lunes, 11 de julio de 2011

SANTORAL


11 DE JULIO
SAN BENITO, ABAD, PATRONO DE EUROPA ¿480?-547beniton.jpg (12171 bytes)Benito quiere decir bendito. De ahí que la antífona con que da comienzo la Misa le corresponda perfectamente a nuestro santo, mientras que la de la comunión evoca el fundamento de toda vida consagrada: las Bienaventuranzas. 
Las tres oraciones, que se inspiran en la Regla monástica, hacen referencia a la doctrina de aquel «maestro espiritual» que fue San Benito: quiso fundar una escuela en que se aprendiera a «servir al Señor», «prefiriendo el amor de Dios a todas las cosas» para avanzar por la senda de los mandamientos con libertad de corazón», hizo de la concordia fraterna y de la paz el alma de la vida comunitaria, insistiendo por encima de todo en el servicio de Dios por medio de la oración (Opus Dei) y de la disponibilidad con respecto a los hermanos, en los que hay que «descubrir siempre a Cristo».
Aparte de la Regla, que confiere su estructura a la liturgia del día, citemos algunos rasgos de la biografía de San Benito. Nació en Nursia, Umbría, hacia el año 480. Luego de haber estudiado en Roma, con idea de romper con el mundo, se retiró a una gruta de Subiaco 
dedicado a la contemplación.
Un monje le descuelga desde un peñasco algún alimento en un cestillo. El demonio no deja de tentarle. Un día sufre una fuerte tentación
 carnal, de la que Benito triunfa lanzándose desnudo en un zarzal, que todavía hoy se muestra al visitante. No volverá a sentir tal tentación.
Pasa luego de la soledad a la vida cenobítica o de comunidad. Le eligen abad de un monasterio. Funda varios en las cercanías, combinando
 la oración y el trabajo manual, según el estilo de San Pacomio en Egipto.
Admite a niños, como Plácido y Mauro. Será el principio de las escuelas monacales. Se cuenta que el pequeño Plácido era tartamudo. Sólo sabía decir sí. Sus padres lo llevaron al monasterio preocupados. Benito les acogió amablemente, con hospitalidad benedictina, y les consoló diciendo: "Aunque en toda su vida no sepa decir más que sí, ya es suficiente".
Algunos monjes revoltosos intentan eliminar al abad envenenándole con
 vino. Benito bendice el vaso y se quiebra. Entonces decide marchar a otro lugar. Con algunos incondicionales se dirige al sur, y establece en Montecasino la vida monástica.
Escribe la Regla "la Santa Regla, la más sabia y prudente de las Reglas",
 exigente y moderada a la vez, en la que se combinan sabiamente las alabanzas divinas con el trabajo manual: el famoso lema "Ora et labora". El abad representa a Cristo. Será para todos exigente y paternal, muy atento con los enfermos. Se recibirá a los huéspedes como al mismo Cristo.
Benito sabía que las limitaciones del monje y de su comunidad forman
 parte del plan de Dios para la santificación. Entonces introduce en la Regla el voto de estabilidad que liga al monje para siempre a un monasterio. Esto le impide soñar en hallar el monasterio perfecto. "Si tuviera otro abad, otros compañeros... Si estuviera en otro sitio". Esto es perder el tiempo. Lo que tienes es lo mejor, lo único, para tu santificación.
El monje saca la mejor luz y fuerza de la celebración de los divinos
 misterios, la obra de Dios por excelencia. Pero Benito no es sordo a las necesidades de los hombres. Desciende con frecuencia de suamada montaña, siempre que puede remediar cualquier necesidad. Sus hijos seguirán su ejemplo, de lo que se beneficiará muy positivamente, en todos los campos, toda la civilización occidental.
Al final de su vida mueren algunos de sus grandes amigos, como Cesáreo de Arlés y el abad Casiodoro. Mucho le afecta también el vuelo de
 paloma al seno del Esposo de su entrañable hermana Escolástica. Esto le va despegando más y más de la tierra y le va acercando al paraíso.
El Jueves Santo del 547, 21 de marzo, asistiendo a los divinos oficios,
 le llega la hora de la muerte. Quiere hacerlo de pie, como buen atleta de Cristo. De pie comulga y recibe la Sagrada Unción, sostenido por sus hijos, que celebran así la Pascua, la Pascua de su abad. Pío XII lo llamó Padre de Europa.
Desde el siglo VIII se celebraba su memoria el 11 de julio. Este mismo día se ha conservado en el Calendario romano para conmemorar al Padre de los monjes de Occidente, que es, asimismo, el Patrono de Europa, le nombró precisamente el papa Pablo VI (1964), ya que su regla, por la que se rigen hoy unos cuarenta mil monjes de todo el mundo, ha hecho que el patriarca del monacato occidental fuera uno de los grandes constructores de la personalidad europea; como Montecasino es nuestro símbolo de cultura cristiana, sobre cimientos paganos, arrasado por los bárbaros y destruido nuevamente en la segunda guerra mundial, persistiendo en medio de las peores tormentas como una lámpara que no se apaga y que encendió Benito.
La expresión «murió con las botas puestas» se refería originalmente a alguien que murió inesperadamente (probablemente de un disparo), que no tuvo tiempo siquiera de quitarse las botas. Con el tiempo, sin embargo, ha venido a significar una persona que nunca se rinde en la vida.
San Benito construyó doce monasterios; uno, Montecasino, fue reconstruido tres veces. Bajo su regla, los monasterios se convirtieron en santuarios del aprendizaje y la hospitalidad en la Edad Media. Sin los monasterios para mantener encendida la luz del aprendizaje, la Edad Media habría sido oscura en verdad.
La influencia de San Benito sobre la vida monástica fue tan grande que su regla para los monjes se convirtió en la norma a lo largo de toda Europa. Incluso hoy en día, muchas órdenes religiosas operan bajo la Regla de San Benito.
Al pie de la letra, Benito murió con sus botas puestas (o mejor, con sus sandalias). Aunque necesitaba apoyarse en sus monjes, se hallaba de pie en la capilla con las manos alzadas al cielo cuando falleció.
Muchos de nosotros tememos la vejez. Nos preocupa convertirnos en una carga para nuestra familia y para nosotros mismos. Aunque la vida no venga con garantías, los santos nos animan a no preocuparnos por lo que pudiera pasar o no pasar. Indican que incluso cuando ya no podemos trabajar físicamente, podemos todavía realizar labores espirituales, como las de perdonar a quienes nos han dañado, orar por otros y consolar a los afligidos

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