viernes, 8 de julio de 2011


8 DE JULIO
                      SAN PROCOPIO   + 303
Como testigo próximo y veraz, Eusebio de Cesárea nos cuenta lo poco que se sabe de este humilde mártir: que nació en Jerusalén, que vivía en Scitópolis, donde era lector, exorcista y traductor de las Escrituras, y que era hombre muy espiritual y mortificado que sólo vivía de pan y agua.
Cuando empezó la persecución de Diocleciano, junto con otros cristianos fue conducido a Cesárea, y allí el gobernador Flaviano le ordenó que sacrificase a los dioses. Al negarse Procopio (citando unos versos de Homero que podían aplicarse a su fe), se le hizo decapitar.
La tradición cristiana no se conformó con esto, y en torno a él se tejió una absurda leyenda que le supone personaje principal y pagano con la misión de perseguir al cristianismo, y no lejos de Antioquía se le atribuye una visión semejante a la de san Pablo en el camino de Damasco.
Una vez convertido, su historia se despeña de disparate en disparate, con prodigios bélicos que consigue con la ayuda de una cruz que es casi un amuleto y otros aparatosos milagros, hasta que muere entre terribles torturas en circunstancias completamente inverosímiles.
Nuestro Procopio, el verdadero, y sus claras y sólidas virtudes, no bastaron a la sed de maravillas que ya entonces había en la Iglesia, pero hay que quedarse con la sencillez del santo auténtico, no con el fantoche que parece un supermán a lo divino, con el clérigo que sólo hizo lo que debía hacer,
 entre otras cosas morir mártir, eso sí, citando a Homero, como quien se permite humorísticamente un adorno heredado del paganismo porque le sobra fe ante el verdugo.

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