miércoles, 7 de diciembre de 2011


CARTA DE AMOR POR ENCARGO: 

Abro la puerta. Subo, descalza, sobre tus pies y escondo mi cara en el olor de tu cuello. Mi corazón se ha trasladado de mi pecho al tuyo y se ha hecho grande. Busco un hueco entre el abrigo, la chaqueta y la camisa para encontrar un rectángulo de piel.  Y sólo veo tus labios que sonríen.
Los beso sin mirarte. La bufanda. Debajo de la bufanda, la corbata y, después, una camisa llena de botones atornillados por imposibles. Un botón y otro y otro. Esto no se acaba nunca y ojalá que no se acabe. Nunca. Pareces una dama del siglo pasado con tantas capas. Un hombre para deshojarlo a conciencia. Sí, no, sí, no. Sí, a todo sí. Para siempre sí.
La ropa en el suelo. Suena el móvil en el bolsillo del pantalón con una vibración que me hace reír. Dejas que suene y suene. Cuelo mi mano en ese espacio que queda entre el cinturón y tú. No llego. Lo desabrochas y llego. Y respiro. Amor, pienso.
Voy hacia mi cuarto. Sé que me sigues. Sé que me miras. Sé lo que miras. Y haces bien en mirarlo todo, porque te pertenece. Subo las escaleras mientras me levanto la falda para que veas lo que imaginas. Y me entran ganas de ser tu niña para dejarme torturar de poquito a poco. O de menos a más. Sin tiempo.
Caigo en la cama. Tus zapatos a la altura de mis ojos.  Muy oscuros, serios y atados dos veces. Me arrodillo. Muerdo los cordones y los desato con manos de ardilla experta en pelar frutos secos. Te quitas el reloj. Para no hacerme daño, dices. Apago la luz. La enciendes. Me pones nerviosa. Eso es lo que pretendo: ponerte nerviosa. Mi mano se acerca, de nuevo, al interruptor y la paras antes de que llegue a su destino.
Subes y bajas lo que hay que subir y bajar. Me das la vuelta. Mi mejilla en las sábanas. Se paran los minutos. Mi respiración es la tuya. No pidas permiso, pienso. Haz lo que quieras. Siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario