individuales y colectivos como de las diversas propuestas de
autonomía en el marco de un Estado.
Parto de la idea de que el federalismo democrático puede proveer del reconocimiento de
los derechos a todos y cada uno de los ciudadanos tanto como de los derechos de las minorías o
de la minoría en un gran Estado, así como en las áreas en las que numerosos grupos demandan el
reconocimiento de sus particulares formas de vida y autogobierno, aspirando por tanto a
encontrar soluciones constructivas a estas demandas en un marco nacional. Y ello, si
constitucionalmente se hacen cumplir las leyes por las cortes, y en última instancia por una corte
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constitucional respetable, que decida sobre los conflictos y proteja los derechos de todas las
minorías. Pero al mismo tiempo, considero que el federalismo democrático no elimina los
continuos conflictos que generan las numerosas identidades individuales y políticas dentro de un
Estado multinacional y pluralmente conformado.
De igual manera, estamos de acuerdo que el federalismo requiere una serie de equilibrios
entre tendencias centrífugas y centrípetas, es decir, entre fuerzas que tienden a la “no
centralización”, como de aquellas que pretenden mantener la centralidad de las decisiones
políticas. Cuando estas dos tendencias se presentan en Estados que se encuentran en un proceso
de transición para construir instituciones democráticas, se observa que ciertas demandas, como es
particularmente la de la autonomía, puede ubicarse tanto en la tendencia “no centralista” o fuera
de centro, así como en la tendencia que calificamos como “nacionalistas” que pretenden
apuntalar la centralidad de las decisiones en procesos de descentralización de las mismas.
Consideramos, no obstante, que ambas tendencias se encuentran presentes y, al parecer, están
apostando por la construcción de instituciones federales pero, de manera tal, que no coinciden en
ubicar más claramente o ni siquiera saben, cuáles serían los principios normativos y políticos
fundamentales en los que debe apoyarse todo federalismo democrático.
Estas dos tendencias: las no centralistas y las descentralizadas desde el centro para la toma
de decisiones, considero que no tienen que ver con las tendencias separatista o de secesión,
aunque existan voces que no dejan de expresar que las demandas autonómicas ponen en peligro
la unidad nacional. A mi manera de ver, lo que está en juego en una transición hacia la
construcción de instituciones democráticas, más allá de las tensiones existentes de procesos de no
centralización y de descentralización desde el centro es, fundamentalmente, el resultado de reglas
legales y constitucionales con las que proteger principios democráticos básicos, comenzando por
reconocer el fundamental: el “derecho de los individuos a tener derechos”, para la consecución de
un federalismo democrático fundado en la idea de asumir que los ciudadanos de un Estado son
libres e iguales. Iguales en principios básicos como es el de la igualdad de los ciudadanos en
cuanto a oportunidades de mejorar materialmente su condición de vida y de su precedente
reconocimiento de igualdad ante la ley, así como la idea de respeto de ciertas libertades básicas
de los individuos -ideas clave de todo Estado de Derecho. La igualdad y la libertad son los dos
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principios básicos de una democracia liberal moderna, con los cuales los ciudadanos pueden
experimentar y disfrutar de los beneficios así como las cargas a los que se obligan en un Estado
constitucional de Derecho que, bajo en sistema federal, se encuentran dentro de la unión de
gobiernos, en los que es posible establecer y reforzar principios y reglas uniformes.
La ruta. Así pues, el primer asunto a tratar será el del federalismo y la democracia, y la
relación que guardan de acuerdo con sus valores e ideas fundamentales. Esto apunta,
esencialmente, a definir ideas fundamentales de ambas nociones, para adentrarnos a conocer en
qué medida el federalismo democrático ayuda a realizar los principios democráticos básicos. El
segundo, tiene que ver con la noción de ciudadanía. Como categoría política fue concebida
originalmente como un estatuto formal de pertenencia a una comunidad política de Estados
nación, no federales, desde el siglo XVIII. La emergencia del Estado nación exigía del ciudadano
una incuestionable dosis de homogeneidad cultural, lealtad política y cierta intervención estatal
en la sociedad, por lo que impedía enfáticamente la proyección de distintas identidades
etnoculturales en el plano político, esto es, el reconocimiento de la pluralidad cultural al interior
de una nación. Dicha falta de reconocimiento a las identidades en los Estados nación,
correspondía más a la necesidad de controlar los conflictos entre facciones, que a una pasión por
la asimilación cultural de la pluralidad. El énfasis estaba puesto tanto en las libertades civiles
como políticas de los sujetos como en el ejercicio de su autodeterminación, el cual se encontraba
apoyado en una concepción individualista de la sociedad, por un lado, y colectivistas en términos
de unidad nacional, por el otro.
Con esta herencia teórico-política, encontramos que existen mútliples voces críticas hacia
las ineficiencias o supuestos deficitarios del modelo liberal democrático, en relación a las
necesidades de reconocimiento de grupos minoritarios y marginales de las sociedades complejas
y plurales actuales. En el debate contemporáneo se plantean diversas salidas a los conflictos de
reconocimiento en los Estados pluriétnicos y multiculturales, donde la noción del
multiculturalismo está jugando un papel relevante, pero no menos ambigüo, con el que se
cuestionan dichas incapacidades en el plano moral y político. Así pues, dentro de los debates
político contemporáneos, la apuesta por la construcción de modelos políticos de Estados
multiculturales manifiestan diversos intereses que, por lo general, reivindican una noción de
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comunidad como alternativa más que como corrector de las deficiencia del liberalismo, en
términos téoricos, que tiene como traducción política un reclamo de autonomía. De ahí que
asistamos a la irrupción de diversos discursos nacionalistas, de exaltación autonómica, o de
defensa de la idea de comunidad, en expansión, que pueden ser el resultado de la reacción a las
limitadas respuestas de los sistemas federales convencionales a grupos étnicos, lingüísticos o
culturalmente diferenciados, o bien encajar en demandas que con base en supuestos esencialistas,
tratan de establecer criterios escalonados y diferenciados de autogobierno o de comunidad, que
en muchos casos sólo reclaman la diferencia por la diferencia misma. Estas respuestas ponen de
manifiesto la urgencia de llevar a cabo reflexiones que puedan justificar lealtades políticas y la
conformación de identidades políticas en un modelo federal, indispensablemente apoyadas en
principios democráticos básicos. De modo que, en el último apartado, trataremos de argumentar
sobre algunas formas en las que en un federalismo democrático multinacional y plural, pueden
darse ciertos criterios de reconocimiento a los derechos de autodeterminación individuales y
colectivos, sin caer en salidas falsas como los infranqueables vínculos entre lealtades orgánicas y
lealtades patrióticas o cívicas. Se pretenden apuntar ciertas condiciones de posibilidad de un
patriotismo ciudadano, que permita la reconducción de conflictos pluriétnicos y multinacionales,
que bajo distintos tipos de espesor de los consensos en un modelo de Estado federalista
democrático multinacional, esté basado en el reconocimiento del pluralismo y del valor de la
diversidad, más que en la aceptación de la pluralidad como un hecho, pues lo que está en juego,
tanto en la readecuación del modelo federal a las actuales sociedades plurales y complejas como
también en aquellos sistemas que se encuentran en una transición política, es la construcción de
instituciones democráticas.
Bibliografía básica.
Caminal, Miquel, “Nacionalismo y federalismo”, en Joan Antón (Ed.), Ideologías y
movimientos políticos contemporáneos, Tecnos, Madrid, 1998,
Colom, Francisco, Razones de identidad. Pluralismo e integración política, Anthropos,
Barcelona, 1999.

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